Zarzuela
No sé si se me creerá, pero la otra tarde vi y oí a media platea del teatro de la Zarzuela aplaudir a la Virgen del Pilar. Fue al final de la representación de dos obras de Fernández Caballero y Miguel Echegaray: Gigantes y cabezudos y La viejecita. La acción de la primera transcurre en Zaragoza durante la guerra de Cuba; la de la segunda, en el Madrid de la guerra de la Independencia.Rafael Azcona ha fundido las dos zarzuelas en una con gran acierto, añadiendo una presentación y unos planos cinematográficos hechos hacia 1898. En las escenas de Zaragoza se percibe el clima del año del "Desastre". Gigantes y cabezudos se interrumpe para dar paso, en el segundo acto, a La viejecita y volver al final.
Los protagonistas de la primera zarzuela son una muchacha del mercado de Zaragoza y un maño que está combatiendo en la manigua cubana. Los de la segunda, la hija de un marqués y un húsar de 1812, que, para conquistarla, se disfraza con el traje de la anciana tía de un compañero supuestamente llegado a España. Hay un general inglés, una especie de Wellington, que va acompañado de un regimiento de muchachas vestidas de dragones. Sir Jorge habla un español macarrónico: "Mí ser muy valiente". "En mi tierra, ser muy valientes, como en la suya". "Sólo variar una cosa: Inglaterra, valor frío; España, valor caliente".
La música de Caballero es preciosa y suena soberbiamente en la batuta de Miguel Roa. Los versos de don Miguel, hermano de don José Echegaray, nuestro premio Nobel, ripiosos (quizá de familia), pero llenos de gracia. La idea de Azcona es muy buena, porque da una distancia imprescindible para que la función pueda verse en tiempos libres de patrioterismos y de tópicos como que los aragoneses "semos tercos, semos rudos, gigantes y cabezudos". A pesar de todo, sale al escenario una procesión con la Virgen del Pilar y el público se pone a aplaudir interrumpiendo a los cantantes. Será la tradición. El éxito de la obra es apoteósico. Decía un amigo: "Al final, tenían que haber sacado a la Pilarica a saludar".
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