Del doberman al centroVALENTÍ PUIG
El flequillo de Piqué está desbaratando el universo imaginario de la gomina. Aznar había prescindido de la gomina hacía años y se estaba recortando el bigote cuando conoció a Piqué. Aquel flequillo quedó en su retentiva política. El camino era largo y las puertas de Cataluña parecían atrancadas. Vidal-Quadras se había construido un discurso crítico del nacionalismo que a menudo encajaba mucho más con lo que algunos sectores del PP querían oír que con la ecuanimidad histórica. Frente a la estrategia de tierra quemada, Piqué era un experto en pontonería, dúctil en la variedad de registros expresivos y un buen presentador de políticas. Para entonces va apareciendo de nuevo la tesis del centro reformista mientras en las encuestas el Gobierno de Aznar no recibe con holgura el beneplácito por sus aciertos económicos y el PSOE no acusa claro castigo por su crisis de liderazgo y la secuencia judicial en curso. En más de un aspecto, el PP ya lleva tiempo gobernando desde el centro, pero en estos casos aún cuentan más los colmillos del doberman que el entendimiento con los sindicatos, el precio de las hipotecas o el ingreso en el euro. A unas políticas de presentación un poco cutres se sumó el talante belicoso de algunos aliados mediáticos, empeñados en una acción de revancha que se quería asumida por el sector del PP menos dotado de imaginación política. En el caso de un Gobierno de mayoría apuntalada, como es la situación actual de Aznar, la noción de mandato es clave: a falta de un respaldo electoral contundente, el mandato ineludiblemente es menos específico de lo que indicaba el programa electoral. A diferencia de la clara mayoría que obtuvo el PSOE en las elecciones llamadas del cambio, un apoyo menguado impone cautela en el despliegue de políticas que no cuentan con refrendo efectivo. En estos casos, no se puede optar a otra cosa que gobernar desde el centro, con la aportación de nacionalistas canarios, vascos y catalanes. A veces se disimula; otras veces, las apariencias mandan y -como es por ahora el caso del PP según las encuestas- no basta con hacerlo y decirlo para que la opinión pública se lo crea. Ladra el doberman y se mantiene la percepción icónica de la gomina. Ahí asoma Piqué, para lubricar los goznes que aún mantiene esa herrumbre que -como en los paneles publicitarios giratorios- no permite fácilmente la sustitución de la imagen engominada por la imagen de centro. El efecto Piqué en Cataluña todavía es una incógnita, pero una primera valoración no niega la posibilidad de que contribuya a la desarticulación de la logística vidalquadrista en beneficio de un mensaje más perfilado en positivo. En la hipótesis de elecciones autonómicas, la confrontación entre el pujolismo y el maragallismo va a ser tan intensa y acerba que no le vendrá mal al PP de Cataluña optar por el estilo de lo afirmativo frente al alud de estrategias de negación, aupándose en el activo del Gobierno de Aznar y la desactivación del mensaje vidalquadrista en negativo. Para las legislativas, de ser candidato Piqué, ese efecto aumenta visiblemente siempre y cuando la situación económica no falle ni existan grandes motivos de fricción entre el PP y CiU. Así es el caso que si Alberto Fernández Díaz comienza a superar significativamente la diferencia de votos entre autonómicas y legislativas, Piqué luego pudiera contribuir a una ulterior sedimentación del voto aznarista en Cataluña. Ésa es una hipótesis meliorativa de cara a lo que incluso los turistas ya llaman pospujolismo. En contra de lo que afirmaba el mecanicismo marxista, las ideas y las personas cuentan. La mutación producida al partir Miguel Ángel Rodríguez y aparecer Josep Piqué es más que curiosa. Los gobiernos saben hoy que las políticas de presentación pueden tener el efecto conciliatorio del papel de celofán como envoltorio de un regalo más bien anodino, del mismo modo que en las grandes cumbres internacionales lo que más importa es la redacción del comunicado final, a menudo pactado antes del inicio del encuentro. Afianzada en un territorio propicio, la brecha Piqué puede ahondar electoralmente en un franja de votantes catalanes castellanohablantes de próspera clase media que sin ser antinacionalistas se abstienen en las elecciones autonómicas y luego olfatean el panorama electoral cuando llegan las generales. Para entonces habrá que ver si ha sido posible alguna forma de síntesis entre las distintas versiones del nacionalismo posnacionalista que buscan su punto de cocción en las cocinas pujolistas. A lo mejor resulta que el pospujolismo de repente se aficiona a la gomina.
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