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Nuestras categorías y nuestras opciones políticas deben ser enteramente revisadas. Se ha vuelto imposible contraponer capitalismo y socialismo, puesto que el socialismo como gestión económica por el Estado ya no existe en ninguna parte, y si el primero está reducido a la economía de mercado, el mundo entero es capitalista. La idea de la socialdemocracia también carece de sentido, ya que corresponde al acceso al poder del sindicalismo, hoy en retroceso en todas partes. Sólo unos cuantos ideólogos pueden hoy dar una visión maniquea del mundo, pero la opinión pública ya no les escucha. ¿Debemos llegar a la conclusión de que ha triunfado el pensamiento único y que ya no hay diferencias entre derecha e izquierda? Esta idea es al menos tan absurda como las dicotomías que cree superar. No debemos ver diferencias ahí donde veíamos rupturas, pero hay que verlas donde se dice que ya no las hay.Existe un problema central al que todos los países tienen que enfrentarse. Hay que reforzar la capacidad de intervención del Estado nacional o regional frente a unos mercados incontrolados, a los intereses privados y a la corrupción, a los corporativismos y a la burocracia. Rusia no sufre por ser capitalista o socialista, sino por estar descabezada.

Pero hay dos maneras de reforzar la capacidad de decisión pública: depende del obstáculo principal a superar. Si el Estado está paralizado por los feudos y los corporativismos administrativos, necesita la presencia de los mercados para reforzarse.Con este espíritu, Italia fue apasionadamente proeuropea: porque se sentía incapaz de transformar su Estado por sí misma. Si, por el contrario, el Estado es prisionero de mafias y de grupos de especuladores, como es el caso de un México aplastado por la catástrofe financiera del FOBAPROA en la que quedan engullidos decenas de miles de millones de dólares, únicamente la presión social puede conducir a un fortalecimiento y a una modernización del Estado y del sistema político. Todas las políticas son de centro en el sentido de que buscan combinar objetivos sociales con fines económicos, pero la alianza entre las fuerzas económicas y el Estado define al centro-derecha, mientras que la alianza entre las presiones sociales y el Estado define al centro-izquierda. Lo que aquí llamo centro-derecha es lo que Tony Blair llama la tercera vía o el social-liberalismo, expresión que pone claramente el acento en el liberalismo completándolo con políticas públicas de educación y de sanidad y también intentando fortalecer (empowerment) a los actores sociales. Por lo tanto, el centro-izquierda puede definirse como dos y medio, como punto intermedio entre la tercera vía de Blair y de Schröder y la antigua socialdemocracia, que constituía la segunda vía, opuesta a la primera, que era el liberalismo a lo Reagan y Thatcher. Que no se vea en esta formulación un guiño nostálgico hacia la Internacional 2 ½ que los socialistas de Europa central crearon a media distancia entre la socialdemocracia de la Segunda Internacional y el bolchevismo de la Tercera. Lo importante es reconocer al mismo tiempo la diferencia clara entre centro-izquierda y centro-derecha y la ausencia de ruptura profunda entre "2 ½" y "3". En realidad, cada país debe escoger una estrategia que puede situarle claramente en uno u otro lado o permitirle evolucionar entre el uno y el otro. Tomemos dos ejemplos opuestos. Felix H. Cardoso fue elegido en Brasil como presidente de centro-izquierda; no obstante, tuvo que hacer una política de centro-derecha, ya que el Estado todavía estaba y sigue estando aplastado por el déficit del sector público, lo que le priva de toda capacidad de iniciativa frente a los peligros de la vuelta de la inflación. Sin embargo, es evidente que Brasil debe orientarse lo más rápidamente posible hacia una política del "2 ½". En Italia, el Gobierno de Romano Prodi, que acaba de caer, fue concebido como un Gobierno de centro-derecha por gran parte de la izquierda italiana, que recelaba de este democristiano. Ahora bien, este Gobierno fue apoyado por el antiguo Partido Comunista y sobre todo por los sindicatos, lo que constituye la definición de un Gobierno de centro-izquierda. En cuanto a Francia, sólo puede encontrar el equilibrio de una política del "2 ½", aceptando a la vez la resistencia de la vieja izquierda, vinculada a la economía administrada, y la aceptación por el Gobierno de Jospin de la política de Maastricht y de Amsterdam. Una estrategia compleja, costosa, pero que ha resultado ser sumamente eficaz y contar con el apoyo de la población.

La hipótesis general que se puede formular es que la caída del antiguo Estado intervencionista y corporativista a dado en casi todas partes prioridad a políticas, en primer lugar liberales en el espíritu de la época de Reagan-Thatcher y luego posliberales, que corrigen un liberalismo extremo mediante políticas públicas de educación y de sanidad. Pero, a medida que aparecen los aspectos negativos de la transición liberal y los riesgos que el juego del dominó financiero hace correr a la vida económica mundial, hay que volver a dar mayor peso a las presiones sociales que pueden fortalecer la resistencia del Estado a las tormentas financieras. Una evolución así empieza a hacerse sentir en Chile, donde es un socialista, Ricardo Lagos, en vez de un democristiano, el que aparece como el mejor situado de cara a las próximas elecciones presidenciales, y también en Argentina con la subida del FREPASO. A pesar de la orientación personal de Schröder, el Partido Socialdemócrata (SPD) de Lafontaine es más sensible a la tesis francesa del Gobierno económico de Europa, mientras que el Bundesbank imponía su poder al Gobierno del área del marco. Pero esta evolución hacia la política del "2 ½" sólo es posible si la vía está libre a la izquierda, si el antiguo intervencionismo, cuyo espíritu sigue teniendo gran fuerza en particular en Francia, es abandonado. Durante cuatro años, hemos visto como la izquierda brasileña estaba tan atada a unos modelos retóricos antiguos que sólo había margen para una política de centro-derecha. Y la estrategia de Bertinotti conduce a Italia inexorablemente a los brazos de Cossiga, por tanto, hacia un centro cada vez más a la derecha.

Pero lo más importante es recordar que la oposición entre el centro-derecha y el centro-izquierda, entre la tercera

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vía y la política del "2 ½", se sitúa en un orden democrático, por lo tanto, fluctuante, ya que en una democracia no hay una frontera permanente e insuperable entre mayoría y minoría, como tampoco la hay en un orden revolucionario donde el otro es siempre un enemigo contra el cual debe hacerse una guerra que siempre está encaminada a eliminarlo.

Ya hemos perdido demasiado tiempo en disputas retóricas carentes de sentido, lo que dejó el campo libre a una política limitada a la destrucción a cargo de los mercados de todas las formas de resistencia social, buenas o malas. Hay que redefinir las opciones reales, comprender que ya no implican una ruptura social, pero que tampoco son variantes sin importancia de un pensamiento único. En los países latinos, tanto en Europa como en Latinoamérica, la resistencia de los antiguos modelos de izquierda conduce a soluciones de centro-derecha que aceptan lo esencial de la herencia liberal y que necesariamente dan la prioridad al desmantelamiento de las viejas formas de presión corporativistas. No obstante, la prioridad consiste hoy en pasar del centro-derecha al centro-izquierda, dado lo sumamente negativos que se vuelven, cada vez más, los efectos de la transición liberal. A veces, el camino se abre por sí sólo: es el caso en Francia, donde el movimiento de los estudiantes de enseñanza media acuden en apoyo de la política de descentralización de Claude Allègre; otras veces, por el contrario, las resistencias son grandes, lo que sucede en Francia con la presencia del Partido Comunista en el Gobierno, que ha llevado a aplazar privatizaciones necesarias. Estos ejemplos opuestos, tomados en el mismo país, muestran que ninguna opción puede ser extrema y que siempre hay que combinar las dos políticas. Aunque hay que tener claramente presente cuál es la prioridad en un determinado momento: ¿hay que reforzar ante todo las presiones exteriores de la economía sobre el Estado o, por el contrario, hay que reforzar las presiones sociales indispensables para que el Estado sea capaz de resistir a los desórdenes financieros? La segunda respuesta corresponde cada vez más a la situación actual.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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