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"Pertenezco a la última generación de españoles que todavía lee"

Lecturas compulsivas no es la biografía intelectual de Félix de Azúa ni la de algunos miembros de su generación de intelectuales -y lectores- barceloneses. "Es un libro nacido del azar, sin estrategia", reclama su autor. Pero muchos de los fundamentos literarios y morales de esa generación están presentes en el recuento de ensayos que publica Anagrama. Y está presente, totalizadora, la elegía por una afición que ha entrado aquí en un descrédito profundo: "Formo parte de la última generación que ha leído. Los actuales niveles de lectura prueban que en España sigue vigente el desprecio más absoluto por la cultura y el razonamiento".La recopilación de los ensayos -que cubren unos 20 años de actividad crítica- ha sido obra de la filóloga y editora Ana Dexeus. Él dice mostrar un auténtico horror a la revisión y, desde el primer momento, pensó que era necesario buscar un lector ideal que se ocupara de la tarea. Quería alguien no especializado, pero con sentido común: "Entonces di con Ana Dexeus, que es seria, nada académica, tiene buen gusto literario y ha leído mucho. Mi lectora ideal".

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La señora Dexeus pertenece, en cualquier caso, a esa familia de lectores compulsivos (con Eduardo Mendoza, Ferrán Lobo, José Ángel González Sainz, Fernando Savater, Javier Fernández de Castro, Vicente Molina Foix y Javier Marías, entre otros), algunos de cuyas claves de iniciación subraya Azúa en su prólogo: "Al instante de haber sido presentados y antes de que nuestro presentador pudiera impedirlo, ya estábamos preguntando: "Oye, ¿qué te ha parecido Volverás a Región" ? Por la respuesta sabías si estabas en casa, en tierra de nadie o en territorio hostil".

Respecto a la lectura, Azúa se ve a sí mismo y a sus compinches como los últimos practicantes de un placer que en España se extingue: una encuesta reciente, y citada en la solapa del libro, refleja que en los últimos 20 años el nivel de lectura de los jóvenes se ha reducido a la mitad. "Los menores de 30 años", dice, "van a tener una gran dificultad para hacerse con una formación lectora. El ametrallamiento, que no la superioridad, de lo visual ha arrasado". El autor no cree que sea similar la situación de otros países europeos: "Yo conozco tres casos: el de Italia, que tiene el mejor bachillerato de Europa, con muchas lecturas obligatorias; el de Francia, cuya afición por la lectura está en la médula espinal de sus habitantes, como la afición al jaleo y la borrachera está en la médula de los españoles, y el de Gran Bretaña, que atraviesa una situación más parecida a la nuestra y que ha llevado a Blair a reaccionar". Las consecuencias de este analfabetismo las encara Azúa con toda seriedad. "Hacerse una idea del mundo, o hacerse simplemente una idea, depende de la lectura. Contra lo que la gente cree, el habla depende de la lectura y no al revés. Quien no sabe leer, no sabe escribir y no sabe hablar, y quien no sabe hablar es un loco que está a merced de los demás". En las lecturas de Azúa hay tres gruesas vértebras: Kafka, Hölderlin y Benet; sobre los tres escribe con hondura y gozo. Hay también un artículo muy divertido, el que dedica a la relectura de La Cartuja de Parma, que muestra uno de los perfiles mejores del oficio de lector: el inacabable work in progress que suscita. A estas alturas, Azúa sigue sin saber si Stendhal le toma el pelo y, sobre todo, de qué manera se lo toma. Y hay un vacío, que a su manera describe perfectamente la estética de una generación: las generaciones españolas del fin de siglo y de la República. "Es verdad que sólo escribo detenidamente sobre Unamuno, pero así lo ha querido el azar. En realidad, de esas generaciones los que a mí más me interesan son Valle Inclán y Antonio Machado. Pero nunca he escrito sobre ellos". Entre las generaciones de posguerra sólo Benet y Sánchez Ferlosio: "No hay nada más; ni siquiera Martín Santos se aguanta". Entre los contemporáneos, sólo Fernández de Castro: "Me parece una falta de respeto que un escritor escriba sobre sus compañeros. Porque en realidad cuando uno opina sobre ellos siempre está pensando en su propio trabajo, en cómo lo habría hecho él. Pero he hecho una excepción con Javier Fernández de Castro: que casi nadie le conozca me parece un caso intolerable de injusticia literaria".

Azúa y los suyos comparten, finalmente, un desprecio. Algo así como lo de Valle y Echegaray. El desprecio es Cela: "Sólo ha escrito, y al principio, un par de libros de interés, el Pascual Duarte y algún relato de viajes. Luego se ha convertido en el prototipo de intelectual bronco y montaraz, con apenas un barniz de civilización. Es un escritor pagado por Renfe y Tabacalera. Sólo hay que recordar cómo le felicitó Renfe por el Nobel en los periódicos. A toda página, pagada con nuestro dinero, se leía: "Ya era hora, coño. En cualquier otro país de Europa eso sería inconcebible".

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