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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Colocarse en el eje

Despejada la incógnita de las elecciones alemanas, el eje Bonn-París, desequilibrado por la reunificación de Alemania y oxidado por su falta de engrase, intenta volver a rodar. Es algo más que un gesto que el canciller electo haya viajado con espíritu constructivo a París tres días después de ganar las elecciones. Importantes conflictos de intereses separan a Francia de Alemania respecto a las futuras cuentas de la Unión Europea, la ampliación al Este, la reforma de la política agrícola común, el papel de la OTAN o el lugar de París en el nuevo mapa de las bolsas de valores europeas, que Francfort y Londres quieren dominar. Pero Gerhard Schröder apunta a una política europea más próxima a la del Gobierno de Jospin en una realidad que ha cambiado: la del euro.La llegada de Schröder a la cancillería alemana es una oportunidad para impulsar la relación entre ambos países. Facilita el terreno de entendimiento respecto a la construcción de una Europa social, y abre nuevas posibilidades para una mayor coordinación económica de los Quince como contrapeso al Banco Central Europeo. No es descartable incluso que se acuerde una lectura menos estricta del famoso Pacto de Estabilidad que limita los déficit presupuestarios de los Estados del euro, sea cual sea la coyuntura que atraviesen. Grupos de trabajo conjuntos coordinarán posiciones en los grandes temas que están en la agenda inmediata de la UE, de la que Alemania se va a encargar a partir de enero, cuando asuma la presidencia del Consejo comunitario.

Ahora bien, París y Bonn no deben caer en el error de presentar a los demás países posiciones cerradas. La actual Unión Europea, de 15 Estados miembros y otros que están en puertas, no reposa ya, como la de los Seis, sobre el único eje franco-alemán. Es un sistema mucho más complejo, que requiere de otras conexiones. Schröder, además, ha venido insistiendo en la necesidad de incorporar plenamente a Londres, siempre que los británicos se dejen; es decir, cuando se avengan a entrar en el euro. Si tal paso se produce, se puede configurar el triángulo esencial para la UE del nuevo siglo: Berlín-París-Londres.

¿Qué tiene España que decir en todo esto? La nueva situación europea -que se suma a la pérdida de dinamismo en la política exterior de este país- puede dejarnos fuera de ese núcleo en ciernes, a pesar de pertenecer al euro. Evidentemente, España tendría que intentar subirse a ese eje y trabajar al mismo tiempo por crear un frente mediterráneo, en línea con lo que ha sostenido el Rey en su viaje a Italia. Y si la oportunidad de situar a un español a la cabeza de la Comisión Europea para el 2000 pasa por delante de su puerta, España no debería dejarla pasar. Las declaraciones del líder del SPD en el Parlamento alemán, Rudolf Sharping, apoyando la candidatura de Felipe González ante los reticentes laboristas británicos, deben ser retenidas, especialmente ante los comentarios sarcásticos de algunos miopes de que el único valedor del ex presidente español era el ahora derrotado Helmut Kohl. Si ese objetivo nada fácil encontrara apoyos europeos suficientes, sería el colmo del disparate que se frustrara esa posibilidad desde los sectores más mezquinos de su propio país.

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