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Robin Hood contra Antonio das Mortes

Carlos Gil Castaño, de 33 años, rubio pajizo, mediana estatura, católico lector de la Biblia -que seguramente no sabe que eso es cosa de protestantes-, ojos y manos en perpetuo movimiento como un encefalograma histérico, pistola y fusil ametrallador a guisa de extremidades. Es el jefe de la contraguerrilla colombiana, que odia por sobre todas las cosas la palabra paramilitar. No son paras, mercenarios, repite como hablando al mundo, sino autodefensas, "emanación de la sociedad que combate al guerrillerismo marxista que amenaza destruir Colombia". Pero es un contra peculiar que recién ha leído Mañana en la batalla piensa en mí, uno de sus libros de cabecera es Por quién doblan las campanas, del que medio recita aquello de que no somos una isla de John Donne, como argumento de autoridad. Estudió hasta octavo de los 11 cursos que completan la secundaria colombiana. A la paz quisiera estudiar sociología, "o todo lo que tenga que ver con la idiosincrasia de los pueblos", y rehacer su vida con su familia, que vive en la seguridad de un país centroamericano.

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"La paz sólo la haremos los que libramos la guerra"

Dice que hace dos años y medio que no visita la ciudad, desde que le curaron una pierna rota, con nocturnidad pero sin alevosía. Las precauciones defensivas son, sin embargo, someras en este apacible claro de montaña, tierra ganada al ELN, que el Ejército ignora, aunque penden sobre su cabeza más de una docena de órdenes de busca y captura.

Su ideología es la de un difuso y recreado robinhoodismo que combate al Antonio das Mortes radical. Sólo que esta vez La guerra del fin del mundo parece que la están ganando los que, por llevar un nombre, aún se dicen marxistas.

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