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Un infierno de perros ahorcados y degollados

Ahorcados, degollados y apaleados. La Protectora de Animales de Málaga no ha tenido que llamar al forense para detectar la enfermedad que ha matado en El Refugio a 230 de sus perros en menos de un mes: la crueldad. El dedo acusador de su presidenta, Rosa María Díaz, se dirige sin titubeos a sus vecinos: los de la barriada de los Asperones, una de las más deprimidas de la ciudad. "Desde que trajeron a esa gente aquí ha sido un horror: asaltos, destrozos, matanzas de animales y ahora van a por nosotros". Al Refugio, de guarida, sólo le queda el nombre. Los 250 perros que han sobrevivido a las masacres dormitan bajo el sol ajenos al olor a orín que se respira. A eso, y a las antiguas heridas de guerra: patas rotas, pellejos que muestran más carne que pelo y orejas rasgadas. El recinto tampoco presenta mejor aspecto. El almacén fue incendiado hace unos 20 días. El único movimiento que se detecta en el cuarto de baño es un caniche que se esconde tras el water. Todos los inodoros están destrozados. Las jaulas, agujereadas. En los muros, tres boquetes que sirven de acceso a "los maleantes". Y en la oficina, un cartel premonitorio: "Él nunca lo haría". "Pienso que es su forma de divertirse", dice Díaz, quien también asegura que los vecinos de los Asperones están utilizando a los animales de la Protectora "para entrenar a sus pit bull para las peleas de perros y para acostumbrarlos a la sangre". La noche del sábado al domingo fue la primera que no entró nadie. La razón: "La policía por primera vez se dignó a venir". Y es que la asociación lleva "mucho tiempo" reclamando que les pongan un guarda de seguridad por la noche. Hasta el momento no han tenido éxito. "Cuesta 80.000 pesetas mensuales y nosotros no tenemos de dónde sacarlas". Lo que sí tienen son unos terrenos en los montes que les cedió la antigua corporación municipal, pero no pueden construir una instalación y mudarse porque les faltan fondos. Hace dos semanas Isabel Arjona, una de las cuidadoras, fue atacada por la noche. "Es una animal que no come pienso, así que le saqué a la calle para darle carcasas de pollo. De pronto le escuché chillar". Cuando salió se encontró que un joven lo estaba apaleando. "¿Qué haces, hijo de puta?", le grité. Y él sacó un cuchillo y se vino detrás de mí". Arjona tuvo suerte. Se pudo meter en la oficina y cerrar con llave. Desde ahí llamó a la policía. "El chico intentó entrar por detrás. Estaba aterrorizada", recuerda. Los vecinos de la barriada gitana aseguran que es un "montaje". "Aquí todos tenemos perro y nos gastamos un dineral en cuidarlos. ¿En qué cabeza cabe que nos dediquemos a matar animales por gusto?", dice un hombre. Y otro, que es dueño de un pit bull, exclama, "si le llevase a peleas no le iba a tener junto a mis niños". Pero una cosa está clara: el doberman que yace tras el muro del recinto con una soga al cuello no es un montaje. Tampoco lo es el que acaba de sacar muerto Arjona de su jaula, "porque le dieron una paliza". En el suelo hay una mancha de sangre, tiene la lengua fuera. "A veces los niños se encariñan con un perro y lo roban. Eso sí que es verdad", dice el vecino de los Asperones. "Pero matarlo. Eso sí que no. Lo que quieren es crear una fama aquí que no es". Otros se muestran asombrados de que esté ocurriendo algo así. "Es increíble, pero en esta barriada hay para todo", dice una mujer. El dueño del pit bull se resiste: "A mí no me gusta ser macabro con los animales. Si no te lo crees entra a ver la cantidad de dinero que me gasto en champú".

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