"Este trabajo es, a veces, un suplicio chino"
China queda muy cerca de la Gran Vía. Esta proximidad no depende de las promociones especiales de algún gran almacén, ni del aire de ciertas callejuelas vecinas. El artífice del milagro, más artístico que geográfico, se llama Juan Tomás Ortiz. Este madrileño nunca ha puesto los pies en Asia, pero sus trabajos de laca china han viajado hasta el país de la Gran Muralla, la cuna de esta decoración milenaria. Con 50 años cumplidos, Juan Tomás ha creado centenares de pagodas, flores o pájaros sobre mesas, costureros o burós. Todo a base de pinceladas con resinas naturales (lacas). Todo gracias a un arte heredado de su padre, Eulogio Ortiz, con quien empezó de discípulo a los 15 años. "Él era un auténtico artista. Desarrolló las técnicas de la laca por su cuenta, de manera autodidacta, y las perfeccionó a base de restaurar piezas", explica su hijo. Don Eulogio regentaba el establecimiento Oñoro y Ortiz, que creó, en 1890, José Lamela en la calle de Santa Catalina, 3. La declaración de ruina de aquel inmueble forzó el traslado del taller, en 1977, a su emplazamiento actual, en la calle de la Farmacia, 14 (Centro).
Bajo el rótulo "Lacas chinas. Coromandel" se abre un local amplio y con vocación de enfermería. Un gato pasea con tiento entre pinceles y bargueños mientras el artesano se afana en la preparación de las resinas. Los muebles de belleza añosa atestan el taller, a la espera de la cura milagrosa. También hay hueco para las piezas nuevas: Juan Tomás igual restaura lacas antiguas que crea nuevas sobre mobiliario recién hecho. Siempre acomete la tarea por encargo y al estilo chino, "el más rico y decorativo".
-¿Cómo se hace un laqueado?
-Primero recubro el objeto con una capa oleaginosa. Luego preparo las lacas, que son resinas naturales . Hay que colorearlas con los tonos elegidos o dejarlas transparentes, según se precise. A partir de ese momento, extiendo la laca en el fondo del objeto. Después, trazo sobre él el boceto de la decoración que llevará la pieza y empiezo a dar pinceladas en las figuras. Es preciso dejar secar cada capa antes de dar la siguiente. A base de trazos, se logran los altorrelieves que resaltan las siluetas.
-¿Cuántas pinceladas son necesarias para culminar un lacado?
-Hasta 15 o 20 sobre el mismo punto cuando se emplea la técnica que requiere mayor número de trazos, el coromandel. Coromandel: costa oriental india, en la bahía de Bengala, desde la que se exportaban a Europa ingentes cantidades de lacas chinas (sobre todo biombos) en los siglos XVII y XVIII. Su nombre define una técnica concreta, la del lacado en bajorrelieve. Las siluetas se tallan con gubia antes de recubrirlas con pinceladas de resinas naturales.
-Su trabajo es una tarea de chinos.
-Y a veces también es un suplicio chino.
"En cualquier otro país, mi marido sería un catedrático, pero en España no se valoran estas cosas. Cuando se quieran dar cuenta, este oficio habrá desaparecido", tercia Amparo, esposa y ayudante de Juan Tomás.
-Pero ahora hay cursos de estas cosas.
-Y también hay restauradores de nuevo cuño que hacen unas chapuzas impresionantes. Me han ofrecido dar clases, pero eso me obligaría a cerrar el taller, porque no tengo tiempo para todo. Además, este oficio no se aprende con unos cursos, sino empezando de aprendiz, explica Juan Tomás.
-¿Por qué no contrata uno?
-Me gustaría tener un aprendiz, pero no puedo pagarlo. Este trabajo da para vivir sin holgura, y eso empezando a las siete de la mañana y acabando a las diez de la noche.
El artesano nunca se ha podido permitir un viaje a China, la cuna del arte que él practica. En cambio, ha hecho acopio de una valiosa documentación sobre laqueados cuyo futuro ve peligrar si no hay continuidad en el taller. Uno de sus hijos, Álvaro, le echa una mano en vacaciones, pero sin compromiso de continuidad. Estudia ciencias políticas y no ve "muy claro" heredar el arte de los Ortiz. "Los padres de mis amigos trabajan menos horas que el mío", justifica el veintiañero.
Mientras tanto, Juan Tomás, sobrado de encargos, se siente preso del valor del tiempo. "Mi problema es ése, que el tiempo es oro. Y yo no puedo cobrar por horas, porque entonces mi tarifa sería una barbaridad", afirma el artesano. "Para hacer las restauraciones tengo que dar un presupuesto, pero yo no sé lo que voy a encontrar bajo la pátina. A menudo la pieza me exige mucha más dedicación de lo que pensaba. Como no soy capaz de hacer chapuzas, cobro lo acordado y pierdo", detalla.
La obra nueva es más segura (250.000 pesetas por la decoración de una mesa), pero también más escasa: a la laca no le toca estar de moda desde hace 30 años.
Vuelva o no el auge de tan antigua decoración, Juan Tomás seguirá sin contar las horas. Un lujo asiático.
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