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¿Tambores de paz?

Fernando Savater

Los ciudadanos vascos estamos dando vueltas estos días a una buena noticia y a unas cuantas malas, separadas entre sí por una duda. La buena noticia, como ustedes ya saben, es la tregua total, indefinida y unilateral decidida por ETA. La inmensa mayoría de la gente hemos sentido alivio, alegría, esperanza y todas esas cosas que se han dicho. Una serie de personas pueden hoy pasear sin protección policial y no miran bajo el coche antes de encender el motor, lo cual se agradece más que quienes no han pasado por ese trance suelen suponer. Sobre todo cuando los amenazados con su cotidianidad seriamente interferida por la violencia tenían que aguantar un día sí y otro también que líderes nacionalistas que no padecen tales agobios (por no hablar de algún tonto del culo supuestamente de izquierdas que viaja con ellos hacia ninguna parte) les reprochasen no querer la paz y sentirse muy cómodos con el terrorismo...No se puede decir que la tregua haya sido algo inesperado, porque desde antes del verano se rumoreaba que podía haberla en estas fechas pre-electorales. Pero ello no disminuye la bondad de la noticia, sobre todo cuando no ha llegado precedida de ningún tipo de concesión a la violencia de esas que algunos consideran imprescindibles "para no seguir acumulando muertos todas las semanas". La firmeza institucional se ha mantenido pese a la serie de asesinatos que castigaron al partido gubernamental y el llamado "espíritu de Ermua" de rechazo social sin paliativos a tales crímenes no ha flaqueado, por mucho que insistieran en enterrarlo algunos en el primer aniversario de la inicua ejecución de Miguel Ángel Blanco. Cuando alguien quiere derribar el muro de la estabilidad social a cabezazos, si el muro resiste lo suficiente es la cabeza del que embiste la que suele abrirse e incluso a veces entra en ella un rayito de luz. Esto no es inmovilismo ni intransigencia, sino lógica política.

Tras la buena noticia, llega la duda: ¿por qué ha decidido ahora y no antes o después ETA esta tregua?, ¿no será una trampa cara a las elecciones para apoyar a su brazo político y de paso al resto de los nacionalistas, preocupados por un posible ascenso electoral de los partidos estatales? Incluso aunque lo fuera, la necesidad de ETA de apoyarse en las elecciones no deja de ser algo alentador para los demócratas. Si militarmente les fuesen las cosas bien no hubieran recurrido a una vía política que han rechazado siempre con sumo desprecio. El momento que atraviesa el MNLV, con ex miembros de la mesa nacional de HB en la cárcel, sus finanzas escudriñadas, el Egin cerrado por orden judicial y su partido principal obligado a presentarse a las elecciones bajo nuevas siglas para intentar reforzar el menguante atractivo de las anteriores, no es precisamente favorable. Sin duda, han reunido en torno a sus tesis al resto de los nacionalistas en la declaración de Estella, pero ésta evidentemente no ha sido la causa de la tregua, sino la condición previa para arroparla cuando ya estaba decidida. Por lo demás, el apoyo popular que concitan sus adversidades no puede ser menor. La gente se acostumbra enseguida a prescindir de ellos en cuanto no los tiene encima y por eso ha acogido con entusiasmo el alto el fuego, sean cuales fueren sus razones maquiavélicas. Lo único que cuenta es que ya no peguen tiros y por lo demás, allá penas. A nadie le ha inquietado si la suspensión de la lucha armada retrasará la llegada de la autodeterminación o dará alas al imperialismo español. Lo único que preocupa es que puedan volver antes o después a las andadas. Esta indiferencia debería hacerles pensar, sobre todo porque si luego reinciden les va a ser muy difícil justificar ante los hoy contentos la nueva quiebra de una normalidad que nadie cuestiona.

Y vamos con las malas noticias. Nos las trae la lectura del comunicado de ETA, un texto preocupante si uno se lo toma mínimamente en serio. Dejemos de lado la ausencia del más mínimo atisbo de autocrítica y la autoglorificación repugnante de quienes, tras la amnistía más generosa que imaginarse pueda acompañada de la satisfacción en pocos meses de las principales reivindicaciones nacionalistas, se han pasado dos décadas asesinando y extorsionando a sus ilusionados compatriotas que estrenaban democracia. El lehendakari Ardanza y otras voces paternales nos aconsejan pasar por alto estos desahogos narcisistas: después de todo a los chicos les produce un trauma dejar las armas, qué queréis que digan, ellos también han sufrido y tienen su corazoncito, etcétera. Bueno, vale, son chiquilladas. No nos entretengamos tampoco demasiado con la visión histórica y el análisis político que hacen de los años pretéritos: no se sabe qué admirar más, si la absoluta falta de lucidez o la abrumadora sobreabundancia de mezquindad paranoica. Indudablemente, todo se debe al trauma de dejar las armas porque matar al prójimo es un hábito al que no se renuncia sin secuelas. Y mencionemos al paso el sorprendente olvido en el documento de los presos etarras, ayer en el centro de tantas reivindicaciones, que ahora por lo visto han perdido valor de cambio.

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Lo malo es que el texto de ETA no es muy nacionalista, sino declaradamente totalitario. Y eso ya no tiene que ver con la mala interpretación del pasado, sino con la malísima previsión del futuro. El totalitarismo consiste en la negación exterminadora del otro, no en la hostilidad al adversario político. Para ETA sólo son vascos viables -es decir, no candidatos al exilio o a la liquidación- los nacionalistas de uno u otro signo, sean los que se equivocaron aceptando el estatuto de autonomía, los héroes que lo rechazaron desde el principio o los conversos que poco a poco han llegado a la luz. El resto son españolistas recientemente envalentonados que viven entre los vascos, contra los cuales se predica sin rodeos la "persecución social" y con cuyos partidos se prohíbe taxativamente cualquier tipo de convenio político: exeunt omnes. Esta negación de los otros -en la ocurrencia, aproximadamente la mitad de los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca, más del 80% de los navarros y el 95% de los vascofranceses- es directamente opuesta al tan publicitado acuerdo de Stormont, que llegó a modificar la Constitución de Irlanda y las fórmulas de aprobación de leyes en el Parlamento del Ulster precisamente para reconocer a todos en el juego, no para borrar a algunos de la viabilidad política. Se aproxima en cambio peligrosamente al manifiesto de Estella, en el cual no se excluye a nadie siempre que acepten el ámbito de decisión establecido por el nacionalismo y también su agenda política de problemas a resolver. El portavoz de HB (o EH, ya

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no lo sé) Arnaldo Otegi dice que ahora llega el momento de probar que todas las demandas políticas -incluidas la soberanía escisionista y la unidad territorial de Euskadi- pueden conseguirse por vías políticas. Se lo han explicado mal: todo puede defenderse políticamente, pero no todo lo defendido tiene las mismas posibilidades de ser conseguido en el breve plazo de la vida humana y dado el reparto real de fuerzas históricas. Nadie tiene derecho a prefigurar de antemano que la soberanía y la unidad territorial deben ser los resultados obtenidos por el debate político. ¿No nos reclaman discutir "sin límites"? Pues entonces bien podrían salir finalmente gananciosos quienes quieren revisar el estatuto a la baja para corregir transferencias (por ejemplo, educativas) que les parecen excesivas, o los que piden revisar la autonomía fiscal vasca que se les antoja insolidaria, o quienes exigen replantear la normativa lingüística. Por otro lado, resulta absurdo que los partidos nacionalistas insistan en que quienes rechazan los planteamientos de Estella deben presentar alternativas "nacionales" al mismo. ¿Por qué habrían de proponer nuevas soluciones al contencioso político quienes creen en la vigencia del acuerdo constitucional tramado con tanto esfuerzo hace veinte años para resolverlo y están convencidos de que las nuevas opciones que se perfilan sólo lograrán empeorar la convivencia plural? Ya que pluralismo no es permitir a cualquier no nacionalista acercarse a las tesis nacionalistas, sino reconocerle el derecho a sostener las suyas, hoy institucionalmente vigentes.

¿Tregua de ETA? Bienvenida sea y ojalá se convierta en definitiva. Pero, por favor, que no sea utilizada para culpabilizar a quienes, como no matamos, no podemos hacer la renuncia magnánima al crimen para corresponder a los terroristas. Moveremos ficha en las elecciones del 25 de octubre, apoyando a los partidos que ven en la Constitución no un fetiche inmodificable, sino el punto de partida necesario de los que renuncian a la guerra civil. Si otros quieren remontarse a fechas tan peligrosas como 1931, en Estella, están en su derecho a correr el riesgo. Pero sin empujar. Sin empujar.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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