Al son que toca
LUIS DANIEL IZPIZUA Don Arzalluz dijo lo que dijo, y tembló el mundo. La verdad es que esta vez no le presté demasiada atención, y cuando alguien me comentó entre alarmado y sorprendido sus palabras, le respondí que esperara al día siguiente, que la Arzalliada era tan interminable como el viaje de Ulises, y que a sus tempestades siempre les seguía la bonanza, o al menos la lluvia fina. Y hete aquí que, en efecto, el cielo resplandeció al día siguiente, y que, donde dijo que no cabíamos, estaba dispuesto a que cupiéramos todos. Eso sí, no se le olvidó dejar caer de paso algún desplante, pero esos detallitos sirven para dar unidad al personaje. Así queda claro que no hay dos, ni cuatro, ni dieciocho arzálluzes, sino sólo uno, entero y verdadero. Lo malo de Arzalluz no es que se parezca a Ulises, sino que quiera parecerse a Poseidón o al mismísimo Zeus portador del rayo. El destino de los vascos flota en su mente como una nave cuyo rumbo sólo él fuera capaz de dirigir. Su discurso es tan variado que a veces resulta estrambótico, pero estoy convencido de que responde a una lógica precisa y, sobre todo, a un talante peculiar. Son la lógica del gran teatro del mundo y el talante de su hacedor. No se limita a ser un psicólogo de masas -que probablemente lo es-, sino que es un gran director escénico que conoce a la perfección las debilidades de sus personajes. Él no las tiene. ¿Le han oído alguna vez retractarse de algo, reconocer algún error? Jamás. La noche y el día nunca son excluyentes para él, sino que el uno encierra a la otra y viceversa. Es la gran ventaja de los partidos nacionalistas sobre el resto. Así, lo que dijo en Salburua y lo que dijo al día siguiente en la Moncloa no se contradicen y, desmintiendo lo de la víspera, podrá asegurar, sin embargo, que aquello era correcto, que es lo que siempre ha dicho su partido. ¿Y lo de hoy, entonces? ¿Se trata acaso de una patraña? ¡Ah! pero eso nadie se lo pregunta. El golpe escénico ha logrado su efecto, y las almas desasosegadas prefieren conformarse con el sosiego al fin logrado. Hasta sus oponentes, hasta quienes dicen aborrecerlo, bailan al son que él toca, pues quien se le pone enfrente siempre resulta más débil que él. Naturalmente, no me limito a concederle un mérito escénico o una personalidad maniobrera. Estoy convencido de que tiene una idea de cómo debe ser este país, aunque desde fuera no nos resulte fácil precisar cuál es. El río de su intención fluye oculto entre la hojarasca de sus discursos contradictorios, y sabe que si lo precisara y lo defendiera de una forma unívoca y coherente perdería poder de convocatoria: se convertiría en un personaje político más, y él no es un personaje político, sino que es la política de este país. Ocupa y domina todo el escenario político, mueve todas las piezas, se ajusta a todos los discursos. Y lo hace en democracia y dirigiendo un partido casi tan minoritario como los demás: he ahí su gracia. Cierto que para ello necesita el cuerpo a cuerpo, y que le sobran todas las instancias intermedias, a él, que ni siquiera es parlamentario. Es posible que la situación actual del país le sea propicia en este sentido, aunque habrá quien diga que es él quien hace todo lo posible para que la situación del país le sea propicia. Quien, después de montar la remolina de Salburua, es capaz de defender la teoría del iceberg no lo hace porque tenga intención de callarse. En realidad, siempre ha cultivado el secreto, sin haber sentido jamás la necesidad de callarse. Como es bien sabido, sólo la décima parte del iceberg emerge a la superficie. Pero lo que emerge es también iceberg, es parte de él y de su misma sustancia. Comprendemos que procesos tan complejos como los que se avecinan requieran de la discreción que demanda Arzalluz. Pero la discreción no implica desinformación a la ciudadanía, que en una sociedad democrática debe estar al tanto de los pasos que se dan y de las decisiones que se adoptan. Por eso, no nos parecería admisible que la parte visible del iceberg no fuera también iceberg, sino ruido de ocultamiento, gárgaras como las de Salburua. De ser así, una vez más seríamos tratados como inmaduros, como niños, y más que ante un iceberg, quizás nos halláramos ante un submarino nuclear. Que así no sea.
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