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55ª MOSTRA DE VENECIA

James Caan y Bob Rafelson reanudan el "mito negro" del detective Philip Marlowe

El cineasta argentino Fernando Solanas concursa con la hueca película "La nube"

La balanza entre las películas del escaparate y las del concurso se está inclinando peligrosamente hacia las primeras. No es un buen síntoma para el cálculo de equilibrio entre los dos platillos que busca el equipo creador del apasionante giro que dio el año pasado este viejo festival. Ayer, el escaparate volvió a ganar su pulso diario con el concurso por culpa de Poodle Springs, un thriller estadounidense de puro estilo clásico, en el que el actor James Caan, el director Bob Rafelson y el guionista Tom Stoppard reanudan con acierto la leyenda del detective Philip Marlowe, el gran mito negro contemporáneo creado por Raymond Chandler.

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ENVIADO ESPECIAL, Si anteayer los museos bajaron a las calles en la intensa Lautrec, ayer volvieron a abrirse los intrincados callejones de la jungla de asfalto, escenario de una de las supremas aventuras de la narrativa estadounidense de mitad de siglo. El vehículo de este nuevo viaje a los laberintos urbanos contemporáneos fue Poodle Springs, última escaramuza novelesca -inacabada, y finalizada ateniéndose al esquema argumental que dejó trazado antes de irse Raymond Chandler, por Robert Parker- del detective privado Philip Marlowe, que sigue sin aceptar casos de divorcio y cobra a sus clientes lo que antaño: cien pringosos ("no hay ni un solo dólar limpio", le dice su chica) billetes verdes más gastos aparte.

El sexto Marlowe

Es el de James Caan en Poodle Springs el sexto rostro que el cine da a Marlowe. Le precedieron la guasa cínica de Robert Montgomery en La dama del lago; el sarcasmo pendenciero y garitero de Humphrey Bogart en El sueño eterno; el pétreo cansancio decepcionado de Robert Mitchum en Adiós, muñeca; la muesca de asco de borracho y perdedor a la deriva de Elliot Gould en El largo adiós; y la escéptica, distante y amarga ironía que le proporcionó James Gardner en La hermana pequeña, en España trasladada a la obviedad tautológica de Marlowe, detective privado, cosa que se sabe.James Caan redondea esta imagen en cinco espejos del Marlowe clásico con un sexto dibujo, más cercano, del mito. El merodeador por excelencia de la noche se hace más diurno. El tosedor con pulmones ennegrecidos por el puré de la atmósfera de los tugurios se abre a las anchas avenidas de Los Ángeles. Ha envejecido. Se sienta a descansar de sus caminatas en los bancos de los parques. Tiene el pelo blanco. Se ha casado con una rubia un cuarto de siglo más joven que él y ha de guardar energías para galopar entre las sábanas. Zurra hígados ajenos con igual o mayor ciencia, pero el suyo está ya muy gastado, no tiene la elasticidad estoica del encanjador que fue, y ahora esquiva, no se deja zurrar. Se cabrea con más calma, domina más la esgrima de la impavidez. Economiza circunloquios, va más al grano. Se huele que ha llegado la hora de que los clientes le jubilen y acepta irse del oficio por la puerta grande del braguetazo. Vive en el año 1963. A Kennedy le van a volar los sesos en la Elm Street de Dallas un día de estos, se prepara para aceptar que su tiempo se acaba ahí y su ajetreada vida comienza a tomar posiciones en las rampas de la supervivencia.

Sencilla, directa, veraz transparencia la que James Caan da al antes inescrutable indagador de las debilidades humanas y del lado oscuro del destino de la gente en apuros. La mirada de Bob Rafelson -la misma de La viuda negra y El cartero siempre llama dos veces- sostiene la terca gallardía de este ciudadano común hecho leyenda de este tiempo. Con anterioridad, la mano de Tom Stoppard ha trazado con mucha y muy buena profesionalidad un solvente guión, escrito con tiralíneas de cine antiguo del que permanece y, por permanecer, adquiere aires de cine que viene: celuloide no genial, simplemente bueno, pero a prueba del incendio del paso del tiempo. No hace vibrar Poodle Springs, pero da calma, otra forma, no ruidosa, casi inaudible, de vibración.

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