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Pescado digitalizado

María Fabra

Ninguno entra vivo. Pero, a veces, se ve alguna cola agitándose cuando sus posibles compradores los inspeccionan. Los silbidos o alaridos son tan habituales y peculiares que el encargado de la subasta reconoce inmediatamente al pujador. Luego, el pescado aparece ordenadamente colocado en unas cajas azules que recorren una cinta transportadora presidida por una pantalla digital. No se oye más sonido que el de un pitido electrónico cuando alguien pulsa el botón de algo parecido a un mando de televisión, momento en el que la venta queda fijada. La lonja de Castellón se ha modernizado. La subasta de pescado se ha reconvertido y la informática ha entrado de lleno en el proceso de compra-venta. Ordenadores, paneles electrónicos, números digitales, controladores de pesajes y mandos a distancia para parar el contador del precio de compra conforman los elementos de esta revolución. El sistema ha costado unos 55 millones de pesetas, de los que la Consejería de Agricultura ha aportado casi 42. Vista desde arriba, la sala es algo así como medio anfiteatro. Las gradas dan cabida a los compradores. Frente a ellos está situada la cinta transportadora sobre la que discurren las cajas de pescado y, en la pared, una pantalla digital que marca el barco en el que el producto ha entrado al puerto, la especie, el precio de salida y el peso. La casilla del precio marca una cantidad inicial y, en segundos, comienza una sucesión de cantidades a la baja hasta que el pescado encuentra comprador. En la parte inferior de la misma, aparece el nombre del comprador, cuando ya se determinado la venta, y la cantidad a la que se va a pagar el producto. A la derecha, se ha instalado otra máquina que escupe etiquetas sobre las cajas, con el nombre del nuevo dueño. Al final, una cortinilla da salida a los envases que prosiguen su camino por la cinta. Desde abajo, el campo visual sólo da cabida a la cinta, al devenir de las cajas y a un grupo de hombres y mujeres sentados, con la mirada fija y el dedo índice preparado sobre un mando. Cuando aparece un buen producto a un mejor precio, la estampa se asemeja a un concurso de televisión en el que el público vota al mejor participante, con los brazos extendidos como haciendo llegar antes el infrarrojo de conexión entre mando y pantalla. En el mejor de los casos, el silencio, que sólo altera el avisador acústico, deja espacio a voces de admiración, sorpresa, ironía o extrañeza. Siempre breves y hasta acalladas por un siseo, porque los representantes del mercado o cualquiera de los otros compradores, prácticamente no dialogan porque han de permanecer alerta a la pantalla. Son unas 1.000 cajas las que han de ver cada día, llenas de caballa, pulpo, jurel, langostinos... Los compradores piensan que esta aplicación tecnológica ralentiza algo el proceso y no pueden tocar el pescado. Los marineros, sin embargo, están contentos en su mayoría. Conocen de inmediato la cantidad de beneficios de la jornada. Pero hay algo en lo que todos coinciden: se ha perdido el diálogo, el trato y la tradición que envolvía el mercadeo en la lonja.

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