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Reportaje:

El lavadero de Pratdip

El pueblo de Pratdip, situado en la comarca del Baix Camp, pasará a la historia de la literatura catalana por ser el escenario que inspiró a Joan Perucho su novela más famosa, Les històries naturals. Muchos son los lectores que se han acercado al lugar para intentar descubrir algún indicio de los supuestos vampiros que habitaban la zona. Incluso hay quien ha buscado entre las viejas tumbas del cementerio alguna lápida con la inscripción mort de dip. Pero, según los vecinos, los vampiros de Pratdip existen sólo en la imaginación de Perucho. Al menos en la actualidad. Lo que sí existe desde tiempos remotos son unos lavaderos públicos que uno se encuentra en la entrada del pueblo. Ya desde lejos se divisa la hilera de las mujeres vueltas de espaldas y reclinadas sobre la piedra. Sus cuerpos se contonean mientras restriegan la ropa y la hunden en el agua, que se llena de burbujas de jabón y se desliza hacia la otra punta formando caprichosos dibujos. A nadie le extraña por aquella zona -y en muchos otros puntos del país- que las mujeres se reúnan en el lavadero público para hacer su colada. "Es evidente que restregando con las manos la ropa queda mucho más limpia que en una lavadora automática", nos explica una señora mientras aclara un vestido estampado. Todas tienen una automática en casa que utilizan para las sábanas, pero las prendas delicadas prefieren que pasen por sus diestras manos. "Una lavadora no llega nunca al interior de un bolsillo, ni al pliegue del cuello de la camisa". En los días de bochornoso calor, mientras los maridos hacen la siesta, ellas acarrean el cubo de la ropa sucia y se acercan al lavadero. Aunque parezca de locos trabajar a esas horas, las mujeres saben que es el mejor momento para estar tranquilas. El fregadero está protegido por una cubierta de tejas. El agua sale a chorro y sin interrupción de una fuente situada en un extremo. La balsa siempre está a rebosar y el agua sucia se va por otro canal. Un poco más arriba, en la ladera del viejo castillo de Pratdip, un bosque de adelfas de infinitos colores dan un aire de frescor al lugar. El lavadero consta de dos compartimientos: uno para enjabonar y el otro para el aclarado. "Aquí siempre tenemos el agua limpia", dice una mujer joven, "y a temperatura agradable". Según cuentan, el lavadero funciona todo el año porque el agua sale templada hasta en lo más crudo del invierno. El día de más ajetreo es el lunes, cuando se lava la ropa buena. En los últimos días de agosto tanto los hombres como las mujeres pasan la jornada en el campo recogiendo la almendra, antes que una inesperada lluvia lo eche todo a perder. "La colada pasa a segundo término", cuenta otra señora girando del revés los bolsillos de una falda. Muchas de las mujeres elaboran su propio jabón con sosa, agua y la morca, el pósito del aceite, por esas tierras abundante y de primera calidad. El jabón casero es una de las tareas domésticas más antiguas que se transmite de padres a hijos, aunque posiblemente la cadena se rompa con la nueva generación. Una de las preguntas que viene a la mente del visitante antes de dejar el lavadero de Pratdip es si se aprovecha la reunión de mujeres para el cotilleo (todo el mundo conoce la expresión "fer safareig"). Pero todas escurren el bulto y se quedan allí con sus montones de ropa, su vaivén y su cháchara.

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