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Con el país a cuestas

Los actores iberoamericanos en gira llevan consigo sus ritos y costumbres

En la habitación 422 de la Residencia del Tiempo Libre, lugar en el que han sido alojados los más de 500 participantes del Festival Iberoamericano de Teatro, Leo y Pilar instalan a los pies de la cama sus respectivos altares, cada cual según su devoción. El primero se encomienda a San Lázaro, el segundo hace lo propio con Elegguá, la divinidad yoruba que posee las llaves del destino y personifica el azar y la muerte. Se trata de una costumbre ancestral y sincrética, de origen afrocaribeño, que estos músicos llevan por el mundo como una valija sentimental, desde Canadá a Singapur. Algo similar sucede con el actor Orestes Pérez, fiel a Santa Bárbara, quien jamás sube al escenario sin llevar consigo un hatillo de flores con cinta roja y un ángel de la guarda prendido del cuello. En una clave menos espiritual, Raúl Durán, hombre de teatro radicado en Miami, coloca en su habitación una foto de Benny Moré que le inspira serenidad y garantiza la buena marcha de la gira, en la que él mismo encarna al que fuera llamado El bárbaro del ritmo. Manías, supersticiones, hábitos o actitudes propias de cada país sirven para desmentir el estigma de desarraigo que acompaña a la figura del actor, le mantienen en el apego a su tierra y lo identifican en el marasmo multicultural del Festival Internacional de Teatro de Cádiz. Si el amarillo es, desde tiempos remotos y a escala universal, sinónimo de cenizo irredento para el mundo del teatro, los puertorriqueños abominan del verde en días de estreno. Este hecho tiene su origen, según el director Pedro Adorno, en el día en que el célebre director José Félix Gómez sufriera un desafortunado percance con un bote de pintura del citado color. Brasileños y españoles comparten el uso de desearse buena suerte diciendo simplemente "mierda". Por su parte, los chilenos no pueden en ningún caso pronunciar sobre las tablas la palabra "culebra", bajo amenaza de desastre. Antes de salir a escena, los miembros del grupo Teatro Buendía, de La Habana, se rocían con un polvo extraído de la cáscara del huevo machacada para ahuyentar los malos presagios. Algunos se introducen canela en la boca, "para evitar las contradicciones", aseguran. La cultura de la comida y la bebida, incluso la del tabaco, es también estrictamente nacional en los alojamientos. Los actores renuncian a los productos españoles para traer en las maletas los de su consumo habitual, ya sea tequila en el caso de los mexicanos, el ron de los cubanos o el inevitable mate de los rioplatenses. Algunas de estas culturas acostumbran a verter el primer trago de cada botella en el suelo, lo que suele acarrear protestar por parte del personal de limpieza. Sólo ocasionalmente se deciden a probar una manzanilla de Sanlúcar o un brandy jerezano, "pero es que la fidelidad a la tierra", se justifica el músico habanero Carlos Fernández, "no está reñida con la afición a lo bueno".

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