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Arriba y abajo

Antonio Elorza

Asistimos en España a una resurrección de las formas más tradicionales de sentimiento monárquico. No la han favorecido los actuales Reyes, personas de trato normal, que se supieron identificar con la democracia y evitar la formación de un entorno cortesano aristocrático o militar como el que existiera antes de 1931. A pesar de lo cual, con el paso del tiempo, el culto a los personajes y a los símbolos de la realeza ha ido acentuándose, promovido casi siempre por aquellos que de este modo aspiran a ofrecer hacia el exterior una imagen de relación privilegiada con el vértice del Estado. Un poco como aquel quiosquero que en el romance monárquico dedicado a La Chata, tantas veces emitido por las radios del franquismo, quería poner en su establecimiento un letrero de "proveedor de la Infanta".Tal parece el caso de los representantes de grandes intereses económicos, como los grandes inversores alemanes y autóctonos en Mallorca, que participan con gusto en la suscripción multimillonaria para pagar el Fortuna, asunto tan bien analizado por Llamazares. En otro orden de cosas, de quienes han trufado o redorado el palacio de la Magdalena, sede de la Universidad Menéndez Pelayo, con símbolos cortesanos que rehacen en sentido inverso el trayecto del palacio regio convertido en sede universitaria republicana, con salas y habitaciones donde brillan los títulos de duques y marqueses, incluido el de Estella, aun a costa de sugerir un reconocimiento póstumo al dictador Primo. Para terminar, si olvidamos natalicios, con esas exposiciones hagiográficas sobre pasados reinados, que gustan a Javier Tusell tanto como los libros que prueban lo contrario. Es el dulce encanto del "¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!", del todo fuera de lugar para FelipeII, pero cargado de un rentable sentido reverencial.

Resulta evidente que la mezcla del espíritu cortesano con la cultura de masas en nada favorece a una monarquía democrática. Es más, tiene sus riesgos: recordemos a lady Di. Otra cosa es que convenga, como puede hacerlo la destrucción de la imagen republicana de García Lorca, a la visión conservadora de España que exhibe y va imponiendo el Gobierno de Aznar. Con la mirada puesta en el horizonte político inmediato y sin cuidarse lo más mínimo del desencuentro entre tales pretensiones y la necesaria formación de una mentalidad constitucional, con una memoria histórica liberada de mitos, necesaria aquí y ahora para nuestro Estado democrático.

Porque, mientras se despliega esa hojarasca, tiene lugar un deslizamiento nada favorable para la propia permanencia de ese mismo Estado. Al tiempo que Aznar muestra su satisfacción por su alianza parlamentaria con el PNV de Arzalluz, éste nos anuncia para España el final feliz del imperio austrohúngaro en 1918. La gobernabilidad del PP se ve reforzada, si bien el PNV se aproxima día a día al brazo político de la organización que asesinó a los concejales populares. Los desacuerdos entre demócratas, panorama habitual de la política vasca desde Ermua, han de ser vistos desde hoy como el prólogo a un posible frente nacional que destruiría toda cohesión democrática, no por ser nacionalista, sino por incluir a quienes sostienen una acción terrorista, aunque ésta resulte de baja intensidad. En este marco, la impunidad de los reiterados actos vandálicos, de Getxo a Hernani, anuncia un posible futuro poco apetecible, con rasgos de primer fascismo, en que HB, más que participar en el Gobierno vasco, lo apoyara desde el exterior, en tanto que sus encapuchados se encargarían de destruir a todo oponente, dejando claro al conjunto de la sociedad vasca el precio de no ser abertzale. PNV y EA, sin el engorro de Atutxa, recibirían el impulso desde la cresta de la ola política.

Y mientras en la Corte se celebran los fastos de FelipeII o de Cánovas, en los centros de enseñanza secundaria de Euskadi los adolescentes que se niegan a suscribir las acciones pro-ETA, obviamente una minoría frente a quienes tienen el respaldo de la violencia, reciben el nombre de "los desvinculados". El informe de TV-3 que lo recoge es de 1996. Hoy, el vínculo se va tejiendo entre PNV, EA y HB, como antes entre ELA y LAB, en la forma de ese frente nacional que de cuajar acabaría convirtiendo a los demás vascos, como a los estudiantes del instituto donostiarra, en "desvinculados", reducidos a una forma subalterna, y en ocasiones peligrosa, de ciudadanía.

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