El puente colgante y el museo
Escudado tras un despacho de formica, Joan Salvadó no encuentra razones para acompañar a nadie a una visita guiada por Amposta. Ni siquiera después de convencerle de que es el mejor acompañante que un periodista puede desear, pues media hora de conversación con él cunde más que una tesis doctoral sobre los orígenes de la capital del Montsià. Y además no aburre. Se ciñe a enumerar lo que cualquier hijo de vecino puede apreciar en su pueblo, preguntando primero si prefiere urbe o campo. Si uno se inclina por la ciudad, Salvadó recomienda por este orden el puente colgante y el museo. En cambio, si prefiere el aire libre, le propondrá un paseo en golondrina desde Amposta hasta la desembocadura del Ebro. A sus 71 años, Joan Salvadó sigue acumulando páginas y páginas de historia, con una fortaleza física impertérrita. Con él no han podido ni el franquismo -fue miembro del comité central del Partido Comunista en la clandestinidad e íntimo amigo de Santiago Carrillo-, ni el paludismo, ni los innumerables paquetes de Rex que devora a cada segundo, como antaño acumulaba en su memoria una por una las historias que oía de sus abuelos y padres. Corrían los años treinta, en una barraca del delta, cuando Salvadó forjó sus ideas sobre el comunismo, la colectivización de tierras y el reparto de la riqueza. Doctrinas de las que nunca ha renunciado. "Nunca he ido a jornal, siempre a destajo, aunque mis espaldas se hayan pelado como las de una bestia de carga", comenta Salvadó, mirando por el rabillo del ojo la vecina fachada de la Cámara Arrocera de Amposta -una cooperativa que acumula más de 2.500 millones de pesetas de déficit-, como muestra de cooperativismo sainetero.
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