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El fantasma del frentismo cabalga

KOLDO UNCETA Hay temas recurrentes a lo largo de la historia, temas que aparecen y desaparecen como el Guadiana en función de coyunturas concretas. Uno de ellos es el de los famosos frentes nacionales, concepto cuyo contenido no siempre suele explicitarse con la misma claridad pero que, en esencia, viene a poner en primer término la agrupación de partidos politicos y otros colectivos sociales en torno a la defensa de la patria como bien supremo. El frente nacional tiende a articularse así sobre determinados aspectos de la realidad social -los que tienen que ver con la percepción de la nacionalidad-, dejando en un segundo plano otras cuestiones que pueden diferenciar a quienes forman parte de aquél; cuestiones que, en consecuencia, pasan a ser consideradas secundarias. La historia de los frentes nacionales arroja todo tipo de experiencias, ninguna de ellas especialmente edificante o positiva. La propuesta de agrupar a las gentes en torno a la defensa de una comunidad frente a otra, nace de la perversa idea de que la nación exige uniformidad cultural o étnica, lo que requiere el triunfo de quienes defienden una noción de país y la derrota de los otros. Es la negación intrínseca de la pluralidad y, en suma, de la convivencia democrática. Así, la afirmación del Frente Nacional de Le Pen se nutre principalmente de sentimientos xenófobos que niegan la condición de ciudadanía a quienes no pertenecen a una comunidad cultural o étnica determinada. Así, Franco articuló su rebelión contra las instituciones democráticas en torno a la idea de un Frente Nacional, que utilizaba como emblema la sacrosanta unidad de la patria, oponiéndolo al Frente Republicano que ponía en primer plano la noción de ciudadanía. Hoy, en el País Vasco, tras varios años de gobiernos plurales en los que la convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas ha arrojado no pocas experiencias positivas, se vuelven a airear los fantasmas de los frentes nacionales. Algunos lo plantean abiertamente y sin pudor. Otros de forma más sutil e instrumental. Los primeros hacen bandera de la necesidad imperiosa de un gobierno nacionalista para poder construir Euskadi a su imagen y semejanza, o defienden la necesidad de un lehendakari no nacionalista tratando de dar luz a un gobierno contra natura PSE-PP. No son muchos, pero se lo creen, tanto en un lado como en el otro. Entre los segundos, la utilización del fantasma frentista tiene perfiles principalmente electoralistas. Saben que el país necesita de una vertebración social que es incompatible con la idea del frente nacional, pero prefieren dejar esas reflexiones para después del 25 de octubre. En las próximas dos o tres semanas se trata de levantar pasiones que movilicen al electorado en una u otra dirección. Por ello, no tendremos ocasión de oír en los mítines propuestas en torno al futuro de la fiscalidad, de la sanidad, del medio ambiente, del empleo, o de la discriminación de la mujer. Es probable que ni siquiera nos den la oportunidad de escuchar distintas propuestas concretas de pacificación en un momento como este. Sólo oiremos mensajes cuyo denominador común será la necesidad de aunar fuerzas frente a los otros, para demostrar quién de los dos tiene más votos de cara a las futuras negociaciones. Y si la idea de que la construcción de Euskadi depende de que haya un gobierno nacionalista no es buena para el país, resulta bien poco edificante oír que no habrá democracia hasta que no haya un lehendakari no nacionalista. Aunque no se lo crean. Aunque sea únicamente un señuelo electoral. Hay cosas con las que no debe jugarse, ni siquiera para sacar unos pocos votos más. La retórica sobre los frentes nacionales puede acabar dando paso a realidades que ya sabemos a dónde llevan. No sería la primera vez.

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