Al Norte por el Noroeste
"Arzalluz pide a Aznar que se tome en serio la oferta de ETA"18 de septiembre de 1998
Atendiendo a las muchas opiniones vertidas tras la tregua de ETA, hecha pública el 17 de septiembre de 1998, podría deducirse que casi nadie se ha leído la declaración que la banda terrorista redactó para intentar explicar, o justificar, tal decisión. La declaración, digámoslo enseguida, no se dirige ni al Gobierno de España, ni a los partidos españoles, ni siquiera a los ciudadanos vascos (entendiendo por tales a todos aquellos que viven y trabajan en Euskadi). Sólo se dirige al mundo abertzale y muy especialmente al PNV y a EA, "quienes apostaron a favor del autonomismo (los partidos nacionalistas, EA y PNV, el sindicato ELA y muchos abertzales honestos) y se han dado cuenta de la esterilidad de ese camino".
Para ETA la autonomía sólo ha representado la división entre los vascos, "condenándonos a vivir mirando a Madrid y París. En lugar de decidir nosotros por nuestro propio pie, obligándonos a pedir permiso a los extranjeros y al envalentonamiento de los españoles que vivían entre nosotros". Y ésta es la segunda clave: los españoles que vivían entre nosotros. Que vivían y viven en Euskadi (los que no han sido asesinados o expulsados bajo amenazas) y que para ETA no son vascos. No sólo no lo son, sino que para éstos ha llegado "la hora de la tan poco utilizada persecución social", para concluir diciendo: "En consecuencia, es hora de acabar con los partidos, estructuras institucionales y represoras que tienen por objetivo la construcción de España y Francia y la desaparición de Euskal Herria".
Según ETA, "los ciudadanos vascos estamos sojuzgados bajo dos Estados, que nos quieren ver como enemigos y como un pueblo subyugado. No hay en ellos ni el más mínimo signo que manifieste su voluntad para respetar la palabra de Euskal Herria". "Después del agotamiento institucional nos encontramos con el agotamiento de la política de pactos que los españoles han impuesto a lo largo de los últimos diez años... Este pactismo de dar algo más no será sino el alargamiento del sufrimiento en Euskal Herria", y, ya se sabe, cuando ETA y sus aledaños hablan de sufrimiento están hablando de atentados y asesinatos perpetrados por ellos mismos. Queda, por consiguiente, claro que ETA no reclama por ningún lado un diálogo, un pacto o cualquier otro acuerdo con las instituciones o los partidos españoles, sino que declara la tregua para que todos los abertzales, al fin juntos, construyan Euskal Herria obteniendo sus objetivos estratégicos, "rompiendo las ataduras y las dependencias respecto de España de una vez por todas". El objetivo es la independencia, por supuesto, pero la independencia de una Euskal Herria unida, lo que territorialmente comporta Euskadi más Navarra y otras dos o tres provincias, si se incluye la Navarra gala, situadas en Francia.
"No hay término medio entre el autonomismo divisor, de ayer y de hoy, y la Soberanía en la Autodeterminación y la Territorialidad". Asegura el manifiesto.
El documento de ETA es intelectualmente ínfimo, moralmente indecente y políticamente romo, pero también es claro. Tanto en los presupuestos: el cambio que a su juicio se ha producido en el nacionalismo (PNV y EA) respecto a la Constitución y al Estatuto de Guernica, como en los objetivos: Soberanía en la Autodeterminación y Territorialidad (las mayúsculas son de ETA).
Por lo tanto, no es Aznar y tampoco Almunia, ni Redondo, ni Iturgaiz quienes tienen que "tomarse en serio la oferta de ETA", entre otras cosas porque tal oferta no existe, no va dirigida a ellos. ETA no pone en ese tejado la pelota, sino que la coloca en el de Arzalluz, y tendrán que ser los nacionalistas quienes habrán de aclarar si los presupuestos de los que parte ETA son o no son reales, es decir, si el Estatuto de Guernica es agua pasada (o de borrajas) o si, por el contrario, aquel consenso que lo hizo nacer y crecer debe mantenerse. Y también si los objetivos etarras, a saber: la independencia mediante el ejercicio de la autodeterminación para Euskadi y, no lo olvidemos, incluyendo otros territorios españoles y franceses, son compartidos por el PNV.
El manifiesto de ETA es, para empezar, una declaración a favor de la limpieza étnica: sólo son vascos quienes son abertzales, y el resto de los habitantes de Euskadi no lo son y representan la "opresión extranjera", y ya se sabe el destino que espera a "los opresores" cuando triunfan "los liberadores". Y de poco valen los argumentos racionales dirigidos a quienes han convertido la Historia en mito. Para quienes los objetivos políticos, los suyos, son inexorables, cual tablas de la Ley descendidas del cielo, que como los axiomas no necesitan demostración. La limpieza étnica que rezuma por todos sus poros el manifiesto etarra conduce a Bosnia y no a Irlanda. Una estación de llegada, la de Bosnia, que nadie en su sano juicio debiera desear.
Autodeterminación, se dice, (y no sólo lo dice ETA), eso sí, sin precisarlo demasiado. El término es histórica y políticamente inadecuado, anticonstitucional, por supuesto, pero en su concreción encierra un mecanismo: el referéndum al estilo quebeçois, es decir, un referéndum que puede repetirse en el tiempo tantas veces como gane el no a la independencia y ni una vez más si gana el sí. Un envenenado juguete para mantener eternamente la tensión entre mozárabes y cristianos, para hacer imposible la convivencia en paz y con ella la construcción de un proyecto común.
¿Y quiénes votarían en ese hipotético referéndum? ¿Los vascos según ETA, o los vascos según el sentido común? Y con los navarros, ¿qué se hace? Para los esencialistas de la identidad nacional nada valen las personas de carne y hueso ante el imperativo mandato de la Historia. Que sea una Historia mítica, que no resiste el menor análisis racional, poco importa ante la inexorable marcha del destino cuya administración tan sólo a los abertzales corresponde.
De repente, todo se ha llenado de prudencia y buenas intenciones, pero la esperanza de una paz, que de momento sólo consiste en que ETA deje definitivamente de matar, se frustrará si sólo se aplican esas medicinas tan proclives al uso de los dobles sentidos, de las medias palabras; en suma, de la ambigüedad. Una ambigüedad que en nada beneficia a los que más importa defender ahora, es decir, a la mayoría de los vascos, pacíficos, que hasta el momento se han visto sometidos a todo tipo de sevicias y que corren el riesgo de convertirse en la moneda de cambio en una paz impuesta bajo la amenaza de volver a las andadas por parte de quienes unilateralmente matan, o dejan de matar.
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En beneficio, además, de unos intereses políticos que no son propicios a la convivencia, sino todo lo contrario.
Es la hora de la política, se dice, y de la flexibilidad, se añade. Una ocasión que no se puede desaprovechar, se repite. Valga, pero la discusión habrá de bajar "de las musas al teatro", es decir, de las buenas intenciones a la concreción política, y en este sentido parece necesario señalar algunos objetivos previos que parecen obvios en cualquier conversación política civilizada. Por ejemplo, estos dos:
1.El diálogo, la negociación, o como quiera que se llegue a llamar, no debe achicar, sino agrandar el consenso que ya consiguieron la Constitución, el Estatuto de Guernica y el Pacto de Ajuria Enea. Lo contrario crearía más división y menos posibilidades de convivencia.
2.Los ciudadanos de Euskadi lo son todos y en absoluto pie de igualdad. Ni la ideología ni las preferencias políticas, ni la lengua en que se expresen ni cualquiera otra característica personal pueden servir para marginar o coaccionar en forma alguna a nadie. En cuanto a los ciudadanos de Navarra, ningún objetivo puede prevalecer sobre su derecho a decidir por ellos mismos, tampoco a cuartear o dividir el territorio autónomo en el que han decidido vivir. Se trata, por lo tanto, de realizar un viaje lo más corto posible y lo menos costoso social y políticamente y no de viajar "al Norte por el Noroeste".
En efecto, una película de Alfred Hitchcock, estrenada en 1959, llevaba como título North by Nortwest. Es decir, Al Norte por el Noroeste. Que Bosnia esté en el mapa colocada, más o menos, al Norte y Quebec al Noroeste no deja de ser una casualidad; sin embargo, los distribuidores, para su proyección entre nosotros, decidieron titular esa película Con la muerte en los talones. La película, en la cual un inocente es perseguido por tierra y aire sin causa alguna, se convierte así, gracias a tan arbitrario cambio de título, en una buena metáfora del proceso político que, al parecer, quiere iniciarse después de la tregua. Un viaje Al Norte por el Noroeste, pero también Con la muerte en los talones.
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