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43º FESTIVAL DE VALLADOLID

Paul Auster hace volar su escritura con la imagen de "Lulu on the bridge"

Los "Idiotas" subversivos de Lars von Trier siguen abriendo fronteras

Ayer llegaron los Idiotas subversivos que hace unos meses puso en camino el danés Lars von Trier. Siguen rompiendo fronteras, escandalizando a las mentes estrechas de la Europa idiota. Pero la sorpresa llegó de Nueva York. La trajeron Paul Auster, escritor y director de Lulu on the bridge, y Mira Sorvino, su protagonista junto a Harvey Keitel. Es cine de gran belleza y el mejor, más conciso y conmovedor relato de Auster.

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Un amor intenso

Las dos películas pasaron por los escaparates de Cannes sin levantar polvaredas ni entusiasmos. No llevan dentro cine de diseño y moqueta, sino cine libertario e incatalogable la primera y exquisito cine clásico de absoluta modernidad la segunda. Se trata de dos películas completamente vivas y completamente distintas, que cada una a su manera ofrece un camino al cine que viene y que nos proporcionan accesos a la esperanza.A la de Lars von Trier los pontífices del glamour la ignoraron porque no tiene pinta de productiva y porque tomarla en serio les convertiría en idiotas a ellos, ya que hace añicos las convenciones del conservadurismo, los pactos de la modernez, y recupera con libertad y coraje absolutos la inocencia del cine fundacional, artesanal, primordial, incluso en sus gloriosos balbuceos, en sus ágiles imprecisiones, en su emocionante elementalidad.

La gente estrecha rechaza la anchura de la metáfora de Idiotas, porque es indigerible para los insulsos estómagos de la sofisticación y del laboratorio de rutinas en que se ha convertido la producción que abastece masivamente al pesebre televisivo, que está abarrotado de potitos de seudocine predigerido. No tiene ahí cabida el cine abrupto e indigesto de Lars von Trier, y hay que felicitar por ello al temerario cineasta danés, ese magnífico loco que desencadenó esta incatalogable aventura de unos Idiotas dueños de los resortes del talento de la libertad.

También, aunque algo menos, pasó allí inadvertida la enorme belleza de Lulu on the bridge. Es demasiado buen cine para que arme la gresca en los compadreos del papel cuché con la gramática del truco, del efecto especial y el estrellato de diseño pijo, hoy reinante. Pero Paul Auster, novelista, lleva en la sangre de su escritura un auténtico chorro de celuloide clásico. Lo dio suelta en el guión de Smoke y en su posterior contribución, también junto a Wayne Wang, a la dirección improvisada de Blue in the face. Y ahora, en esta Lulu on the bridge, una maravilla lírica, un delicado e intenso prodigio de cine de amor, introspectivo y elegante, que entra dentro, muy dentro, de las estancias donde se mueve la conciencia de la gente común. Auster afronta esta vez él solo la escritura y la dirección y nos regala una joya, de la estirpe que su colega francés Guediguian llamó hace poco "cine antiguo absolutamente moderno".

Con total solvencia profesional, mueve Paul Auster sombras y ecos del teatro de Wedeking y del cine de la inmensa Lulú de Louise Brooks, de La mujer del cuadro de Fritz Lang y de aquella portentosa cumbre -sintética de expresionismo y surrealismo- del cine estadounidense titulada Jennie, que dirigió el alemán William Dieterle. Un riquísimo entramado de vivencias de la historia del cine se aprieta de esta manera en las imágenes y en la profunda musicalidad del tiempo de este precioso y cautivador relato de Paul Auster, el más hermoso de cuantos ha imaginado este fértil fabulador de novelas, ahora convertido en más, en mucho más, que una simple promesa de cineasta.

No hay promesa, sino presencia, de auténtico talento cinematográfico, de estilo de cine puro, en esta primera aventura solitaria de Paul Auster dentro del difícil y movedizo territorio que se extiende detrás de las cámaras. Hay luz y sentido del tenebrismo, hay acabamiento, hay dominio del ritmo, de la creación de lenguaje, de la redondez e incluso de inesperados giros de refinado pulimento de la sensibilidad para la captura y el enlace de las imágenes. Hay, en definitiva, cine de ahora y de siempre, cine de verdad.

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