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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Emergentes y vulnerables

LA SITUACIÓN de inestabilidad financiera que el mundo padece se ha llegado a comparar a algunos de esos grandes incendios del verano. Las analogías, más allá de la envergadura de los destrozos que puedan ocasionar, no son muchas. De las actuales convulsiones financieras se conoce el origen con mayor precisión que las causas, menos exactamente las condiciones de propagación y casi nada sobre cómo atajarla. Por no haber, no hay ni cuerpo de bomberos que disponga de sistemas, ya sean primarios, de sofoco y aislamiento. La vulnerabilidad a la que están sometidas casi todas las economías del mundo se presenta acompañada de una sensación de cierta fatalidad, de desconfianza en la capacidad técnica y política de los dirigentes para controlar su alcance.Que la tranquilidad retorne a los mercados financieros de los países industrializados, como ha ocurrido ayer, en modo alguno es sinónimo de su carácter definitivo y mucho menos de que otras regiones del planeta gocen de esa misma tregua. La práctica totalidad de las economías de América Latina está ahora situada en el centro de atención de esos operadores financieros, que aceleradamente buscan refugio ante esa intensificación del riesgo con que se ha celebrado el primer aniversario de la crisis asiática y la complicada situación abierta en Rusia.

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Aunque no falten posibilidades de identificación de relaciones que expliquen, en un contexto de amplia globalización económica, esa contaminación latinoamericana, lo cierto es que la reacción de aquellos mercados a lo que está ocurriendo en Asia y Rusia es excesiva. También inmerecida, si esta caracterización tiene algún sentido. En la mayoría de esos países, las políticas económicas existentes mantienen una orientación adecuada a los propósitos de estabilidad y saneamiento de las finanzas públicas y unos consecuentes resultados desconocidos desde hace décadas. La atracción de capitales exteriores, fundamentalmente a través de inversiones directas, muchas de ellas vinculadas a procesos de privatización, ha contribuido a normalizar la actividad empresarial, generalizando reglas del juego propias de países estables.

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Es cierto que los efectos debilitadores de la demanda transmitidos desde los países asiáticos y su renovada competitividad tras las intensas depreciaciones de sus monedas condicionan seriamente la continuidad de tasas elevadas de crecimiento como las experimentadas en los últimos años en el subcontinente latinoamericano. Ese efecto es particularmente sensible en países como Venezuela y Chile, excesivamente dependientes de la exportación de materias primas. Pero no justifican el serio deterioro que están sufriendo sus variables financieras: tipos de cambio, tipos de interés de los bonos y cotizaciones bursátiles.

Su mera catalogación como economías emergentes es ahora la principal responsable del aumento de la prima por riesgo. De ello están teniendo cumplida cuenta aquellas empresas españolas con inversiones directas en esos países, las más importantes en la configuración de nuestro mercado bursátil y, en definitiva, las principales causantes del severo ajuste sufrido en la riqueza financiera de los españoles durante las últimas jornadas. El hecho de que por el momento el fuego haya remitido no quiere decir, ni mucho menos, que se halle bajo control.

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