¿Nacionalismo?, ¿pujolismo? JOAN SUBIRATS
Si faltaban evidencias sobre el carácter de final de etapa (gane quien gane) de las próximas elecciones autonómicas, el reciente documento hecho público por la llamada Fundació Barcelona lo pone aún más de relieve. Este texto, que empezó a difundirse hace unos días, nos habla en su enunciado de la "búsqueda de un nuevo mensaje capaz de dar respuesta a los retos de la sociedad catalana contemporánea". No debería ser ello noticia, dada la abundancia de manifiestos y declaraciones que han saltado a la palestra en las últimas semanas, si no fuera por la personalidad de los componentes de la mencionada fundación. Se trata de un conjunto de personas con edades relativamente similares (alrededor de los 40), muchas de las cuales se cuentan entre los fundadores de la Joventut Nacionalista de Catalunya, movimiento juvenil vinculado a Convergència desde sus orígenes, y que reúnen a un heterogéneo grupo de profesionales, empresarios y cargos político-administrativos que ocupan o han ocupado posiciones de primerísimo nivel en el gobierno actual de CiU (secretarios generales en Presidencia, en el Gobierno o en diversas consejerías, adjuntos a portavoces en Madrid o en el Ayuntamiento de Barcelona, etcétera), pero que aglutinan asimismo a personas que en la actualidad no militan en CDC. Se trata, por tanto, de un muy significativo grupo de opinión dentro del nacionalismo catalán, cuyo trabajo se ha visto de golpe catapultado a la primera línea de la actualidad al recibir entusiastas adhesiones por parte del mismísimo presidente de la Generalitat, justo el día en que Pere Esteve salía en todos los medios de comunicación presentando la llamada Declaración de Barcelona con Arzalluz y Beiras. Al margen de la coyuntura o urgencia con la que el texto vio la luz (lo que probablemente explica su incompleta y fragmentaria redacción), el análisis de su contenido nos da algunas pistas de lo que se está cociendo. El documento de la Fundació Barcelona se abre con una cita de Pujol de 1964 que les sirve a los autores para fundamentar sus posteriores afirmaciones y para simbolizar su voluntad de continuidad sin continuismos. El texto, dentro de un tono general liberal-progresista, está claramente desequilibrado, ya que la parte dedicada a las propuestas de Gobierno y Administración ocupan más de la mitad del total, y son las que más consistentemente desarrollan un modelo drásticamente alternativo a la actual estructura burocrática de la Generalitat. Modelo que entronca con las grandes líneas de lo que se ha denominado "nueva gestión pública" y que tan profundamente ha modificado las administraciones de países como Gran Bretaña, Suecia, Australia, Canadá o Nueva Zelanda. La tercera parte, dedicada a definir las relaciones de Cataluña con España o Europa, no aporta especiales novedades, mientras que la parte más significativa del texto de la Fundació Barcelona es la dedicada al catalanismo, entendido como una reformulación del nacionalismo a finales del siglo XX. Al margen de ciertas ambigüedades (no se sabe, cuando hablan de catalanismo, si se refieren a una nueva corriente política, a una CDC remozada, o al conjunto de los catalanes que quieren defender un núcleo básico de derechos y libertades para Cataluña y sus habitantes), lo que sorprende es la desdramatización con que abordan temas con los que CDC ha nutrido su ideario y sus políticas en estos años (como la lengua), y su intento por encuadrar ese "nuevo" catalanismo en las coordenadas del multiculturalismo, el comunitarismo o la insistencia en hablar más de los problemas de los catalanes que de los de esa Cataluña en abstracto y multiuso que tan hábilmente ha manejado Pujol en estos años. Pero son también significativos los silencios o las ausencias. No hay referencias a nuevas formas de participación o de renovación democrática, no se definen con claridad sobre el papel de los municipios en la distribución de poderes, o avanzan muy poco en temas de políticas sociales o de ordenación del territorio, mientras se montan un cierto lío entre lo de pensar en el futuro pero recuperar el "pensamiento mítico catalán". El contenido del documento y algunas reacciones que el mismo ha suscitado demuestran que se ha iniciado un debate en el movimiento que ha gobernado Cataluña en los últimos 18 años, debate que afecta tanto a la forma de plantear la próxima estrategia electoral como a la renovación ideológica y de liderazgo de Convergència. Ese debate parece que puede empezar a articularse en torno a dos polos. Por un lado, los que se aferran a las esencias del pensamiento pujolista, expresadas aquí y allá en discursos y textos que, a pesar de su fragmentación, mantienen una estimable (y venerable) coherencia, pero que sobre todo intentan no apartarse un milímetro de lo que imaginan que piensa en cada momento aquel que les da cobijo y acceso al poder. Por otro lado, aquellos que intentan situar a ese, hasta ahora, hegemónico nacionalismo catalán en el marco en el que se mueven los grandes debates ideológicos y de actuación política en Europa, y que para ello están dispuestos a correr riesgos, a plantearse preguntas, a imaginar un mundo sin Pujol, un mundo en el que la verdad no sea sólo revelada por el único que puede hacerlo, un mundo en el que se pueda pensar con autonomía. No se trata por lo tanto de algo estrictamente nuevo en el panorama político. Es algo que ha ocurrido siempre que se empiezan a percibir los primeros síntomas de agotamiento físico de un liderazgo fuerte y carismático. Los personajes con menos recursos ideológicos, menos capaces de plantearse problemas, menos seguros de sus convicciones, pero, precisamente por ello, más necesitados de protección, más necesitados de asideros que les permitan mantenerse donde están, son aquéllos que más juegan a la ortodoxia, son aquéllos que más dispuestos están a todo tipo de triquiñuelas y trapicheos siempre en nombre de las esencias, siempre en nombre del padre-fundador. Aquellos más seguros de si mismos y de sus recursos, más capaces de intentar aquello de "cambiar para conservar", más dispuestos a dialogar desde sus convicciones con todo aquello de nuevo que surge a diario en el panorama político, son los que entran en terrenos más pantanosos, menos seguros, y son, por lo tanto, quienes más coscorrones reciben tanto de los suyos (por aventureros) como de sus contrincantes (ya que mueven el tablero sin previo aviso). La historia política nos cuenta que casi nunca los ortodoxos y fidelistas son capaces de navegar sin el Gran Timonel, pero son aquéllos que más fácilmente se hacen con el puente de mando cuando se perciben los primeros aires de motín o de fin de etapa. Pero siempre, lo más difícil para unos y otros, es acabar convirtiendo un movimiento generado en torno al carisma de un líder en un partido político capaz de mantenerse unido y con cierta consistencia ideológica cuando desaparece el cemento personal que proporcionaba ese liderazgo fundacional y moral. Es ahí donde Pujol, al margen de que se hable de nacionalismo o de catalanismo, controla aun todas las cartas de la partida, y puede utilizar a unos u otros cuando más le convenga.
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