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Romero, un líder locuaz

En ocasiones, la luz y los taquígrafos no son el mejor condimento para sazonar los negocios políticos. En ocasiones, digo, una cierta penumbra y mucha discreción abonan los acuerdos con más eficacia que el vocerío de la galería o de los escudriñadores mediáticos. Tal es el caso del pacto que se cuece acerca de la composición de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, que esta misma semana ha de alumbrarse y que el presidente Eduardo Zaplana -según todos los indicios- ha querido poner en lo posible a cubierto de las casi inevitables interferencias y presiones. A cubierto, sobre todo, de quienes se irrogan el derecho a repartir venias y vetos, aún careciendo de autoridad política o académica. El secretario general del PSPV, Joan Romero, en cambio, no da la impresión de compartir este criterio y, en lo relativo al mencionado asunto, no pasa día sin que le de tres cuartos al pregonero. Algo realmente novedoso por cuanto él mismo es víctima de las abundantes filtraciones, a menudo manipuladas, que se padecen en su propio partido. En la dirección del PP están incómodos y se sienten tentados a no mover un solo peón hasta la hora H del día D con el fin de salvaguardar la reserva de los cabildeos. Por otra parte entienden que la incontinencia verbal del líder socialista se debe a la necesidad de no perder protagonismo en la inminente solución del conflicto. No se resigna a ser segundón en esta historia, cuando resulta obvio que su relevancia personal y partidaria no depende de sus cuitas o declaraciones sino de la composición final del ente normativo, de la Acadèmia. Ahora, mientras se aventuran candidaturas y se analiza el linaje y pelaje de lo que será una envidiable sinecura, en los círculos más enterados se conjetura quién será su presidente. Como es sabido, en estos trances, citar a alguien equivale a fungirlo. Joaquín Calomarde, por ejemplo. No obstante, es el momento de formular las apuestas y, personalmente, de entre todas las escuchadas, uniría mi suerte a la de aquellos que dan por bueno que Manuel Tarancón, presidente de la Diputación de Valencia, será el designado. Es una hipótesis que Romero debe valorar calmadamente antes de vocear su decisión. Las candidaturas de Pere Maria Orts, María Beneyto o Bru i Vidal se nos antojan demasiado buenas para un país tan anormal. Con espoleta retardada En agosto de 1995 la Inspección de Trabajo elaboró un informe acerca de presuntas irregularidades cometidas por la Confederación Empresarial Valenciana (CEV) en la administración de ese maná que han sido o son los fondos públicos para la formación continua y ocupacional de los trabajadores. Por desidia o complicidad, el documento se traspapeló y ocultó en la Consejería de Trabajo, en manos del PP, hasta que el diario Levante aireó la anomalía. A partir de ahí, se inició un lento -¡cómo no!- proceso que el Tribunal de Cuentas acaba de acelerar al remitir a las instancias judiciales autonómicas los resultados de su investigación sobre este asunto. Si alguien es algún momento quiso impedir el estallido de la bomba olvidó desactivarle la espoleta retardada. El desaguisado se cuantifica en 191 millones de pesetas, evaporados o no justificados, y como responsables principales aparecen los que por entonces, que ya no, mandaban en la mentada patronal, José María Jiménez de Laiglesia, presidente a la sazón, y Luis Espinosa, secretario general con mucho poderío. Ahora, después de año y medio alejados de la poltrona, son requeridos para que respondan de las distracciones o enjuagues que se han constatado, aunque no hayan de poner un céntimo de su bolsillo, pues la CEV correrá con el gasto. Al margen de la resolución judicial que proceda, bien se pueden avanzar un par de considerandos. El primero habría de subrayar la impericia gerencial y administrativa de tan notables dirigentes. En casa de herrero, cuchillo de palo, diríase. Con lucro personal o sin él -y es más justo hablar de desmañados que de trincones-, la chapuza que se les imputa es un baldón que les inhabilita, al tiempo que delata asimismo la endeblez orgánica y pobreza de medios técnicos de ese chiringuito que era la CEV para garantizar el buen fin de los millones encomendados. ¿Qué formación profesional podrían impartir si se ignoran o soslayan los más elementales principios contables? Y una segunda consideración: ¿qué pensar de un empresariado que miraba hacia otro lado mientras se incubaba el escándalo? Haya o no penitencia habremos de confiar en que, como parece, ha cundido el propósito de enmienda y la tesorería de la patronal no es ya un cajón de sastre. Cuando las barbas de tu vecino... Ninguna expectativa de beneficio es ajena al capital privado. El panliberalismo económico no conoce límites y parece que el tifón privatizador ha llegado a las Ferias de Muestras. La de Madrid, está acechada por una multinacional que controla otras europeas de primera magnitud. Los tipos que están al filo de estas maniobras se hacen lenguas de las ventajas que comporta este cambio de titularidad, que se traduciría en una internacionalización más intensa de los certámenes, mas alta profesionalización y dinero a espuertas. A la Institución Ferial Madrileña, Ifema, pueden engatusarla por una cifra superior a los 20.000 millones de pesetas. Aquí y ahora esta circunstancia no nos concierne todavía. El tinglado ferial valenciano que preside Antonio Baixauli tiene deudas, pero no son exorbitantes y están consolidadas. Otra cosa es su futuro a medio o largo plazo, pues crece o muere, se expande o se constriñe. Quizá esté todo previsto en su plan estratégico, en el que no figurará, sin embargo, la eventualidad de ceder los trastos a una multinacional. Pero ya se sabe que cuando las barbas de tu vecino veas, etcétera.

Sólo fue un susto

El núcleo más encopetado de los constructores y promotores del cap i casal no se ha repuesto todavía del sobresalto. El ayuntamiento de la ciudad, el suyo, al que se siente unido por un mismo destino, exhibía súbitamente veleidades dirigistas que aparentemente afectaban al diseño arquitectónico y solución urbanística de los inmuebles proyectados en la Avenida de las Cortes Valencianas. Los munícipes con mando en plaza la ensueñan suntuosa, emblemática y hasta hay quien ha evocado a modo de aleccionamiento, pero con triste fortuna, el Paseo de la Castellana, de Madrid. Esto suponía proceder a ciertas y duras correcciones que, aparentemente, afectarían a la misma configuración de los edificios. Como cabía esperar, se encendieron todas las luces de alarma en los estudios de arquitectura y empresas implicadas. Hubo quien, como Benjamín Muñoz, representante del gremio provincial del atobón, largó unas andanadas en defensa de la libertad de creación; otros intuyeron que se cuestionaban las soluciones "aterrazadas" o piramidales -cuya única objeción a mi entender es su precio opulento, que no su estética e idoneidad- y, además, aleteó el fantasma de una reciente y fugaz polémica desarrollada en estas páginas entre el concejal responsable de urbanismo, Miguel Dimínguez, y el arquitecto Juan Pecourt en torno al ámbito inefable de lo público y lo privado en la modelación de la urbe. ¿Se habría contagiado aquel de las propuestas dirigistas de éste? La jindama sólo duró unas horas. Reunidas las partes, acordaron unas enmiendas menores. ¿Podía ser de otra manera?

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