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Reportaje:

El campo cotiza al alza

Los cultivos aumentan en Madrid por primera vez en la década con el auge del olivo y la avena

Madrid no es todo vorágine. En medio de tanto humo, asfalto y desenfreno fabril, aún resisten 625.000 hectáreas salpicadas de olivas, maíz, girasol, melón y ricas uvas malvar, tempranillo o garnacha. Y no se trata de un baldío ejercicio de supervivencia: por primera vez en lo que va de década, la dirección general de Agricultura ha registrado en sus estadísticas un incremento en la superficie cultivada de la región. En 1998 se ha pasado de 22.500 a 23.500 hectáreas de olivar, de 10.000 a 11.000 de maizales, de 2.800 a 3.200 para el girasol y, lo más sorprendente de todo, de 2.000 a 4.500 en lo que se refiere a las plantaciones de avena. "Es un producto magnífico para los caballos. Ahora proliferan los picaderos por aquello del ocio, las rutas ecuestres y demás", razona el coordinador de Agricultura de la Administración regional, Edmundo Aijón.Así pues, el campo madrileño, al que algunos quisieron sentenciar por anacrónico y mortecino, cotiza al alza a 500 días escasos del efecto 2000. No se trata de ninguna eclosión, ciertamente (el agro mueve unos 13.000 millones al año, poco más del 1% del producto interior bruto), pero el presente repunte ha contagiado un moderado optimismo en un sector acostumbrado a la decadencia estadística. Desde mediados de los ochenta, inexorablemente.

Para mayor felicidad, la meteorología se ha comportado esta vez de manera razonable. El curso pasado, el frío y las lluvias del verano más atípico de los últimos tiempos se tradujeron en una cosecha regular para la uva o el ajo, y calamitosa en el caso del melón de Villaconejos. Para colmo, la aceituna, que venía sabrosa, se echó a perder casi en su totalidad por culpa de la plaga de la mosca, un díptero voraz que picoteó el 90% de estos frutos. Esta vez ha habido un melón rico (y hasta cinco veces más barato que un año atrás), la uva tinta viene pletórica (no tanto la blanca) y el aceite se presume sabroso, con una producción estimada de 3,3 millones de litros.

Los pronósticos son menos optimistas para el girasol, el único gran beneficiado de las lluvias veraniegas de hace 12 meses. "La pipa de este año será un poco más floja", vaticina Aijón. Y se queda la incógnita casi permanente de los ajos finos de Chinchón, una modalidad autóctona que, pese a su peculiar sabor intenso y aromático, no acaba de arrancar. "Las amas de casa aún están con lo de que son pequeños y cunden menos. Hay que promocionarlos", explica Aijón. De momento, a los ajeros se les han ofrecido 300.000 pesetas de ayuda por cada hectárea sembrada con la liliácea local. Y en cuanto al tamaño, habrá que esperar a que la ingeniería genética eche una mano.

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