El toro virtual
Un nuevo toro ha entrado en la fauna ibérica. Es un toro que parece programado y quizá lo esté Debe de ser el toro virtual. Sale, y es una hermosura. Sale, y se comporta con la fiereza que caracterizó siempre al toro de lidia. Es decir, que la raza humana le cae gorda; los instrumentos toricidas, más. En cuanto los vislumbra, aunque sea lejos, se arranca furioso con el evidente propósito de cornearlos y destruirlos; si los agentes inductores se guarecen en el burladero, la emprende a testarazos y hace saltar las tablas o por lo menos las astillas. Y ya está. Porque la indómita agresividad le dura un par de minutos; y transcurridos, se pega la gran morrada.
Se pega la gran morrada descarnándose las inocentes fauces en la arena, o se desploma o cae patas arriba, según. Luego soportará las varas a duras penas, permanecerá atónito durante el tercio de banderillas y, llegado el turno de muleta, la tomará sumiso los aleatorios períodos de tiempo en que logre mantener el equilibrio.
Puerto / Mora, Caballero, Barrera
EE UU, 1951 (81 m.). Dir.: Vincente Minnelli. Intérpretes: Spencer Tracy, Joan Bennett.
Toros de Puerto de San Lorenzo (uno rechazado en el reconocimiento, otro sin trapío devuelto por inválido), 1° con trapío, bravo y noble; resto bien presentados, flojos, poco bravos, nobles
2°, primer sobrero de Los Bayones, inválido, devuelto; segundo sobrero de Carlos Núñez, con trapío, inválido, noble. 6° de Alcurrucén, con bonita estampa, bien armado, inválido total, manejable.
Juan Mora: dos pinchazos y bajonazo (palmas y pitos); cuatro pinchazos y bajonazo (ovación y también pitos cuando saluda)
Manuel Caballero: cuatro pinchazos dos de ellos perdiendo la muleta —aviso-—, pinchazo y otro hondo delantero (silencio); pinchazo, media atravesada baja y rueda de peones (algunos pitos). Vicente Barrera: estocada atravesada tendida y rueda de peones (silencio); pinchazo, otro perdiendo la muleta, pinchazo y descabello (pitos).
Plaza de Las Ventas, 3 de septiembre
2ª corrida de feria. Cerca del lleno.
De estos saltaron a la arena tres y hubo otros no tan débiles que allá se andaban. En otras plazas salen así siempre los seis y no pasa nada; incluso lo bendicen. Evidentemente es el nuevo toro, el toro del tercer milenio.
Puede que alguien dirija el comportamiento de estos toros entre bastidores, puede que salgan ya programados del toril. Alguien —mano inocente, mano mágica, quizá mano negra— le da al ratón y ahí que te va el toro, su media tonelada midiendo el albero. Devolvieron el tercero al corral, por estas anomalías, compareció el sobrero y parecía fumado, por lo que fue devuelto también. El segundo sobrero, en cambio, presentaba mejor aspecto.
El segundo sobrero, hierro Carlos Núñez, lucía espléndido trapío. Galopaba con limpio tranco, se arrancaba de lejos a la raza humana y sus instrumentos toricidas. Frustrado en sus propósitos destructores, buscaba enemigos en lontananza con espíritu retador. "Este ya es otro toro", comentó alguien con evidente satisfacción. "Espere dos minutos y verá", le respondió, escéptico,, su vecino de localidad.
Transcurridos los dos minutos fue el toro y se vino abajo. O sea, que se pegó el morrón sin causa aparente que lo justificara e, incorporado, continuó dando traspiés. Al sexto toro, de bella estampa y hermosa encornadura, el ratón se lo debieron pulsar con retraso pues corría el tercio de varas cuando se desplomó. Todo ocurrió muy rápido: se retiraba el toro de la plaza montada y, de repente, cayó patas arriba. Quedó en el suelo como si se hubiera muerto. Pero no se había muerto y lo levantaron tirándole del rabo.
A este toro y al anterior inválido les pretendió faenar Vicente Barrera aplicándoles la cosa vertical, y le salió un churro. O sea, sendos churros. Este torero suele dar bonitas versiones de las suertes desde la verticalidad, mas en la presente ocasión embarcaba distante, metía pico, destemplaba el pase, sufría enganchones, aburría a la afición; y así no es.
No es el toreo de fábrica. El toreo seriado de usar y tirar que también realizó Manuel Caballero en su inválido y en un quinto toro de pastueña embestida que iba por la plaza regalando orejas. El pico, los viajes cortos, los trallazos largos, la destemplanza y, finalmente, una desastrada forma de matar caracterizaron la actuación de Manuel Caballero, torero voluntarioso —nadie lo discute— aunque sin áge.
Todo lo contrario que Juan Mora a quien se podrán reprochar carencias pero ángel si tiene. Ángel poseyeron las dos series de verónicas suavísimas y armoniosas que instrumentó a su primer toro, buen montón de los derechazos y de los naturales que cuajó en sus dos faenas. Defraudó, sin embargo, que estas formas divinas las alternara con humanas mañas consistentes en fingir pinturería, aflamencar posturas, meter —¡él también, dios!— pico a mansalva, abrir exageradamente el compás hasta casi descoyuntarse, mientras dejaba astutamente la pierna contraria atrás.
De esta guisa, unas veces creando belleza, otras descendiendo a la vulgaridad por encandilar a la galería, ora aclamado, ora reconvenido, toreó Juan Mora a los dos mejores toros de la corrida. Pastueño sin reservas el que salió cuarto, bravo de verdad el que abrió plaza.
El toro que abrió plaza, de irreprochable trapío, tomó dos duros puyazos absolutamente entregado, metiendo los riñones, fija la cabezada bajo el peto. Recrecido en banderillas, durante el último tercio se comportó con encastada nobleza. Era un toro de los que no se llevan; un toro inservible para la programación virtual. Un toro a la antigua: el toro-toro de toda la vida, que gozaba fama de ser el animal más poderoso y bello de la Creación.
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