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FERIA DE SAN MIGUEL

La culpa, al maestro armero

Fue una corrida insustancial y aburrida como las que se han visto a lo largo de la temporada. Una corrida sin toros, que es la moda. Y nadie acepta responsabilidades. Siguiendo una de las más arraigadas tradiciones patrias, las reclamaciones y las culpas, al maestro armero.Los toros salían sin trapío e inválidos; vaya novedad. Estaban, además, absolutamente descastados, si no es que los descastaron de camino, lo cual también podría suceder. Algunos tenían reacciones absurdas. El tercero, por ejemplo, remataba de salida en tablas con la fiereza propia de los verdaderos toros de lidia, llegó a traspasar un burladero del tremendo derrote, y luego deambulaba medio lila y crepuscular por medio del redondel.

Píriz / Romero, Ortega, Jesulín

Toros de Bernardino Píriz (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), sin trapío, inválidos, descastados. 2º, sobrero de Juan Pedro Domecq, discreto de presencia, flojo, noble. 6º de Gabriel Rojas, bien presentado, flojo, noble.Curro Romero: pinchazo lateral en franca huida y descabello (silencio); bajonazo descarado echándose fuera y rueda de peones (pitos). Ortega Cano: cuatro pinchazos, rueda de peones y estocada atravesada trasera; se le perdonó un aviso (ovación y saludos); estocada (ovación y salida al tercio). Jesulín de Ubrique: estocada trasera caída y descabello (algunas palmas); estocada trasera y rueda insistente de peones (silencio). Plaza de la Maestranza, 27 de septiembre. 2ª y última corrida de la Feria de San Miguel. Cerca del lleno.

Muchos que van de expertos culpan a los ganaderos del descastamiento al que han llevado la ganadería de bravo. Y quizá sea verdad. Pero la invalidez es distinto asunto. Un toro descastado no embiste, a lo sumo topa, huye coceando de las plazas montadas, a lo mejor brinca despavorido al callejón. Pero no tiene por qué caerse. El poder y la bravura, la mansedumbre y la flojedad no guardan relación de causa a efecto.

Y con éstas sigue la fiesta. Uno supone será porque a los taurinos les conviene. A los toreros, principalmente, les conviene. Algunos afirman que el toro inválido no conviene a nadie pues el espectáculo se desluce. Y, sin embargo, es el toro inválido el único que la mayoría de los toreros -preferentemente las figuras- saben torear; el único que se atreven a torear. Sale un toro enterizo desarrollando codiciosa bravura y pierden los papeles; en cuanto hay ocasión lo liquidan rápido. Sale un borrego tullido y le pegan cien pases, suena el aviso y continúan la faena, seguramente porque se encuentran a gusto. Después dirán sus aduladores de cámara: "Qué pundonor, qué maestría y qué poderío: ¡se inventó el toro!".

Inventores de toros, ¡oh! Y, por extensión, inventores de la nueva tauromaquia; la que regirá -¡oh!- en el siglo XXI. Si es que dura hasta entonces, pues con estas modas, estos borregos y estos maestros inventores la fiesta va de capa caída. Gran parte de la afición ha huido escarmentada y al público no aficionado es difícil llevarle a la plazas. ¿Para qué va a ir? ¿Para ver toros que se desploman e intentar encontrarle la gracia a la manta de derechazos que les da un individuo los escasos ratos que consiguen mantener el equilibrio?

Torero abrazado a la modernidad finisecular es Jesulín de Ubrique, que utiliza un capotón similar a la carpa de un circo y cuya productividad muletera no conoce límites. Suele ser, empero, diestro templado en el manejo de los engaños, mas en la presente ocasión tenía perdida esta destreza; y alternando continuamente el toreo con la derecha y con la izquierda, siempre fuera cacho, el pico por delante y descargando la suerte, montó dos plúmbeas faenas.

Detalles toreros los trajo Ortega Cano, que se despedía de los aficionados sevillanos. Lo hizo en diversos pasajes de su actuación, principalmente al dibujar las verónicas; en la brega, siempre medida y dominadora, en una interesante faena a su primer toro, ciertamente desigual, aunque alcanzó momentos de gran emotividad al ligar una tanda de redondos, al ceñir trincherillas hondas y pases de pecho de cabeza a rabo. A su otro toro, tan inválido y desnortado estaba, no había forma de sacarle ni un pase. La afición sevillana agradeció la entrega de Ortega Cano -únicamente perdida en la suerte suprema-, jaleó sus inspiradas intervenciones, y le dedicó una calurosa ovación. Ortega Cano se despidió de la Maestranza con toda dignidad. Con la dignidad consustancial a los toreros cabales.

No se prodigan estas manifestaciones de dignidad. Curro Romero, que tiene al respecto una personal concepción, pegó par de trapazos con el capote a sus respectivos toros, los macheteó luego de aniquilarlos salvajemente el picador y los acuchilló en franca huida. Entró a quitar por verónicas a un borrego inofensivo e inútil, dos y la media le salieron finas, y decía el currismo que sólo por eso merecía la pena haber acudido a la plaza. A lo mejor quieren reducir a semejante nadería la que llamaban fiesta del arte y del valor.

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