Sin novedad en el frente
El mayor cuidado de Pujol está en evitar los síntomas de fin de reinado. Contra los que pregonan su cansancio, gesto seguro y actitud resolutiva. Contra los que lo quieren en la derecha, recordatorio de sus políticas de bienestar. Contra los que creen agotado su discurso, reclamaciones de envergadura a España y diseño de la Cataluña del 2010. Contra los intentos de presentarle como un peligro público, dichas reclamaciones no tienen fecha de caducidad ni cuenta atrás, ni exigen más que una buena lectura de la Carta Magna. Pujol marca el paso y la oposición le sigue a regañadientes. Que un servidor recuerde, nunca como ayer, la realidad palpable de los catalanes, sus problemas y sus aspiraciones personales para el futuro inmediato habían estado ausentes del discurso presidencial. No hay obra de gobierno que explicar, ni siquiera para ponerse medallas, ni proyectos inmediatos que anunciar (a no ser una ley de fomento y protección de la familia, la realización de un plan estratégico de la energía que bien pudiera haberse encargado a una empresa especializada, una comisión científica asesora, que ya existía pero Pujals se cargó, y un consejo de las industrias culturales). Podría haberse ahorrado esos cuatro anuncios y no hubiera pasado nada. Porque Pujol habló como un conductor de catalanes a la tierra prometida, como si tuviera un conseller en cap encargado de rendir cuentas del día a día o del año en año. Él, según se desprende de su discurso, está para otra cosas, también para vigilar que todo vaya bien y orientar la historia por la senda adecuada. El carácter reivindicativo de su discurso tiene algo de fuga controlada hacia adelante. Se trata de huir de espacios de consenso que dejen espacio a la oposición en materia de catalanismo. Y de que el público nacionalista lo reciba como una arenga enardecida que confirme su capacidad de liderazgo, pero sin que despierte -ahora no toca- la más mínima ampolla en Madrid. Objetivos plenamente conseguidos. A Pujol le pueden dar por acabado pero, a la vista de sus palabras y del tono de ayer, nadie puede sentarse a esperar que se hunda solo. Ya se sabe que intentar ganarle en un cuerpo a cuerpo es imposible. Tal vez por eso haya que tomar nota de la única novedad, que apunta en las filas más inteligentes de la oposición. Si no hay manera de derribar a Pujol, tal vez se le pueda jubilar. Como Gerhard Schröder a Helmut Kohl, Maragall opta por no regatearle el título de padre de la patria. Tal vez porque no haya otra forma de sucederle que cambiárselo por el de abuelo de la patria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Discursos
- Opinión
- Conferencias
- Pasqual Maragall
- Constitución Española
- Jordi Pujol
- Política nacional
- Nacionalismo
- Felipe González Márquez
- Parlamentos autonómicos
- Comunidades autónomas
- Administración autonómica
- Cataluña
- Política autonómica
- PSOE
- Eventos
- Ideologías
- Parlamento
- España
- Partidos políticos
- Política
- Administración pública
- Sociedad