Con la gorra
A los toros que sacan ahora, un torero con juventud y oficio los puede torear con la gorra. Y, de paso, darles un baño a sus compañeros de cartel. Es el caso de Enrique Ponce. Enrique Ponce toreó a sus toros con la gorra, a los colegas con quienes alternaba les pegó un repaso, se quedó con el público, cortó una oreja y si no cortó cuatro fue sencillamente porque no le dio la gana.
No estaba en plan acaparador Enrique Ponce. Ni siquiera quiso aprovechar la coyuntura para dar la vuelta al ruedo que pedía el público. Se limitó a recibir en los medios la clamorosa ovación y se retiró al burladero más chulo que un ocho.
La superioridad de Enrique Ponce resultaba evidente. Sus compañeros de terna -bien se vio- son incapaces competir con un torero joven, conocedor de su oficio, que tiene la moral alta y está como una moto. Enrique Ponce da los derechazos con la facilidad del que lava. Los da por cientos y, cuando acaba -si es que acaba alguna vez-, no tiene remordimientos de conciencia, ni nada.
Torrealta / Joselito, Ponce, Rivera
Toros de Torrealta, tres sin trapío, tres regordíos, sospechosos de pitones, medio mochos excepto 2º; flojos y dóciles.Joselito: estocada caída perdiendo la muleta (división); estocada delantera ladeada (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: bajonazo descarado (oreja); pinchazo y estocada tendida traserísima (gran ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: dos pinchazos y estocada corta caída (silencio); estocada caída, rueda de peones -aviso- y cinco descabellos (silencio). Plaza de Vista Alegre, 18 de agosto. 4ª corrida de feria. Lleno.
Ligar los derechazos ya es distinto asunto pero si se lo propone tampoco hay problema. En la presente ocasión los ligó. Ofreciendo el medio pecho en el acto de ligar, embarcando con templanza y armonía la pastueña embestida, llegado el remate de la suerte no salía corriendo, según suele; antes al contrario, aguantaba el retorno del toro y volvía a embeberlo en la pañosa sin escurrir el bulto ni traicionar la norma.
Toreo de tal forma ejecutado es de especial belleza y el público lo premió con entusiásticos olés y ovaciones atronadoras. Con la izquierda, sin embargo, cambió el panorama. El toreo al natural no es precisamente la especialidad de Enrique Ponce y tal carencia sugiere reservas respecto a sus capacidades, puesto que el toreo al natural constituye la suerte emblemática del arte de torear.
Una faena sin naturales es como un jardín sin flores. A las faenas se les quitan los naturales y quedan huérfanas de torería. Un toreo basado en derechazos es sucedáneo del arte de torear, pues el derechazo constituye suerte menor, recurso técnico, quizá estratagema, utilizable cuando el toro saca aviesas intenciones y por el lado izquierdo no admite faena.
Y es el caso que los toros de Enrique Ponce no sacaban intenciones aviesas ni por el izquierdo ni por el derecho. Ni se les hubiese ocurrido -angelicos míos-, tan sumisos ellos, tan fofos, tan menudines, tan gordezuelos, tan escasos y redonditos de pitón. Los toros de Ponce, igual que los de Joselito, y los de Rivera Ordóñez, aparecían por los chiqueros y suscitaban maternales sentimientos.
Esto no quiere decir que Joselito y Rivera Ordóñez se fiaran de ellos. Joselito y Rivera Ordóñez, cada cual en sus respectivos turnos, tomaban precauciones. Joselito, más expeditivo, corría; Rivera Ordóñez, más ortodoxo, largaba tela. Joselito pegaba un pase y en lugar de ligarlo se desplazaba a distante lugar sin pereza ni disimulo alguno; Rivera Ordóñez pegaba el pase con cuidado de que sirviera de guía el pico aliviador, y procuraba enviar al toro lejos de su persona.
Les aplaudían mucho. El triunfalismo que caracteriza al actual público de toros no conoce precedentes. El actual público de toros se pone a aplaudir y no para. La llegada del tercer milenio le va a pillar aplaudiendo. Unas veces aplaude mecánicamente, otras con profunda pasión. Depende del artista. Pues si el artista anda a gorrazos con el inocente toro y va y le pega circulares puede armar un alboroto. Se produjo el caso durante la faena al segundo toro: en plena efervescencia de derechazos, Enrique Ponce tuvo un arrebato y empalmó tres circulares, más un cambio de mano que ejecutó circular también. Y fue el delirio. Llega entonces a matar bien y corta hasta el rabo. Pero cobró un horrendo bajonazo y se quedó sólo con una oreja. Qué dura es la vida, ¿verdad?
Babelia
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