La Duma desafía a Yeltsin y rechaza a Chernomirdin como primer ministro
El camino de regreso de Víktor Chernomirdin a la jefatura del Gobierno ruso se está revelando tan espinoso como el que tuvo que recorrer hace apenas cinco meses su predecesor, Serguéi Kiriyenko. La Duma (Cámara baja del Parlamento), dominada por la oposición comunista y nacionalista, rechazó ayer su candidatura en una decisión que abre un nuevo y dramático enfrentamiento con el presidente Borís Yeltsin, sobre el que se sigue ejerciendo una fuerte presión para que abandone el Kremlin. Chernomirdin obtuvo los votos de 94 diputados, con 252 en contra, cuando necesitaba 226.
El veterano miembro del aparato comunista soviético, que dirigió ya el Gobierno durante más de cinco años, sólo contó con el respaldo de su propio partido (Nuestra Casa es Rusia) y de un puñado de parlamentarios de diversos grupos. Los liberales de Grigori Yavlinski, los comunistas y sus aliados se pronunciaron casi unánimente en contra. Los ultranacionalistas de Vladímir Zhirinovski, que como de costumbre intentan venderse al mejor postor, ni siquiera se tomaron la molestia de votar.La intervención de Chernomirdin ante la Duma, con la que en el pasado supo coexistir, no sirvió para superar el problema de fondo: Rusia atraviesa la que tal vez sea la crisis económica más grave de su reciente historia como país independiente, y nadie quiere convertirse en cómplice de un Gobierno que no ofrece todavía ninguna fórmula convincente para evitar caer en el abismo. Y menos a cambio de nada. El pacto político que se forjó el pasado fin de semana entre presidente, primer ministro, partidos y Parlamento se vino abajo cuando se hizo evidente que Yeltsin no estaba dispuesto a aceptar un reparto real del poder que ahora concentra y ejerce de manera casi absoluta.
El problema es el presidente, que sigue negándose a abandonar el poder como, por ejemplo, le exigen los comunistas, que le consideran el principal responsable de una crisis que ha provocado la devaluación del rublo y el resurgir de la inflación y que amenaza con empobrecer aún más a la población.
Chernomirdin reconoció ayer que "Rusia está al borde del colapso político y económico". Algo que ya saben los diputados, como también que "el tiempo se agota", que "hay que minimizar las pérdidas" y que "sólo se puede superar la crisis mediante una acción concertada". De nada le sirvió al candidato asegurar que él no habría devaluado el rublo, ni suspendido el pago de la deuda, ni habría puesto en peligro de quiebra al sistema bancario. Sus promesas de poner orden en el caos, y su intento de cargar las culpas de cuanto ahora ocurre en las espaldas del Gobierno "infantil" de Kiriyenko caen en saco roto. No hace falta ser diputado para comprender que Chernomirdin no puede ser inocente de que, en los años en que fue primer ministro, se criminalizase la economía, se destruyese el tejido productivo, se extendiese la plaga de la corrupción y se cayera en el pozo sin fondo de millones de pensiones y salarios sin pagar.
Al menos ayer, la Duma hizo pagar a Chernomirdin, y a Yeltsin, esta pesada factura. Otra cosa es que mantenga el tipo hasta el final. El presidente volvió a presentar ayer al mismo candidato y aún puede hacerlo una tercera vez. La segunda votación se celebrará con toda probabilidad el próximo lunes. Hasta entonces, el chalaneo tal vez haga milagros. Hay precedentes. Sólo si hay dos nuevos rechazos, Yeltsin disolvería la Cámara y convocaría elecciones anticipadas, una perspectiva que, en el pasado (por ejemplo con Kiriyenko) hizo cambiar in extremis de postura a los diputados.
El líder comunista, Guennadi Ziugánov, llegó ayer al extremo de pedir al Ejército y a las fuerzas de seguridad que no permitan al presidente cerrar "la última pequeña isla de legalidad que todavía existe en el país". En otro caso, concluyó, "prevalecerán el caos y las bandas criminales". El catastrofismo llegó también desde el bando de Yeltsin, cuyo representante en la Duma, Alexandr Kotenkov, señaló que, si Chernomirdin no es ratificado, puede estallar una "revuelta social" que se llevaría por delante tanto al Gobierno como a la oposición.
Tal vez para evitar tan aterradora perspectiva, o más bien para cortejar a los comunistas, el dirigente de Nuestra Casa es Rusia Alexandr Shojin hizo ayer una finta: de esta crisis podría salir una política que, al menos temporalmente, mezclase reformas de tipo estatalista y de economía de mercado. Un cóctel tal vez explosivo, que levantaría ronchas en Occidente, pero que podría aportar lo que más hace falta hoy en Rusia: consenso y estabilidad.
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