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Tribuna
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Reglas de ocasión

La tregua indefinida acordada unilateralmente por ETA supone, a todas luces, un nuevo escenario que ofrece ocasiones hasta ahora inéditas para la consecución de la paz en Euskadi. Nadie, verdaderamente responsable, ha podido negarlo por muchas que sean las reticencias de que han hecho gala los diferentes portavoces políticos que se han pronunciado al respecto. Y es claro que es de todo punto necesario aprovechar esa ocasión. No porque sea irrepetible. Antes al contrario, si ahora se dejara pasar se reiteraría, necesariamente, a medio plazo, pero dejando más víctimas en el camino -y la mayor muestra de solidaridad con ellas consiste en evitarlas- y en condiciones cada vez más duras y difíciles.Se trata, en consecuencia, de convertir en definitiva la tregua ya indefinida y, a partir de ella, consolidar la paz y la situación singular que Euskadi necesita para desarrollar su personalidad y decidir democráticamente su futuro como corresponde a una sociedad abierta. Dicho sea de paso que, como españolista que soy, españolista de la España Grande, nada mejor puedo desear. Sin duda, la sociedad entera en Euskadi y en el conjunto de España tiene que apoyar el proceso de paz, sabiendo que este valor ha de primar sobre el de justicia procesal y, mucho más, sobre el de venganza. La sociedad tiene su propia dinámica y eso es ya muy importante, pero además le toca apoyar y presionar sobre las instituciones y los poderes públicos porque a ellos corresponde dar los pasos necesarios para aprovechar la ocasión.

Primero, tomar la declaración de ETA en el mejor de los sentidos posibles. Nada importan sus condicionamientos electorales porque, como es sabido, toda posición política está sobredeterminada. Lo importante es asumir lo que de positivo hay en ella, sabiendo que la primera declaración pacífica de un movimiento violento ha de ser, necesariamente, radical. Si se parte de considerarla una trampa se la condena a que lo sea. Si se la toma muy en serio se hará cada vez más realista y seria.

Segundo, no alardear de haber acertado y seguir acertando y humillar al contrario achacando a la debilidad o la división la mejor de sus iniciativas. ¡No se dé la razón a los más violentos de entre los violentos, descalificando la suspensión de la violencia!

Tercero, corresponder a la tregua con gestos tan simbólicos como eficaces. Pero el tiempo, por sí sólo, no dice nada. Hay que llenarlo con rápidas y sucesivas medidas de política penitenciaria y de gracia que, debidamente articuladas, podrían, además, resolver otros problemas irresponsablemente planteados.

Cuarto, tras las elecciones vascas y consolidada la tregua, plena disponibilidad a negociar el futuro de Euskadi. Y eso supone hablar con todos, no sólo con los ya convencidos, sin condiciones previas y estar dispuestos a seguir hablando incluso si se deteriora la situación. Sin duda, hablar con la Constitución en la mano, pero utilizándola no como arma arrojadiza, sino como instrumento útil para la paz, la construcción nacional y las opciones democráticas. Esto es, con la imaginación que debiera tener el político. Y en ese campo las palabras son muy importantes. Las hay de presa, con pico y garras, como nación, soberanía o autodeterminación. A los políticos corresponde hacerlas pacíficas y vigorosas palabras de tiro del carro común.

Quinto, no implicar en este acuciante problema las legítimas reivindicaciones catalanas o gallegas. La paz en Euskadi es valiosa allí y para España entera. Vale la pena un esfuerzo más y es justo reconocer que el catalanismo ha hecho mucho en pro de la estabilidad y gobernabilidad del Estado común. El buque de la flexibilidad constitucional necesaria para encajar la plurinacionalidad española es sumamente difícil de botar: déjesele alcanzar el alta mar sin lastre excesivo. Todos saldremos ganando en términos históricos. Los que importan a los políticos llamados a hacer historia.

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