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La "season"

Se la inventaron los británicos pudientes, que eran bastantes, durante las épocas victoriana y eduardiana, y hacia las postrimerías del pasado siglo les imitaron con entusiasmo los rusos pudientes, que eran los zares, su familia y cortesanos más algunos duques de mucho fuste. Season: estación del año, sí, pero la primera acepción en inglés sería "época más adecuada, oportunidad más favorable para gozar de la vida en su apogeo". Seasonable: hoy, "política y socialmente correcto". Season de invierno en los Alpes, season estival en la Costa Azul, descubierta por lord Brougham, canciller del Exchequer, en 1834. Niza, Boulevard des Anglais, un nombre que lo dice todo. Cannes, La Croisette, donde todavía hoy avistamos sillas de ruedas de porte imperial a bordo de las cuales son trasladadas centenarias duquesas, ornadas por lulús no menos centenarios, que sin duda pertenecen aún a dicha época. Aunque la season más gorda, en cuestión de ojeo y cotilleo mutuo de clases dirigentes, era el retorno en otoño a Londres: la ópera, el teatro, el ballet y la maledicencia para las damas, el club cerradamente masculino, el croquet, el rito del oporto y la emocionada vuelta a los brazos de la satinada y cremosa barragana para los gentlemen.Y aquí en Madrid, que es a lo que iba, a pesar de la distancia cronológica y de hábitos culturales, también tenemos nuestra season de otoño, nuestra ópera, teatro y qué sé yo. También da gusto regresar a esta ciudad "tan presiosa", a la existencia habitual, endosarse de nuevo esa "camiseta de asfalto y hormigón" que simbolizaría nuestra vida sólita. Recuperar las amistades, los ritmos de siempre. Irnos preparando con tiempo para esa entrañable monserga publicitaria e insolidaria llamada Navidad. Acudir a los estrenos, retomar el curso de los acontecimientos sociales, volver a Casa Lucio para ver y ser visto, jugar al famoseo como nunca en la estela.

Sin embargo, siendo esta ciudad lo que es y poseyendo el Ayuntamiento que posee, no hay cuchipanda social capaz de hacernos olvidar por un solo momento el protagonismo de dicha institución. Asoma el cuezo por doquier, nos acosa y obsesiona. "Había que cortar en agosto", pero resulta que en octubre las mismas perforadoras de la misma empresa vuelven a cortar por lo sano practicando las mismas zanjas, cubriéndolas con las mismas planchas, amenazando nuestras tibias y peronés, atufándonos y ensordeciéndonos. ¿Se les había olvidado algo dentro, debajo? No se sabe, ¡no nos cuentan nada! La zarabanda municipal nocturna no ha cesado en las calles mártires que han de soportarla a diario como un castigo bíblico (otras, ni las tocan), los tubos tonantes limpiahojas, flagelo de ciudadanos, han proliferado. Su desdén hacia el vecindario y la inteligencia se hace insoportable. Prosigue cerrilmente en muchos barrios la ampliación de las aceras y consiguiente reducción de las plazas de aparcamiento público, ya se sabe con qué intenciones, y nos anuncian tan panchos que todas las papeleras de la ciudad van a ser cambiadas en los próximos tres meses. Flipa, ante la noticia, el pueblo cada vez menos soberano, pero alguien va a ganar mucho dinero con esta operación, seguro, y ya se sabe que hay que crear fuentes de riqueza. Queda terminantemente prohibido dejar el coche aparcado en la vía pública más de siete días y los infractores serán punidos con saña, más fuentes de riqueza. Olavide, el chalé de Dámaso Alonso en Alberto Alcocer y la glorieta de la Beata María Ana de Jesús continúan en el corredor de la muerte del excelentísimo Ayuntamiento en espera de que el señor alcalde pueda inaugurar su ejecución, y ya las mamparas antisuicidio del Viaducto, despojadas de los negros trapos que las cubrían, se muestran a los paseantes en todo su esplendor de nuevas ricas. Son dobles, gordas, blindadas sin reparar en gastos y lucen con irreprimible orgullo el escudo del excelentísimo Ayuntamiento de Madrid. Nos han privado, en la acera impar de Bailén, de contemplar los jardines, la calle de Segovia, las cúpulas de las iglesias y catedral vieja. En la acera de los pares, de la Casa de Campo, la sierra azul y violeta de los crepúsculos velazqueños, el frescor de las noches estivales, media vida. Ahora sí que dan ganas de quitarse la otra media.

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