La importancia de llamarse Svoboda
Si el año pasado el Festival Internacional de Santander se anotó el tanto del año al ofrecer en primicia al Kirov-Marinskii de San Petersburgo con el programa Diaghilev (que esta temporada sensatamente retoma el Teatro Real de Madrid), anteayer, con la representación del Romeo y Julieta del ballet del Teatro Nacional de Praga, repite triunfo y corona el espíritu selectivo a la hora de traer grandes espectáculos hasta la capital cántabra.La pieza coreografiada elocuentemente por Libor Vaculik (estrenada en la capital checa en enero de este año) procede de una profunda revisión del montaje de 1971, donde ya el escenógrafo más importante de nuestro tiempo, Josef Svoboda (Cáslav, 1920) creó uno de sus grandes espacios geniales y trascendentes, no sólo por su poética monumentalidad, sino por su pura eficacia escénica. Vaculik, junto al destacado director cinematográfico Peter Weigl, han entendido desde el principio que la égida de este montaje la marcaba Svoboda. Es así, que genialmente durante casi tres horas se baila sobre una escalera monumental. Digamos que la escalera baila también, con un talante moderno y clásico a la vez.
Hay un poder sinfónico en el escenario constructivo, eso que el propio Svoboda llamaba el uso del alfabeto escenográfico, para llegar a un espacio psicoplástico que envuelva adecuadamente el trabajo actoral y bailado.
Un vestuario sencillamente brillante con un trabajo de color rayano en lo pictórico e inspirado en Cranach completan un fresco donde los bailarines consiguen convertirse en bellísimas pinturas vivientes.
No es aventurado decir que desde Cranko (Sttutgart) y MacMillan (Londres) no se producía este Romeo y Julieta de Shakespeare con tal altura estética, y en ello tiene una gran importancia, al alimón, coreografía y aparato escénico, primando una gran movilidad que apoya ese poso de tragedia no por conocida menos emocionante.
Teatral y eficaz
Vaculik hace un uso solvente de la media punta y adereza el vocabulario académico con riqueza expresionista centroeuropea muy teatral y eficaz; la pantomima es excelente y refleja el serio trabajo dramatúrgico de Peter Weigl, acertando en lo descriptivo de manera original y bien imbricado en la fuerte presencia de la partitura de Prokofiev.La iluminación concebida en principio por el propia Svoboda es una lección brillante del uso de la luz blanca cenital y dando perspectiva arquitectónica a los sobrios elementos del decorado.
Hay que destacar entre los intérpretes en primer lugar al Romeo de Stanislav Feco, un bailarín de destacadas piernas de proporción alejandrina, con giro seguro y un instinto romántico que hace vibrar; le sigue al mismo nivel el joven ruso de San Petersburgo Alexander Katsapov, en un Mermuccio pleno de gracia y equívoco, de imán y de sensualidad. La Julieta de Susana Susova ganó en intensidad hasta la última escena, donde su solo fue todo pasión y lágrimas. El broche de oro lo puso el legendario bailarín Vlastimil Harapes, al aparecer excepcionalmente en el papel del Duque de Verona, mostrando aún su imponente presencia.
Volviendo a la escenografía y al escenógrafo Josef Svoboda, hay que hacer una profunda reverencia ante ese cultísimo ejercicio formal resuelto a partir de una escalera (que no desecha la de Miguel Ángel en la Biblioteca Medicea) y el arco toscano de pilar adosado como único motivo en repetición. Svoboda demuestra, tal como expresa en su poética, que "los descubrimientos en diseño escenográfico son el resultado de hacer funcionar mejor y perfectamente las fórmulas teatrales ya conocidas".
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