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¿Ante unas "constituyentes"?

Qué voy a decirles a ustedes. Cuando los electores nos acercamos a las urnas nos gusta creer que sabemos lo que queremos; creer que sabemos quién nos conviene y quién no, lo que aproximadamente se nos ofrece y si nos gusta o no. Qué le vamos a hacer, somos así, tenemos esa debilidad y en ella se basa el sistema de representación. Centrada ya inexcusablemente la atención política vasca en las próximas elecciones de octubre (septiembre ya no es ese suave tránsito que solía hacia la fatigosa realidad), los partidos están diciendo cosas verdaderamente gruesas sobre los escenarios que proyectan para nuestro inmediato futuro. Tan gruesas que apenas si dejan espacio para los programas al uso (más viviendas o flores en los parques). Se dice y se firma, que "debemos superar la fórmula autonómica", que el Estatuto de Gernika está ya agotado, que la Constitución -ésa que garantiza nuestras libertades, nuestras instituciones y a través de la que el ciudadano ejerce su soberanía- no es más que una carta otorgada que habría que reformar ya (¿Como aquéllas que concedían los reyes autoritarios en los Estados preliberales del XIX?; ¿otorgada por quién?). Cuestiones gruesas en verdad. Y dichas no por cualquiera, sino por el partido que gobierna Euskadi: esto no nos vale, dicen, sin que avancen nada sobre una posible alternativa. Y ante ellos, la réplica: podrá hablarse de todo pero sin tocar el marco jurídico. O, sencillamente, no es posible entrar en ese debate. En resumen, la cuestión electoral, se quiera o no, está planteada en términos constituyentes; se debaten las propias reglas de juego, a qué negarlo, y eso es en verdad grueso. En un mundo de múltiples y limitados poderes, también al cuerpo electoral del País Vasco le toca su cuota de soberanía (limitada como a todos). Ejercerla es legítimo, cómo no; otra cosa es que sea deseable. Lo hicieron los eslovacos y se separaron de los checos. Sus diferencias culminaron en las elecciones de junio de 1992. El Partido Cívico Democrático de Klaus venció en la zona checa, y el ultranacionalista Meciar obtuvo un porcentaje superior de votos en la zona eslovaca. Ese mismo año Eslovaquia se declaraba soberana, y en enero de 1993 se creaban los dos nuevos Estados. Pudiera parecer un producto más de los cambios en el Este. Pero Italia, en un largo proceso constituyente y elección tras elección, parece avanzar hacia una República Federal (acuerdo de junio de 1997). En Bélgica (convertido en país confederal en 1993), Flandes presiona por una mayor cota de poder. Si no lo lograra, parecen francas las voces que, ante las elecciones de 1999, se inclinarían por la secesión. Mientras, entre los valones gana posiciones la idea de la incorporación a Francia. No es necesario citar los casos de Escocia y Gales en Gran Bretaña porque son de sobra conocidos. Ni el del Ulster, pues lo tenemos como modelo por otros motivos. Pues bien, en todos ellos se plantearon (o plantean) aspectos constituyentes de no menor calado que el aquí planteado. Y en todos ellos se ha expuesto ante el electorado substantivamente los distintos esbozos para votar y obrar en consecuencia. Pero aquí no. Aquí se abunda en la cultura del juego subterráneo, ajena al parlamentarismo. Se sacraliza la "discreción". Se negocia en secreto y se dice que ésta será la legislatura del final de ETA. Pero del cómo nada se dice. Arzalluz nos pide "fe en el diálogo" y añade, con cinismo, que otros hablan antes de tiempo. Si se hacen propuestas de actuación a la ciudadanía, se las tacha de electoralistas. Y es que la sangre vertida, aunque se olvida con rapidez pues hay que seguir, tiene una fuerza demoníaca. Es el factor que atenaza estas elecciones. Hasta el punto de que el pretendido "debate constituyente" es un remedo de debate (ni el PNV cree en serio en él); si "algo se mueva en ETA", está por ver en qué dirección, y las perlas del programa de EH (o HB) son de aurora boreal. Al elector le gusta creer que sabe lo que quiere al ir a votar. ¿Qué se vota el próximo 25?

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