Se necesitan desatascadores
Creíamos, como lo creía el mismísimo consejero de Industria, Diego Such, que el conflicto de la Ford había dejado de ser un problema, que empresa y trabajadores habían encontrado el atajo adecuado para conciliar sus desavenencias y sacar adelante el convenio. Atrás quedaban las severas amenazas del dirigente de la compañía en España, Juan José Ubaghs, y los respectivos empecinamientos de las partes negociadoras. Se sosegaba así la alarma general que cundía en los medios económicos y políticos valencianos, sin excluir a la opinión pública, perpleja ante la apocalipsis laboral que se prefiguraba. Incluso era imaginable recuperar para la planta de Almussafes esas 310 unidades de Focus que se producirán en otra factoría y que, por supuesto, el citado modelo se presentase en Valencia, como sería lógico. Por desgracia, no parece factible que ese tajo ni tal fasto puedan ser recuperados, como aseguran fuentes solventes de la firma automovilística. Si quedaba alguna duda, acaba de ser despejada desde Detroit, la central del imperio fordiano. Uno de sus vicepresidentes, David Thursfield, buen conocedor y hasta cordialmente predispuesto hacia esta factoría, ha apremiado a los negociadores, al tiempo que lanzaba el temible órdago: ni una peseta adicional y, además, peligra el futuro de la fábrica. Era la respuesta a la mani sindical del miércoles último. La propuesta de la patronal es inamovible, después de haber cedido en casi todos los capítulos en disputa: remuneraciones, días vacantes -seis semanas-, trabajo sabatino no obligatorio, reducción de jornada a partir del 2001, escuela de aprendices, tercer turno si hay sobrante de plantilla, etcétera. ¿Se puede seguir estirando el hilo? Las centrales UGT y FAMIF han considerado que hay base suficiente para rematar el acuerdo. Las otras cuatro plataformas entienden lo contrario. Ni es bastante ni se amedrentan por las admoniciones del citado jefazo. El tiempo se acaba y juega contra ambas partes. Después de nueve meses y el coletazo convulso de estos días ya han de saber unos y otra qué costos pueden asumir antes de abocar a situaciones irreversibles. Como irreversible podría ser que la empresa continuase trasladando más segmentos de producción a otras plantas europeas y que en los sindicatos se acentuase el fraccionamiento. Por ahora no hay motivos para sospechar que Ford alienta este desguace parcial o que se ha roto el frente sindical, tan precario, no obstante. Pero no son en modo alguno trances desdeñables y por eso, quizá, se invoca una reunión del comité de empresa para mañana mismo. Es el punto final de una negociación que ha dado de sí todo lo que se podía esperar. Es posible que en esta delicada coyuntura se eche de menos la palabra componedora de la Generalitat, pero mejor será que permanezca en silencio, habida cuenta de cuán desafortunada fue su reciente intervención. Dejemos pues que, sin mediaciones, la sensatez prime sobre las obstinaciones y temeridades. La necesidad como virtud Un sondeo de opinión entre las gentes informadas acerca del pacto para configurar la Acadèmia Valenciana de la Llengua revelaría que nadie o casi nadie tiene la menor confianza en su alumbramiento. Muy amplios sectores sociales y políticos celebrarían, incluso, que se quedase en agua de borrajas antes de parir un esperpento. El fracaso, además, avalaría la cantinela que se viene repitiendo: "No, si ya lo decía yo, que no era posible juntar churras con merinas" o, lo que es lo mismo, filólogos e ilustrados con advenedizos y analfabetos. Sin embargo, aunque el cuerpo y la decencia intelectual nos tiente a regodearnos con el fracaso, una mínima reserva de civismo nos obliga también a propiciar el consenso y acabar con este bochornoso problema activado por un veta cerril de la derecha capitalina. Pero está complicado. En estas vísperas dominicales -cuando escribimos- no hay visos de que los extremos se toquen. De parte socialista se ha llegado a decir que los académicos, o parte de ellos, propuestos por el PP constituyen un insulto a la inteligencia. Añádase a ello que el partido conservador tampoco dispone de mucho banquillo para mover, amén de las hipotecas que lo maniatan: prensa carca, secesionismo virulento, gramáticos de ir por casa y, sobre todo, el secular desinterés del universo conservador indígena en torno a la lengua y su uso. En realidad, los populares quedarían gratificados con un maquillaje del problema, el suficiente para que el presidente Zaplana se colgase la medalla de pacificador y pudiese obviar el tedioso hostigamiento de los ignaros que ha de soportar porque le votan o le condicionan. Desde el PP, en cambio, alegan que el PSPV, que mora en la oposición, no puede quedarse con el santo y la peana, imponiendo la mayoría cualificada de ese ente non grato. El desencanto se acentúa, a mayor abundamiento, por la viciada química personal entre los principales negociadores, digo del consejero de Cultura, Francisco Camps, y el dirigente socialista Joan Romero. Entre ellos han quemado todos los cartuchos posibles y están obligados a cambiar de pareja para desbloquear el trámite. A este respecto, los próximos días serán decisivos y posiblemente prodigiosos, caso de llegar a un arreglo que no sea demasiado sonrojante. Pero desencallar este trasto exigirá que los líderes de los partidos mayoritarios se miren a los ojos y hagan de la necesidad virtud. Ha pasado la hora de los portavoces, comisionados y subalternos. Es la oportunidad para los primeros espadas. Si ello no lo desatascan es que no se puede y, en consecuencia, pasamos página y volvemos a las andadas. Ya lo decía yo...
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