Oriente 98
La leal oposición iba a exigir responsabilidades ante la ley, no en vano tenemos la suerte de vivir en un Estado de derecho. El pueblo soberano no involucrado en el desmán de un modo u otro clamaba justicia: "¡Que la sangre de los responsables caiga sobre nuestras cabezas y las de nuestros hijos!".Bueno, no tanto, que al fin y a la postre ya se sabe que aquí "tos somos güenos", pero sí que se celebrase un juicio solemne y ejemplarizante, tipo Núremberg, que no se pasara página, que no quedase impune la destrucción fulminante de la Casa del Tesoro, el Jardín de la Reina y demás vestigios de la historia madrileña exhumados primero para su estudio sin reparar en gastos (500 millones) y borrados luego del mapa físico, anímico y cultural de la ciudad aquella madrugada de agosto, hace dos años, en que las excavadoras municipales se llevaron por delante, en satánica orgía, un girón importante de nuestro pasado. "He hecho", apostilló el señor alcalde, "un gran beneficio al patrimonio cultural y artístico de Madrid". O séase, la reforma de la plaza de Oriente, la consiguiente madriguera underneath (debajo), los parkings, el túnel.
Pero no ha habido juicio de Núremberg, y seguro que ni los hijos de Madrid ni sus compatriotas de las provincias limítrofes que acuden extasiados los fines de semana a contemplar el "beneficio" (consiguiendo incluso llenar el aparcamiento público, eureka) se acuerdan ya de nada. Pero el vecindario de Bailén sí, porque dos años después de aquella mayúscula tropelía sigue pasándolas canutas. Las obras de Mayor se encargan de mantener intacto el esplendor decibélico, la desdichada calle de la Almudena vuelve a convertirse en almacén al aire libre de ingenios y residuos edilicios, y a lo largo del Viaducto continúan alzándose las horrorosas vallas que privan a los madrileños, desde hace casi tres meses, de su mejor atalaya y tras las cuales se trabaja presuntamente en la erección de esas "pantallas antisuicidas" que nos impedirán lanzarnos colectivamente al vacío y estrellarnos contra el pavimento de la calle de Segovia poniendo pecaminoso fin a la creciente angustia que nos produce la política municipal.
No es posible atisbar lo que sucede tras las susodichas vallas, pero sí permitir que vuele la imaginación, ya que no el cuerpo. Por cierto, ¿han visto City of Angels, de Meg Ryan y Nicholas Cage? Bueno, pues él va en la ficción cinematográfica de ángel de la guarda, no con camisón blanco, alitas al camisón, aureola y arpa o pífano, sino con un abrigo largo y negro, como de mormón o así en invierno. Y lo que yo me imagino es que allá detrás de las vallas, entremezclados con los presuntos trabajadores, haciendo gozosos equilibrios sobre la, para los mortales, invisible balaustrada del Viaducto, andan Seth (que así se llama el personaje) y sus colegas celebrando el trabajo presente y futuro que les quita el excelentísimo Ayuntamiento.
¡Ya hubieran querido tener los ángeles que le sacaban las castañas del fuego a san Isidro un corregidor como el nuestro!
Como sabrán ustedes a estas alturas, y ya que hablamos de ángeles y santos, los obispos madrileños están tan sincronizados -o sincretizados, o vaya usted a saber- con nuestras autoridades municipales que ya se atreven a apear árboles motu proprio, en esta ocasión con motivo de las obras realizadas ante la catedral de la Almudena para la erección futura de la estatua de su santidad Wojtyla (y creo que también, ya puestos, a santa Teresa, san Isidro y santa María de la Cabeza, con suntuoso parking, también underneath, para sus eminencias. Por cierto, me pregunto cuántos hay, pues se habla de ellos siempre en plural).
Y dijo doña Mercedes de la Merced, que estaba de alcalde en funciones y a la que fueron con el chivatazo, que "se exigirán las responsabilidades pertinentes". ¿Se imaginan ustedes a un equipo de gobierno municipal con demostrada vocación podataladora y mariana metiendo mano a los príncipes de la Iglesia?
Y no son las talas clericales la única sevicia que soportan los vecinos.
También rompe la jerarquía catedralicia los tímpanos del ciudadano con el estruendoso repique de campanas en las mañanitas dominicales (según denunciaba un lector de EL PAÍS: más de 75 decibelios medidos en su balcón e indefensión absoluta ante las autoridades religiosas y civiles), o les roba el sueño con esa iluminación en tecnicolor de la Almudena, que revela con descaro su condición pastelera. ¿No nos recuerda algo terrible y nada remoto toda esta prepotencia episcopal?
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