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Sin Auschwitz

En un libro reciente, titulado Que che resta de Auschwitz, Giorgio Agamben rebate a un lector que lo había acusado de "arruinar el carácter único e inefable de Auschwitz" en un artículo previo que había escrito sobre el lager. Apoyándose en un texto de Juan Crisóstomo y en significado que en él posee el término euphemein, Agamben dice lo siguiente: "De este término [euphemein], que significa originariamente observar el silencio religioso, deriva la palabra moderna eufemismo, que designa a las palabras que sustituyen a otras que, por pudor o buenas maneras, no se pueden pronunciara. Decir que Auschwitz es indecible o incomprensible equivale a euphemein, a adorarlo en silencio, como se hace con un dios; significa, sean las que sean las intenciones de cada cual, contribuir a su gloria". No hay gloria ninguna en Auschwitz, como tampoco la hay en lo que, impropiamente, se ha venido a denominar Holocausto -otro término vinculado al sacrificio sagrado-. El horror de Auschwitz abre demasiados interrogantes sobre la condición humana, sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro, como para clausurarlos entre los inciensos debidos a lo sagrado. Esa palabra terrible, a cuya significación cuesta trabajo mirar cara a cara, se ha prestado y se presta, sin embargo, a una utilización mágica que secuestra su significado real y la somete a las más diversas manipulaciones. Agamben señala su conversión en euphemein, su reenvío a un silencio sagrado. Pero, Auschwitz puede también convertirse en una palabra-talismán que, por contacto, transmita su sacralidad a causas más que discutibles. En este caso, no sería remitida al silencio, sino que pasaría a hablar demasiado, con un discurso, eso sí, banal y confuso. Cuando comparamos el Gulag, el régimen de Pol-Pot, o los de Pinochet y Videla, con la Solución final, estamos hablando por aproximación. Sé que es dificil mensurar el horror, pero, por inconmesurable que haya sido la crueldad de esos regímenes de terror, el sistema concentracionario nazi continua siendo, en palabras de Primo Levi, "un unicum, sia como mole che come qualitá". Sin embargo, no es a su identificación con esos regímenes de terror a lo que me refiero cuando denuncio el uso como talismán de la palabra Auschwitz. Esa palabra puede servir dignamente para señalar el horror en esos casos; lo terrible es cuando se la utiliza no para señalar el horror, sino para justificarlo. Netanyahu puede ser un ejemplo. Pero entre nosotros también podemos encontrar alguno. Hace unos días, un conocido escritor euskaldun, Pako Aristi, publicaba un artículo titulado Euskaldunak: Auschwitz-ik gabeko juduak, o sea, Los euskaldunes: los judíos sin Auschwitz. En él se hacía eco de un artículo del dramaturgo judío americano David Marnet, en el que éste hallaba respuesta a la pregunta que siempre se había hecho sobre la posibilidad misma del Holocausto: ¿cómo habían permitido los judíos que aquello aconteciera?, ¿es que no veían lo que estaba ocurriendo? La respuesta de Marnet es que las explicaciones exculpatorias que pudieron dar los judíos ante sus verdugos no sirvieron de nada. Frente al antisemitismo, la razón, las explicaciones y la tolerancia son malas compañeras. Lo único que se puede hacer es protegerse. A partir de ahí, la extrapolación está servida: pongan ustedes vascos donde hasta ahora hemos puesto judíos; antivasquismo donde poníamos antisemitismo. Lo que ocurre es que las pruebas persecutorias que nos ofrece Aristi no son convincentes -algunas, de puro banales, podrían ser insultantes para un judío-, y que se olvida de que - -aun sin ser comparable- lo más parecido al "musulmán" de Auschwitz, al "no-hombre", al cadáver viviente, entre nosotros no fue un vasco, sino Ortega Lara. Los vascos sí expulsamos a los judíos -antes incluso de que lo hicieran los castellanos-, y no hemos sufrido ningún pogromo a lo largo de la historia. Tampoco ahora. Pero el talismán Auschwitz le sirve muy bien a Aristi para postular una defensa-agresión. Me pregunto si, aun sin haber alcanzado todavía la paz, no habrá quienes sienten ya nostalgia de la guerra.

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