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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Una oreja nada más

Hubo una oreja y la cortó Enrique Ponce. No se crea que el dato es baladí: tiene su miga. Acabó la función y no se podía entender cómo era posible que sólo se cortara una oreja con la cantidad de ovaciones, de olés, de vítores, de músicas que se produjeron sin parar a lo largo de la tarde. Dieron las seis, hora señalada para el comienzo de la función, y la gente se puso a aplaudir. Dieron las ocho y cuarto, hora en que más o menos terminó aquello, y seguía aplaudiendo. Sólo paró unos instantes, que realmente resultaron dramáticos. Fue al comienzo. César Rincón recibía al primer toro mediante movidos capotazos, se paró al rematarlos y el animal le arrolló. Quiso continuar la lidia pero era imposible. Esbozó unos muletazos y hubo de retirarse cojeando a la enfermería. Y quedó el espectáculo convertido en un mano a mano.

Atanasio / Rincón, Mora, Ponce

Toros de Atanasio Fernández, con peso, inválidos, dóciles. César Rincón: arrollado por el 1º, tras unos muletazos se retiró a la enfermería. Sufre fractura de peroné. Juan Mora: dos pinchazos y descabello (silencio); estocada atravesada trasera caída (minoritaria petición, ovación y salida a los medios); pinchazo y estocada a paso banderillas (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: pinchazo, estocada atravesada trasera perdiendo la muleta -aviso con retraso- y descabello (ovación y salida al tercio); bajonazo (aplausos y saludos); estocada corta trasera perpendicular recibiendo, rueda de peones y descabello (oreja).Plaza de Vista Alegre, 20 de agosto. 6ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Mano a mano a estilo de lo que se lleva ahora. Es decir, que cada matador iba a la suya y no competían en nada. Menos aún en quites, porque no hubo quites. Ni los toreros estaban por la labor ni los toros hubiesen soportado semejantes excesos.

Los toros -¿haría falta decirlo?- se desplomaban. Todos los toros se desplomaban en diferentes estilos: unos caían de morro, otros de culo, y algunos, para variar, se pegaban una panzada pillando debajo -¡ay!- lo que las vaquitas tanto estiman. Uno de estos -que fue el de la oreja-, tras caer de panza, se quedó mirando al tendido con evidente curiosidad. Se ve que ni sentía ni padecía.

Nadie entre el público hizo observación alguna respecto a las caídas de los toros. La gente ya se ha acostumbrado a las invalideces del ganado y llegará el día en que si sale un toro y no se cae, lo tome a mal y proteste. Puede que incluso le guste ver un toro rodando por la arena. En Bilbao dio esa sensación pues cada vez que el toro se pegaba la gran morrada a la salida de un pase, lo aclamaban con especial entusiasmo. En realidad no hubo pase, ni lance que no aclamara el público. La gente, estaba claro, había ido a divertirse, y divertirse no consiste en disfrutar con la bravura de los toros y la maestría de los toreros -si hay de eso- sino en aplaudir a rabiar, pedir orejas.

Ovaciones encendidas escuchó Juan Mora, que al primer toro de su lote le dio desastrado trasteo por todo el redondel, tironeando muletazos, sufriendo enganchones, desbordado y hasta perseguido. No mejoró mucho su faena al quinto de la tarde, que incluso le desarmó, pero metía pico a mansalva por lo que pudiera suceder y consiguió al final enjaretar unos derechazos que levantaron clamores.

No había oreja, sin embargo. El presidente se mantenía firme ante el griterío. La oreja no es que la pidiese la mayoría, mas la minoría peticionaria armaba un escándalo monumental. La compensación orejil se esperaba de Enrique Ponce, que para el asunto de las orejas se pinta solo. Y, efectivamente, al lado de los ajetreos de Juan Mora, su temple parecía arcangélico; su técnica para sacar pases, magistral. Ahora bien, no acababa de cuajar las faenas. La borreguez de los inválidos, la distancia que se tomaba al ejecutar las suertes, la premura con que las remataba para escurrir el bulto, limitaban la intensidad de las emociones.

Quedaba la última oportunidad. El desquite habría de ser en el sexto toro. Y fue. Enrique Ponce brindó al público y se presentó como una locomotora: pegó pases a ritmo acelerado, entre ellos dos tandas de naturales; empalmó el molinete llamado de las flores con un circular completo y el de pecho sin solución de continuidad, dio derechazos hasta hartarse y concluyó con lo mejor de la faena y hasta de la tarde triunfal: una estocada en la suerte de recibir. No es que la cobrara por el hoyo de las agujas pero ahí quedó eso. Y en la plaza se produjo el delirio.

Las dos orejas le pidieron y el presidente sólo concedió una. Gran parte de la plaza abroncó al presidente por semejante fechoría mientras unos pocos se atrevieron a aplaudirle. He aquí un presidente y unos aficionados que quisieran devolver a Bilbao la seriedad y la categoría que tuvo en tiempos. Alguien debería tomarles la filiación: son peligrosos.

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