Falso culpable
El miércoles pasado se sentaba en el banquillo de la sección quinta de la Audiencia de Valencia Francisco Javier U. M.. Hace dos años, armado con un fusil semiautomático y una pistola, atracó una sucursal bancaria de la calle del Pintor Sorolla. El tipo efectuó más de cincuenta disparos antes de que un guardia jurado le atravesase la pierna de un balazo. Y si no murió nadie fue "por la existencia de un batallón de ángeles de la guardia", según explicó a los jueces un perito judicial con dotes para la metáfora. Cuando antes de pronunciar el visto para sentencia, los jueces dieron la palabra al reo, el individuo soltó una lapidaria de antología: "Un atracador no es un asesino, es un profesional de la intimidación, siempre que dispara es para intimidar no para matar". Sólo le faltó añadir que si alguna vez se llevan a alguien por delante es por un fallo, como el que se tiene en cualquier oficio. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y las compañías de vigilantes también están formadas por profesionales de la intimidación, pero con licencia. De hecho suelen ir uniformadas por esa razón y para esa función, para disuadir con su presencia y la de sus armas al cinto a esos intrusos en su profesión que son los atracadores y otras gentes de mal vivir. Las negras togas de los jueces sirven también para escenificar la función represiva del derecho penal, la profesionalidad de la sanción. Al leer la crónica de los asesinatos en serie de Castellón, presuntamente cometidos por un agente de seguros, y la lamentable historia del hombre que se ha pasado cinco meses en prisión erróneamente acusado de tres de los cinco crímenes, es inevitable acordarse del Hitchcock de Frenesí (1971) y del pelirrojo asentador de frutas y verduras que finalmente acaba siendo el estrangulador. Como en tantas películas suyas, también en esta aparece el tema del hombre acusado de un crimen cometido por otro que había desarrollado magistralmente en Falso culpable (1957), film inspirado en una crónica de sucesos que había leído en la revista Life. Una crónica de sucesos que Hitchcock siguió casi al pie de la letra debido a su identificación con el personaje interpretado por Henry Fonda. En su larga conversación con François Trufaut (El libro de bolsillo Alianza Editorial), Hitchcock lo explica con detalles que se remontan a sus miedos infantiles: la policía y los jesuitas. En esta obra, el director de Psicosis reconoce al realizador de Los cuatrocientos golpes que en Falso culpable le falló el distanciamiento de la realidad necesario para redondear la historia. Todo parece indicar que con el falso culpable de los crímenes de Castellón se ha producido algo más que una cadena de errores policiales y judiciales. Policías y jueces, los profesionales de la intimidación y de la sanción, han dejado patéticamente al descubierto la fragilidad de la naturaleza humana cuando el miedo cercena la libertad. Con sus películas Hitchcock y Truffaut sublimaron sus propios miedos dejándonos auténticas obras de arte. Según la crónica de Life, el proceso judicial contra el falso culpable que encarnó en la pantalla Henry Fonda condujo a su mujer a la locura y al internamiento en un psiquiátrico. En su larga pesadilla el falso culpable de Castellón ha perdido su trabajo, su honor y me temo que algo más. Creo que los reporteros de sucesos no deberían dejar de contarlo. Aunque sólo fuera para que lo leyeran los jueces y los policías.
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