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TREGUA DE ETA

Unidos por una grieta

Aznar y Almunia se tragan sus diferencias para hacer frente a los partidos nacionalistas y abordar la tregua de ETA

Están haciendo de tripas corazón porque necesitan el consenso. La relación entre sus líderes no puede ser peor; los planteamientos políticos se sitúan en las antípodas y la lista de agravios -Barrionuevo y Vera están en la cárcel- es abultada. Pero el sentido de Estado prevalece en los dos grandes partidos: PSOE y PP han logrado un arranque común para afrontar la mayor batalla política planteada por los nacionalistas desde que se aprobó la Constitución. El consenso pasa por rechazar la tregua como parte de la negociación -es una condición previa, no un elemento de diálogo-, y abordar también el acercamiento o indulto de los presos de ETA dentro de la negociación, nunca antes de ella.La sintonía que existe entre Jaime Mayor Oreja, ministro de Interior, y Juan Alberto Belloch, su predecesor en la etapa socialista, ha sido decisiva para el entendimiento de los líderes de sus partidos. Belloch y Oreja intercambian información casi a diario, y ambos comparten las líneas maestras de la lucha contra el terrorismo.

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Aznar y Almunia se entienden peor, pero al menos en un punto el acuerdo ha sido inmediato: la necesidad de integrar a Convergència en el proceso. Por eso Jordi Pujol ha asumido ya un papel protagonista en esta contienda, que se presenta larga y difícil, y que se moverá entre Madrid, Euskadi y Bruselas. La capital europea parece haber tomado el relevo a Argel en el proceso de paz. El rechazo a la extradición de etarras, la libertad de movimientos de algunos activistas de la banda y la petición de los abertzales para que medie uno de los partidos flamencos así parecen indicarlo.

Pero hilvanar el acuerdo no ha sido un camino de rosas, ni existe la seguridad de que cualquier día, por cualquier motivo, salte por los aires. Es lo que teme Joaquín Almunia, que recela tanto de su interlocutor como éste del secretario general de los socialistas.

Cinco veces ha visitado La Moncloa como líder de la oposición y cinco veces ha abandonado la residencia del presidente del Gobierno con la sensación de haber jugado un partido de pádel sin pelota. Almunia acudió el lunes a entrevistarse con José María Aznar con la esperanza de que, al menos ese día, con el cerco de los nacionalistas al Estado y el alto el fuego de ETA sobre la mesa, Aznar y él serían capaces de superar la hosquedad de sus anteriores encuentros. No ocurrió así: después de una hora de monólogo compartido se despidieron con un convencional "ya hablaremos".

Almunia dejó La Moncloa convencido de que los dos grandes partidos mantienen un diálogo de sordos sin solución a corto plazo. El comportamiento del presidente del Gobierno en los días posteriores le han dado a entender que tal vez el acuerdo sea más tangible de lo que Aznar le trasmitió, o tal vez el presidente cambió de idea a lo largo de la semana. Porque de la entrevista no pudo extraer Almunia peor impresión: "Aznar prefiere ser zarandeado por sus socios nacionalistas antes que acercarse a nosotros", comentó. Y aún hoy añade: "En este Gobierno manda Arzalluz".

Aznar no le escuchó. Y le despidió sin descomponer ese gesto de irreductible desconfianza que tanto desazona a su interlocutor socialista. "Nunca la fractura entre el PSOE y el PP ha sido tan profunda como ahora", lamenta el secretario general del PSOE. "Y tan poco oportuna".

Él sabía -lo había hablado hasta la saciedad con Felipe González- que los partidos nacionalistas llevaban meses diseñando estrategias para aumentar la presión sobre un Gobierno que necesita de su apoyo para mantenerse en el poder. Y que ETA es su comodín.

En apenas diez días, los nacionalistas vascos enterraron en Estella (Lizarra) el Pacto de Ajuria Enea y secundaron el derecho de autodeterminación para Euskadi; los terroristas ofertaron una tregua unilateral e indefinida y las tres grandes fuerzas políticas de las autonomías históricas -Partido Nacionalista Vasco, Convergència i Unió y Bloque Nacionalista Galego- ratificaban en Vitoria la llamada Declaración de Barcelona, un compendio de reivindicaciones políticas y económicas que el PSOE y el PP interpretan como una quiebra de la Constitución.

Por eso Almunia pasó por alto los primeros desplantes del presidente: "Nos reuniremos el 28", respondió desde la selva peruana de Iquitos en cuanto el PSOE le convocó con urgencia para analizar el comunicado de ETA. Después cambió de idea y aceptó despachar el 21. El secretario general del PSOE le recordó entonces que su partido anhela el consenso en la lucha antiterrorista, como otras veces, pero ahora con más motivos que nunca. Le dijo: "Tienes que advertir que no van a consentirse utilizaciones ventajistas de la tregua y que no cabe vincular el final de la violencia a la negociación política. Díselo así de claro a Arzalluz". Aznar torció el gesto. Entonces Almunia le espetó: "A ver si lo entiendes. Hay otras prioridades. Nosotros no somos el enemigo a batir. Deja ya de actuar con el pensamiento fijo en borrarnos de la faz de la tierra". "No sé de que me hablas. No es cierto. Dame algún ejemplo de lo que dices", le contestó el presidente.

-Mírate al espejo. Y si ni aun así lo ves, pide que te asesoren.

-Dame ejemplos, insistió Aznar.

-Yo vengo a ofrecerte apoyo como si Guadalajara [donde están encarcelados Vera y Barrionuevo] no existiera, y eso nuestra gente lo entiende mal.

-Dame ejemplos.

-Déjalo estar.

Mientras sigamos así, pensaba Almunia de regreso a la sede socialista de la calle de Ferraz, "no habrá quien frene la soberbia de los socios de Gobierno".

Pensaba en que el Partido Nacionalista Vasco y Convergència i Unió han obtenido en dos años de Gobierno conservador contrapartidas políticas y económicas que ni imaginaron durante los trece años de mandato de Felipe González. Y que, en cuanto ha sonado el gong electoral, no han dudado en colocar en el disparadero al Gobierno, a la Constitución y a toda la estructura territorial del Estado.

Por eso Almunia y Aznar han firmado su propia tregua.

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