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Roma recibe al Miró más transgresor

El Museo del Risorgimento exhibe los polémicos cuadros de los años sesenta y setenta

Un impulso más purificador que destructor llevó al pintor catalán Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983) a emprender una batalla feroz contra su propia obra en la fase final de su larga vida. Fruto de esa batalla contra un lenguaje pictórico que sentía demasiado asentado, demasiado conservador en cierto modo, son los lienzos pintados casi con violencia entre los años sesenta y setenta, que se exponen, junto a una serie inédita de grabados, por primera en Roma. Es el Miró de la transgresión, el que aparece en la muestra del mismo título que se inauguró ayer en la capital italiana.

En la exposición se recogen obras provenientes en su mayor parte de la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma de Mallorca y del Museo Reina Sofía de Madrid, que ha prestado siete lienzos de su colección. Dolores Miró, hija única del pintor, y dos de sus hijos asistieron al acto."Si Picasso es el artista del siglo XX, Miró es el artista del siglo XXI". La frase que cita Aurelio Torrente, presidente de la Fundación Miró y uno de los artífices de esta muestra, refleja el sentido ultramoderno de una pintura que rechaza todos los lenguajes en su intento de llegar a la pureza máxima del ser.

En el medio centenar de óleos y la treintena de grabados del pintor mediterráneo que se exponen en el Museo del Risorgimento de Roma hasta el 21 de febrero próximo palpita, sin embargo, una furia, una violencia suprema, como si el pintor, en la última fase de su vida, hubiera descubierto el potencial catártico de la destrucción. "Cuanto más viejo, más loco, más agresivo y más maléfico me vuelvo", declararía Miró a Georges Raillard a finales de los años setenta.

Rebelión espiritual

El trabajo de esa etapa, con algunas excepciones, como los estudiados lienzos que Miró pintó como homenaje a su maestro catalán Modest Urgell, es una obra transgresiva que pretendía agredir estéticamente hasta a sus más firmes admiradores. La rebelión de Miró no es tanto política como espiritual. "Es cierto que fue profundamente antifascista", comenta Torrente, "pero Miró, que se marchó de España para instalarse en París al comenzar la guerra civil, regresó a España un poco de incógnito, pero para instalarse ya definitivamente, al estallar la II Guerra Mundial".En las fabulosas salas del Museo del Risorgimento, a un paso de los foros romanos, los lienzos gigantes de Miró muestran toda la violencia, el inconformismo espiritual que le animó en la última etapa, superado ya el surrealismo, enfrentado al inexorable final de la vida. Dolores Miró, su hija, una diminuta dama en los sesenta, recuerda al padre con tintes más amables, y sobre todo recuerda la presencia de los muchos artistas que visitaban al padre en las distintas ciudades en las que residió la familia. "Cómo no recordar a Picasso, un hombre mágico. Tenía un don especial, sobre todo para divertir a los críos. Cuando llegaba, él nos volvía locos con sus dibujos y sus juegos. Por lo que parece, con sus hijos no era igual".

Joan Punyet Miró, nieto del artista, destaca el valor inédito de la exposición de Roma, donde se han reunido una mezcla única de lienzos de Miró, como un esfuerzo por revelar la infatigable rebeldía del pintor. Una exposición, que, como destaca Joan Punyet en el catálogo, transmite el sentido de la rebeldía mironiana, que el propio pintor definió en su Cuaderno de notas inédito como una guía "hacia el sentido místico y religioso de la vida, utilizando la agresividad para despertar nuestra santa inquietud".

La búsqueda que propone Miró en la obra expuesta en Roma es tortuosa y agresiva hasta el punto de recordar la obra final de otro gran artista español, Francisco de Goya. A su modo, los paisajes y los pájaros nocturnos, procedentes siete de ellos de la colección del Museo Reina Sofía, son el equivalente mironiano de las pinturas negras de Goya. Imágenes desgarradoras en las que se presiente la mano de un Miró, como señala Aurelio Torrente, "poseído de un propósito creativo destructor que lanzó la pintura sobre las telas, las desgarró y las quemó".

Un proceso no del todo nuevo para un artista en perpetua búsqueda de la esencia. Ya a principios de los años sesenta, cuando Miró se traslada a Son Boter, la casona mallorquina del siglo XVII donde instalaría su segundo estudio, Miró procede a una selección sumamente exigente de su obra pasada antes de aceptarla en su nuevo santuario. Buena parte de los lienzos del primitivo estudio de Barcelona y de la obra realizada en París y en Montroig no pasarán la prueba.

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