_
_
_
_
_

3.500 páginas de crímenes para superar el "apartheid"

Suráfrica intenta olvidar su noche más larga con un ejemplar informe de Verdad y Reconciliación

Los periodistas y los políticos utilizan la palabra "histórico" de forma tan indiscriminada, tediosa y repetitiva que su significado se ha degradado, se ha gastado como una moneda vieja. Sin embargo, en el caso del informe publicado el jueves pasado por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Suráfrica, el término no es excesivo. La relación de las "graves violaciones de los derechos humanos" cometidas durante los años del apartheid debe considerarse uno de los grandes documentos del siglo XX.En ningún lugar del mundo se había intentado, hasta ahora, hacer nada de tanta envergadura, tan ambicioso y detallado; ni en las investigaciones llevadas a cabo en Latinoamérica ni en las realizadas en Europa del Este después de la caída del muro de Berlín. Narrado con una sencillez que sólo sirve para aumentar la intensidad emocional de las historias que se cuentan, el informe se basa en el testimonio de 21.000 testigos y las investigaciones sobre 31.000 casos de violaciones de los derechos humanos. Es el fruto de tres años de trabajo intenso y doloroso efectuado por los 600 integrantes de la Comisión, y -como una versión moderna y real de Guerra y paz de Tolstoi- tiene un volumen de 3.500 páginas, un millón de palabras.

Lo que tiene el documento de extraordinario es que sitúa bajo el microscopio del escrutinio moral y legal a todas las organizaciones políticas -sin excepción- que recurrieron a la violencia durante la larga noche del apartheid. La mayor parte de la responsabilidad se atribuye al Gobierno blanco del Partido Nacional, que ejerció su dominio entre 1948 y 1994 y se encargó de la custodia de un sistema calificado por Naciones Unidas de "crimen contra la humanidad". Pero ni el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela ni otras muchas organizaciones menos conocidas, tanto de derechas como de izquierdas, escapan a la condena.

No obstante, la importancia de la labor de la Comisión supera los límites del análisis histórico imparcial. Es mucho más que la autopsia de un conflicto, más que un ejercicio para la posteridad. A la Comisión de la Verdad, presidida por el arzobispo Desmond Tutu, se le confió la tarea práctica y políticamente urgente de decidir quién debía beneficiarse de una amnistía por los delitos cometidos y quién no. El criterio fundamental, establecido por ley parlamentaria el mes de julio de 1995, era que aquellos que se presentaran ante la Comisión para confesar totalmente y con sinceridad sus delitos recibirían el perdón. Quienes no se presentasen, o quienes dieran testimonio forzoso pero negasen sus responsabilidades, correrían el riesgo de enjuiciamiento.

P. W. Botha, presidente de Suráfrica entre 1979 y 1989 y, a juicio de muchos, el rostro perverso del apartheid, se negó a obedecer al tribunal que le ordenó comparecer ante la Comisión. El informe le califica de "personalmente responsable" de una letanía de atrocidades contra miembros del movimiento negro de liberación -bombas, asesinatos, incursiones militares en Estados vecinos- y, por consiguiente, recomienda que el Estado procese al hombre apodado El Gran Cocodrilo bajo la acusación de graves violaciones de los derechos humanos.

Winnie Madikizela-Mandela, ex esposa del presidente, que en otro tiempo recibió el título de "madre de la nación", sí testificó, en el curso de una extraordinaria semana de interrogatorios transmitidos en directo por la televisión surafricana, pero lo más cerca que estuvo de admitir alguna responsabilidad por los delitos de los que se le acusaba fue decir que "algo se torció terriblemente".

El informe manifiesta, con gran generosidad, que "lo más trágico de una figura tan heroica como la de Madikizela-Mandela, con su historia tan llena de contribuciones a la lucha, es de qué forma se vio envuelta en una controversia que causó un daño irreparable a su reputación".

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

No menos trágico fue el destino de dos jóvenes de Soweto que formaron parte de las numerosas víctimas de la ex esposa de quien es, seguramente, la figura política más admirada del mundo. La Comisión de la Verdad afirma que Winnie Mandela participó en el secuestro y la posterior "desaparición" de ambos porque creyó que eran informadores de la policía. El informe la acusa asimismo del intento de asesinato -con unas tijeras de jardín- de otro joven que había pertenecido a su Mandela United Football Club, de triste fama. El "club de fútbol", una banda de Soweto que ella dirigió como una especie de mafia entre 1986 y 1988, intervino en numerosos casos de asesinato y tortura. Los residentes de Soweto -precisamente la gente por la que ella aseguraba librar su "combate de liberación"- se vieron sometidos a un reinado del terror a manos de los gorilas bajo su mando.

Igual que Botha, su antiguo archienemigo, Midikela-Mandela tiene que enfrentarse ahora a la perspectiva de un enjuiciamiento y, probablemente, la cárcel.

La grandeza del informe de la Comisión reside, más que en el valor con el que se atreve a acusar a fuertes y poderosos, en la compasión que muestra hacia el dolor de individuos desconocidos, anónimos, que se vieron obligados a soportar todo el peso de un conflicto nacido de un sistema inhumano de predominio racial.

El informe enumera un caso tras otro del horror soportado por los supervivientes de la tortura y la pena indescriptible de aquellos cuyos maridos, esposas o hermanos murieron asesinados, acribillados en matanzas o abrasados. Pero, al mismo tiempo, está lleno de relatos que iluminan, con una sensibilidad por el matiz y el misterio humano comparable a la de las grandes novelas, la compleja realidad psicológica que yace tras unos actos de violencia tan brutales que, a primera vista, parecen sencillos de entender.

Un ejemplo es la parábola de Johan Smit, que contradice los prejuicios convencionales sobre el carácter del afrikáner, el grupo étnico blanco predominante en Suráfrica, que concibió y puso en práctica el apartheid.

El hijo de Smit, Cornio, murió a los ocho años a causa de una bomba colocada por los luchadores de la libertad -algunos los llamaban "terroristas"- del Congreso Nacional Africano. He aquí un extracto del testimonio que Smit prestó ante la Comisión de la Verdad: "Fui a verlo a la mañana siguiente, pero no quería creer que ése que yacía allí era mi hijo. Les pedí que lo sacaran de la caja de cristal para ver su barbilla. Debajo del mentón tenía un ligero corte que se había hecho cuando era niño, una vez que le dejé caer por accidente. Seguía sin querer creerlo, y mi mujer y mi padre tuvieron que convencerme de que era mi niño... le enterramos en Pretoria".

Smit continuaba, con un asombroso espíritu de perdón y reconociendo su parte de responsabilidad por el apartheid: "Les dije a los periódicos que, en mi opinión, mi hijo era un héroe porque había muerto por la libertad del pueblo. Había muerto por la causa de los oprimidos. Muchos me criticaron, pensaron que era un traidor...".

En ocasiones, el perdón y la venganza se encuentran. Alwinu Mralasi fue enviado a prisión, y sufrió terribles atrocidades en ella porque Thequewe Manene testificó en falso contra él ante la policía. Mralasi declaró ante la Comisión que no había dejado de sentir un odio ardiente hacia Manene ninguno de los días que transcurrió en la cárcel.

Cinco años después, los dos hombres se encontraron en la calle. "Uno de mis hijos lo señaló y dijo: "Allí está", explicaba Mralasi. Así que pedí que me dieran mi cuchillo, lo abrí y me lo metí en el bolsillo". Decidido a matarlo a puñaladas, Mralasi saludó a su Judas Iscariote. "Mientras estaba allí, de pie, me dijo que le costaba un poco hablar; me sorprendí y me pregunté qué problemas tendría. Le miré y pude ver que había cambiado de verdad. Pude ver que había sufrido mucho. Su rostro lo decía a las claras".

Mralasi llamó a su esposa "y le pedí que sacara una libra y se la diera a aquel hombre para que pudiera comprarse algo de comida... Mientras me alejaba en el coche, él levantó la mano, en un intento de decir adiós. Y yo le respondí... Seguí despidiéndome durante mucho rato, tocando la bocina... Y ésa fue la última vez que le vi, nunca volvió a su casa. Nunca fue a ver a su familia. Se dirigió al hospital y allí acabó su vida". Tanto si estaba ya enfermo como si el arrepentimiento le había hecho la vida insoportable, Manene murió poco después.

Tutu, que en muchas ocasiones rompió a llorar, utilizó una imagen bíblica muy apropiada para apelar a todos los surafricanos durante la ceremonia del jueves pasado, en Pretoria, en la que entregó el informe al presidente Mandela y al pueblo de Suráfrica. "Aceptad este informe como una vía indispensable hacia la curación", declaró el Premio Nobel de la Paz de 1984. "Que las aguas de la curación manen hoy de Pretoria, como manaban del altar en la visión de Ezequiel... para limpiar nuestra tierra, limpiar a su gente y alcanzar la unidad y la reconciliación". La reacción inmediata de los partidos políticos mencionados en el informe no da muchos indicios de unidad ni reconciliación. El Partido Nacional, el CNA y las demás organizaciones han expresado diversos grados de indignación y han manifestado sus dudas. Pero se trata de juegos políticos a seis meses de las elecciones.

El valor del trabajo realizado por la Comisión, tal como lo entiende el visionario arzobispo Tutu, la conciencia moral de Suráfrica, no va a verse en su totalidad hoy, mañana ni la semana que viene. Pero seguirá resonando durante años y durante siglos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_