Con la boca abierta
¿Por qué le dará tanta risa a don Arzalluz la posibilidad de un gobierno PSE-PP-IU en Euskadi? Será, quizás, porque a ese frente le atribuye poca frente, sobre todo si la comparamos con la de la nueva Mesa Nacional de HB, a la que considera de una gran inteligencia. Pero, entonces, a qué viene todo ese encendido de señales, rebato de campanas, manos alzadas y conjuros al trinomio; todo ese agobio porque nos satanizan y nos derriban, ¡oh fieles!; ese rictus desencajado a lo Casandra, como si la guerra de Troya volviera a tener lugar. ¿Habrá que hacerle caso esta vez, no vaya a ser que el caballo, en esta ocasión no de Troya sino de Jerez, vuelva a colarse entre nuestras murallas? Pero escuchen bien, porque en realidad ese frente poderosísimo, urdido por Belial, Astarot y Trimegisto, es un frente imposible, un caos, un desastre, un zapateado confuso. Mas, no se preocupen, que para algo está él, están ellos, que algo tendrán que hacer, oséase, que por algo están haciendo lo que hacen. Nos salvarán, vótenles. ¡Oh aromas del estío! Me estaba yo tan ricamente al sol, con la boca cerrada por si las moscas -que abundan en esta época-, cuando ese conglomerado de teodicea, Roberto Alcázar y reparto de premios, ha venido a turbar mi paz, dejándome con la boca abierta y al límite del desencajamiento de mandíbulas. Olvidado ya de tanta patraña, hacía yo cosas como discutir con María Teresa Castells, de la librería Lagun, sobre la bonanza o perversidad del tiempo veraniego. Nuestras desavenencias se centraban en la primera quincena de julio, y me tachaba ella de pesimista por ver oscuro lo que, según ella, había sido radiante. Tenía yo mis dudas sobre tanto esplendor, cuando aparece Joaquín Forradellas, el coautor de la nueva edición Rico del Quijote, y sentencia que en julio hizo más frío que en enero. Quedo, pues, casi como la alegría de la huerta entre los carámbanos de Joaquín y las naranjas de María Teresa, y risa va y risa viene, me llevo la nueva y estupenda edición de Antonio Carreira de los Romances de Góngora. Allí leo: "Turbias las aguas, madre, /turbias van:/ mas ellas se aclararán". Perlas en la boca, que vuelve a abrirse de nuevo, esta vez de deleite. Y para boca, la de Lewinsky. Pequeña, sin duda, pues que le cayó al vestido. Aunque bien pudiera ser, dado que según el mozo no hubo adulterio, que todo ocurriera en la distancia y que, en realidad, estuvieran jugando a la ranita con un murete de por medio. Y desde entonces así nos hemos quedado, como la ranita, con la boca abierta y las amígdalas secas, de tan aireadas. Pues resulta difícil elegir entre los diversos motivos para el regocijo que ofrece este caso. Puestos a lo serio, es cierto que representa un paso más de ese proceso de judicialización de la política a que está siendo sometida la democracia americana, en la que la sentencia de una causa judicial, digamos X contra Y, puede ser determinante para la convivencia de todo el país. La vida privada y la intimidad resultan además acosadas por la validez otorgada a algunos procedimientos en el desarrollo de este caso. Y no me refiero sólo a la vida privada de Clinton, que alguien puede alegar que es siempre una vida pública, sino a la de la propia Lewinsky. Pero fijémonos en los elementos jocosos. Mi preferido es esa afirmación de Clinton de que el sexo oral no constituye adulterio, afirmación que asegura fundada en la Biblia. Tremendo sacrificio puritano, haberse quedado en el antipasto pudiendo haber gozado del menú completo. Y todo por no pecar. ¿De qué se quejan los ciudadanos de su país? Al fin y al cabo, según acaba de declarar ante la opinión pública norteamericana, sólo cometió un "grave error de juicio". ¿Querrá referirse con eso a que él no sabía que lo que hizo fuera pecado? ¡Ah!, de saberlo se hubiera limitado a entregarle una orquídea y a decirle como Benedick en Mucho ruido y pocas nueces de Shakespeare: "I will live in thy heart, die in thy lap, and be buried in thy eyes". ¿Lo hubieran dejado entonces en paz? Probablemente tampoco. La civilización está en peligro. Urge hacer algo.
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