Volver al museo
Hace ahora unos 30 años, el escritor Max Aub regresaba por vez primera a España. Tras varias décadas de destierro en México, llegaba a Valencia al reencuentro con familiares y amigos. Fruto de aquel periplo humano acompañado de su mujer, Peua Barjau, fue la publicación, años más tarde, del diario La Gallina Ciega (1972), una crónica ácida, crítica y lúcida, de los últimos años del franquismo, vistos por un escritor republicano. El libro, reeditado recientemente por Ediciones Alba, con una excelente introducción de Manuel Aznar, incluía unas páginas dedicadas a Valencia, sus amigos y los museos de esta capital. En esos paseos estivales por Valencia el escritor exiliado evocaría sus impresiones de los museos con juicios pletóricos de lucidez. Para Max Aub el antiguo palacio del Marqués de Dos Aguas era "verde joya del rococó", la pinacoteca del Colegio del Patriarca "un museo pequeño, espléndido" y el Museo de San Pío V "¡tan hermoso por afuera y tan horrendo por dentro!". Sobre dicho museo añadiría más tarde: "¡Habrá que hacer, el día de mañana, un museo de planta, un museo de verdad, un museo nuevo". Si Max Aub (1903-1972) viviera ahora posiblemente afirmaría que sus anhelos de entonces se habían hecho realidad. Esa es, al menos, la impresión que tuvimos algunos de los que integramos el séquito de políticos, funcionarios y académicos que guiado por Fernando Benito -director de la pinacoteca- visitamos la última remodelación museográfica del Museo de Bellas Artes de Valencia. Pasar de los 50 lienzos de exhibición permanente que tenía el museo, a las cerca de 250 obras, racionalmente distribuidas, catalogadas y diferenciadas por épocas y en paredes de armónicos colores, que expone ahora esa visión de 500 años de arte valenciano, es algo que habrá que agradecerle al actual director del museo. Esto es lo que sentimos algunos al ver de nuevo desde los primitivos valencianos, hasta la pintura del primer tercio del siglo XX, el día de la inauguración de las colecciones permanentes del Museo de Bellas Artes de esta capital. Visitar el museo debería ser una de las motivaciones habituales de los habitantes de esta urbe. En pleno verano, además, debería convertirse en una invitación perenne a cualquier amigo, visitante o extranjero que pasara por esta ciudad mediterránea. Ahora sí que podemos decir -mientras se lleva a término la última fase de remodelación arquitectónica del museo- que la pinacoteca de San Pío V es de obligada visita. El nuevo periplo por las diversas plantas del museo, permite no sólo redescubrir las tablas de los primitivos valencianos; la mejor pintura de los Ribera, Ribalta, Juan de Juanes, etc, sino recuperar una obra de San Sebastián desconocida de Rafael Ximeno; ver la lozanía del quehacer artístico de Cecilio Plá o justipreciar los valores plásticos del Joaquín Sorolla retratista de inicios de siglo. Después de esta revisión de los fondos artísticos del Museo de Bellas Artes de Valencia, hay que volver al museo. Si al atractivo de las exposiciones temporales -las que corresponden a la periodicidad y calidad del museo, es decir las muestras de Ausiàs March y su época; los dibujos de Leonardo da Vinci; las pinturas de los Hernando; los lienzos de Zurbarán y su obradorio y actualmente Rembrandt- se suma, ahora, la ordenación racional y significativa del amplio legado artístico valenciano, creemos que vale la pena resaltar la importancia de esta pinacoteca. Claro que la historia del museo tiene todavía luces y sombras. Entre esta últimas se encuentran las dudas de algunos propietarios del legado del museo -recordemos las últimas declaraciones de Salvador Aldana, vicepresidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos-; la escasez presupuestaria del museo -apenas 100 millones al año- y el poco dinero disponible, a nivel de la comunidad, para compra de obras de arte. Temas, por cierto, que debería revisar el consejero de Cultura, Educación y Ciencia, en la temporada artística que se avecina. Pese a todo, el museo es actualidad no sólo por su remodelación, presupuestos y propietarios, sino por la afluencia masiva de público, el rigor de las publicaciones clásicas del Consorcio de Museos y ahora por la ordenación museográfica de la historia del arte de esta Comunidad. En el recorrido que hay desde los primitivos valencianos del siglo XV a la transición de la pintura de los siglos XIX al XX, que representan Muñoz Degrain, Ignacio Pinazo y Joaquín Sorolla, y los primeros logros modernistas del escultor Mariano Benlliure, está plasmada la grandeza y limitaciones de la primera pinacoteca del arte valenciano.
Manuel García es historiador y crítico de arte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Max Aub
- Opinión
- Joan de Joanes
- Valencia
- Museos
- Ayuntamientos
- Archivos
- Administración local
- Comunidad Valenciana
- Instituciones culturales
- Arte
- Servicios información
- España
- Administración pública
- Dramaturgos
- Generación del 27
- Teatro
- Literatura española
- Movimientos literarios
- Artes escénicas
- Literatura
- Movimientos culturales
- Espectáculos
- Cultura