Las Pilares
Para mi hermana, la doctora G. de Amérigo. Hoy es su día. Uno de los pocos nombres del santoral que no se usa en otras naciones y me temo que esté perdiendo gas entre nosotros, ignoro por qué causas o vaivenes de la moda onomástica. Una Virgen decididamente hispánica, que tomó partido en la funesta ocasión de la guerra napoleónica, Virgen beligerante, dispuesta a capitanear la tropa aragonesa y tutear al apóstol Santiago en las ocasiones de fiebre patriótica. Tampoco fue patrimonio especial de aquella región, sino adopción de muchas Marías en todo el territorio peninsular. ¡Qué digo! Es sierra en Portugal, isla en Oceanía, río de Venezuela y del Brasil, puerto filipino, barriada valenciana, lugar en Almería, cabo de mar en Chile, arrabal en Buenos Aires, población colombina... Su advocación bautizaba la geografía en aquella ocasión de dominios imperiales. Nuestro Madrid tiene siete calles y una travesía, amén del barrio que levantó Banús, la sinuosa calle del Pilar de Zaragoza y hasta una rúa de la Pilarica, en Usera.Fiesta de respirar la del 12 de octubre, enroscada a la celebración de Día de la Raza y de la Hispanidad, que hoy, tampoco sé por qué, hace que sonriamos con suficiencia y un punto de rubor. Ha sido -y es- nombre femenino, prácticamente inexportable, con gran versatilidad íntima: Maripili, Pilarín, Pili, Piluca, Pilín, Pilarica, hasta en ocasiones, no muy frecuentes, apelativo de varón, aunque ahora sólo recuerdo, como entrañable mote, el de Manolo Pilares, poeta, ferroviario y adicto a los libros que encuadernaba con amor carnal.
Andamos algo perdidos con estas remociones festivas, en especial perjudicados los floristas, que en día como hoy hacían su otoño, pues era fecha muy principal y señalada. Familiarmente, un hito anual, en tiempos el santo de mi madre, de la hermana mayor y alguna sobrina, ninguna nacida en tierra maña, pero demostrativo de lo que durante una época se llamaba ecumenidad a cualquier cosa. Parece que pierde puntos ante la avalancha de las denominaciones que han popularizado los culebrones televisivos.
Todos sabemos que es un adjetivo del universal María, y algo deberían hacer las autoridades competentes -si es que existen- a fin de que no se extinga, como está ocurriendo con el lobo, el oso y el lince, dicho sea con el mayor respeto hacia las personas, pues lo tengo por cosa más importante, aunque, sin duda, inmaterial. Me llegan noticias desde México, que cuentan la proliferación del hermoso y castellano nombre de Jimena, para cristianar recién nacidas. Pelo a pelo, no lo cambiaría por el de Jennifer que, además, hay que pronunciarlo como si llevara una y griega inicial. Entre las últimas recordadas que han bullido en la notoriedad, dos prematuramente desaparecidas: Pilar Miró y Pilar Brabo, aunque nos queda la republicana y radiofónica Rahola, que tiene la suerte de que no se catalanice su nombre de bautismo, si es que pasó por el trance.
Dos cuartos de lo mismo sucede con los más comunes apelativos varoniles. Se está acabando la reserva de Pedros, Pepes, Antonios, Juanes e incluso los también genuinos Santiagos se van convirtiendo en Jacobos poco a poco. El nombre por antonomasia ha sido José, inmortalizado por Alejandro Dumas; le dio el título de Don al cabo de infantería que pasó sus penitas por Carmen la cigarrera, otro prenombre bien notorio. Por el libreto de la ópera se nota que no se enteró de nada, mereciendo, a título póstumo y honorífico el devaluado título de hispanista de pro. ¡Mira que don José un cabo furriel!
No estoy seguro de que haya que derramar lágrimas por el extravío en esta materia. Conservemos, amemos a las Pilares, enviándolas rosas el día de su gracia. Quizás se vuelvan a llevar el siglo que viene, cuando sobrevenga la fatiga de las Vanessas y Judithes. Un territorio peninsular donde el asunto ha dado un vuelco trascendental es el País Vasco. Meditando sobre ello creo haber encontrado un atisbo de acierto al denominar a sencillas e indefensas criaturas como Nagore, Josune, Nekane, Edurne, Gotzone o Garbiñe. Podría servir de prevención ante la innoble marea de malos tratos propinada por los machos inicuos. ¡A ver quién es el guapo que le levanta la voz y la mano a una Moronda o a una Izaskun! No obstante, reivindiquemos el hermoso nombre de Pilar.
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