Es que no
Así que nos fuimos a Estación Futura, que también es una fiesta popular. Eso es lo que nos pasa a los madrileños con nuestra identidad: que el chotis no nos gusta, que no va con nosotros. No es que seamos unos descastados, es que somos unos descastizos. Tienen que comprendernos: nuestro bucle melancólico es una pañoleta blanca con un clavel y nuestra más ancestral y emblemática seña de identidad es algo tan liviano como un barquillo.Es que, la verdad, no sabemos cuánto mide nuestro cráneo; estamos muchas veces a punto de medírnoslo, pero justo cuando nos disponemos a hacerlo nos llama alguien para salir. Y este fin de semana tocaba la fiesta de Art Futura. Pero, aunque no nos haya dado tiempo de medirnos el cráneo, somos muy inteligentes, porque no hemos conservado nuestras más rancias (¿torrezno?, ¿zarajo?) tradiciones. Por eso Madrid es una ciudad moderna, porque por tácita unanimidad no reivindicamos los callos.
Es que, tienen que comprendernos, pasa que nuestro folclor es Lina Morgan y nuestro baile regional es el chotis, un auténtico pestiño que no sabemos ni qué música lleva (ah, sí: "titotí titotí titotito, titotí titotí titotííí). Es que no nos gusta el chotis, preferimos Portishead. Somos libres.
Hemos cambiado de historia, eso es lo que pasa. Y ahora va mucha más gente, del centro y de la periferia, sobre todo de la periferia, que es muy grande y siempre ha sido más popular. Porque, al fin y al cabo, Estación Futura es una fiesta popular, como lo eran antes las romerías (¿se llamaban así?, ¿o eran verbenas?), aquellos encuentros lúdicos en los que los jóvenes se ponían de absenta (¿era absenta?) y en los que me pregunto cuántas horas eran capaces de aguantar con el organillo (¿había algún instrumento musical más?). Lo que demuestra la fiesta de Art Futura es, simplemente, que hemos pasado del organillo y el farolillo (que me remiten ténuemente al azucarillo -¿qué es?, ¿para el café?- y al aguardiente -¡qué gente!-) a la alta tecnología. De verdad, había atracciones, pero interactivas.
Y, además, qué inspirada ley seca, porque allí, por si a alguien le tranquiliza, casi nadie bebe alcohol, si acaso un trago de agua de vez en cuando o un zumo natural, así que la gente está muy sosegada y no tropiezas con pandillas de esas de tiarrones con sus nardos apoyados en la cintura (uy, perdón, se me ha salido el sustrato cultural, quería decir con la botella en la mano), enlazados unos a otros por los hombros, dando gritos de esos broncos de incomprensible aunque inquietante significado. En esta fiesta sólo se grita para pedir más música, como siempre. Y si empezara a sonar un chotis (¡la Almudena nos libre!) nos iríamos todos al "chill out". Tenemos tan clara nuestra identidad que hemos cambiado al maestro de ceremonias del manubrio y la gorrilla por varios DJ"s, y cada uno se pone en la cabeza lo que le da la gana.
Es que, si realmente los madrileños venimos del chulapo, eso demuestra que cualquier cosa se puede reciclar. Respetamos muchísimo al que haya sido chulapo en su juventud y se haya divertido, pero para nosotros todo eso forma parte del pasado, y al pasado, ya se sabe, no hay que darle tantas vueltas, más bien ninguna: no conozco una sola persona que tenga vestido de chulapa y sólo de imaginarme a nuestros chicos con ese chalequito me dan ganas de llorar. Lo que pasa con nuestra identidad es que no nos gusta el chotis. Aunque sí conservamos en Madrid (una tranquila ciudad europea, según las estadísticas, y desde luego nunca he visto un lugar más tranquilo que Estación Futura, una auténtica romería) el hecho de que las rencillas personales se dirimen como toda la vida, con arma blanca, con navaja. Pero, por lo menos, ahora te pinchan por nada (móviles tenemos Airtel o Movistar), que antes era porque habían mirado a tu chulapa, la de la pañoleta. Y es que, tienen que comprendernos, nosotras ya no somos graciosas modistillas (¿se harían ellas mismas el vestido famoso?, ¡qué apañadas, qué horror!). Lo que nos pasa -para nuestra fortuna- es que ya no somos castizos. Es que yo no me pongo un traje de esos ni aunque me maten. Si por lo menos tuviéramos una lengua propia que defender, pero no nos vamos a pelear por dar brillo y esplendor al "ej que".
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