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Declive del vaquero

Alguna vez tenía que suceder: la decadencia del jeans está significando algo más que el fin de una moda más. Los vaqueros han sido no sólo el símbolo de una generación, sino de un universo marcado por una manera de ser, de creer y de vivir. Enfundados en ella, cohortes de jóvenes emprendieron la subversión política, la contracultura, la revolución sexual, el ecologismo, la autoconciencia de ser muchos y anticonvencionales.Las cosas, sin embargo, han cambiado demasiado desde los años sesenta. Declararse marginal o anticonvencional hoy no pasa de producir otro efecto que el de una pose trivial. El sistema, y no sus detractores, es ahora quien decide sin contestación. El sistema es quien determina mediante el paro, la discriminación espacial, religiosa o racial, quién se encuentra dentro o fuera, quién es reglamentario y quién no. El sistema ha demostrado de sobra su capacidad para asimilar lo que descubre como productivo y su resolución para expulsar, como basuras, a todo aquello en lo que no husmea rentabilidad. Ha reciclado para su uso los movimientos, las insignias, el arte o las ropas que se le oponían, y en los años ochenta todo fue ya un gran mercado que calificaba o descalificaba a seres e ideologías de acuerdo con el posible valor de su explotación.

Finalmente, en los noventa, el jean ha dejado de significar. No es señal viva de nada. Traspasando clases, edades y convicciones, tiende a resolverse como una huella sin distinción, un signo sin habla, un lugar común. Cualquiera puede llevarlo y su amplia polivalencia convierte su precedente valor simbólico en menos que cero. Siete fábricas Levi Strauss, en cuatro Estados norteamericanos (Tejas, Georgia, Tennessee y Carolina del Norte), han cerrado y despedido recientemente a más de 4.000 empleados. En Europa, al menos tres factorías de Bélgica y una de Francia han seguido este camino y la tendencia se propaga sin cesar. Frente a los vaqueros se extiende la competencia de los Chino's o los kakis que expenden algunas marcas de colosal implantación internacional como Hilfigher y Gap. En España, todavía no se ha manifestado abiertamente este fenómeno, pero no puede tardar.

A la decadencia del tejido denim sucede la proliferación de los pantalones de algodón, también informales y en colores apagados, recordando, según anuncia Gap, a los que vistieron Steve McQueen o Mel Gibson en algunos de sus grandes filmes. Este pantalón es funcional, informal, pero no crea nada semejante a la grupalidad del jean. El jean se alzaba como una enseña alerta o rebelde, pero el kakis ablanda y allana.

De otra parte, más allá de los pantalones intercambiables, los jóvenes han pasado de ese unisex a nuevos estilos que los diferencian y separan. Así, mientras entre las chicas se ha impuesto el mini-mini que deja a la vista el ombligo y apenas puede contener el aforo del busto, entre los jóvenes se estilan pantalones de dos o tres tallas mayores, patas de elefante, anchos tubos que se doblan en la cintura como en señal de enorme hartazón. A la revolución sexual inspirada en el inter-sex perfecto del jean sucede, pues, esta exacerbada oposición entre lo exageradamente mínimo y lo exageradamente máximo, teatralizando, en la escena final del milenio, los paroxismos del deseo y la búsqueda de identidad.

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