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Tribuna:
Tribuna
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Paredón

Leer el periódico es, sin duda, necesario. Si no, no conoceríamos dónde quedan el Norte y el Sur, quiénes son los malos y quiénes los peores, quiénes somos nosotros mismos. Yo, que tengo la fortuna de saber leer y escribir y conservo de momento mis facultades mentales, me sentiría cual vacona estabulada si no me informase a diario de lo que dice la prensa. Sin embargo, ¡cuánto dolor derivamos de tal lectura, y también de la imagen, que, no en vano, vale mil palabras! Aquel niño sudanés consumido y dolicocéfalo, con los ojos y los labios costrosos, succionando la flácida teta materna, pura piltrafa, jamás se borrará de mi mente. O esa anciana arrodillada en una calle moscovita (¿expiando qué, Señor?) con la muleta al lado, y ante ella una modestísima caja de cartón en la que se intuye que no va a caer ni un mal rublo devaluado. Su rostro es la imagen viva del infortunio y la desesperanza.Sudán, Rusia, dos enormes tragedias. Lo que no excluye la posibilidad de que contemplemos en nuestras calles madrileñas, tan primermundistas, neoliberales, católicas, apostólicas y romanas, en medio de sus faraónicas pompas y obras, espectáculos semejantes. No es sólo una posibilidad, sucede; en Cuatro Caminos, sin ir más lejos, pedía limosna una pobre mujer el invierno pasado. Cubríase la cabeza, como la de Moscú, con un pañuelo negro, por debajo del cual emergía una especie de toca blanca cubriendo su frente, bajo la que podían adivinarse pústulas, llagas, enfermedad, sufrimiento. La mujer, cubierta de faldas negras hasta los pies, apoyaba su mentón sobre una especie de cayado y así lograba mantener el equilibrio, ofreciendo una imagen terriblemente patética. Pero éstas son desgracias genéricas del valle de lágrimas en que nacimos, ya nos lo habían advertido los "buenos padres". Mucho peores aún son aquellas noticias o fotos tras las cuales, y el dolor, hay un o una culpable concreto, un o una canalla directamente responsable del drama. Me impresionó mucho, por ejemplo, el caso de la mujer de Parla. Encontraron su cadáver en un descampado, junto a una calle. Por sus rasgos, era presumiblemente suramericana. Al practicarle la autopsia en el Instituto Anatómico Forense se descubrió que portaba en su interior 46 bolas de cocaína de 10 gramos cada una. La rotura de alguna de ellas pudo originarle una peritonitis y la consiguiente muerte... No he vuelto a leer una sola palabra acerca de esta pobre mujer, pero me imagino una historia terrible. Por ejemplo, que fue contratada en su pueblecito, digamos que colombiano, ofreciéndole un inmundo cachet por tan espantoso trabajo para paliar su miseria y la de su familia. O, peor (siempre hay un peor), que fue extorsionada, amenazada de muerte en su persona o la de sus seres queridos. Y me imagino que consiguió colarse por Barajas -corredores interminables, megafonía, luces, escaleras y aceras rodantes, gente indiferente- con el pavor de ser cazada en la aduana, encarcelada en un país extraño, privada de su familia, su entorno, su vida. Y que de alguna manera llegó a Parla, otro mundo inhóspito e incomprensible para ella, y no encontró a su contacto, el único que podía solucionar sus cuitas, y que empezó a sentirse mal y no se atrevió a pedir ayuda por lo que en ello se jugaba, que entró tambaleante en el descampado para ocultar su paroxismo de angustia y dolor y allí se desmoronó y allí la encontró la muerte, sin nadie que cogiera su mano. También me estremece el caso nada anónimo de la nigeriana Ángela Ngori, de 23 años de edad e inmigrante de profesión. No vino a España, desde luego, para iniciar una fantástica carrera de broker, ni tampoco en el extremo contrario, para vender su cuerpo a los rijosos a precio de saldo. Vino engañada, la pobriña, a esta presunta tierra de promisión, para recoger tomates. Cuando llegó, sus proxenetas le dieron la desagradable noticia de que les debía casi cinco millones de pesetas por el viaje. ¡Carísimo viaje para una agricultora en ciernes! Y, claro, el tomate no da para tanto, de modo que la coaccionaron con la más sórdida premeditación para que se prostituyese en la Casa de Campo. Sus olientes le transmitieron diversas infecciones y ahora está ingresada, al escribir estas líneas, en la Fundación Hospital Alcorcón con una insuficiencia renal grave. Parece que ninguna ONG quiere hacerse cargo de ella. Lógico, negra y, encima, puta. Estoy vehemente contra la pena de muerte, pero cuando leo estas cosas añoro el viejo "paredón" para los responsables de tanta maldad.

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