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Reportaje:

Un paraíso punteado por el arte románico

-Dígame, buen hombre, ¿existe realmente el paraíso? -le preguntó el caminante al viejo mesonero. -Sí, claro -le respondió-, siga por ese camino y lo encontrará allá arriba. El caminante, según recoge una leyenda ancestral, le hizo caso y una vez pasada la localidad de El Pont de Suert, la capital de la Alta Ribagorça, tomó un desvío a la derecha y siguió un angosto camino que se adentraba en el bosque entre la falda de la montaña y un río de aguas cristalinas que avanza silencioso. Fue así como llegó a un paraíso particular, el valle de Boí, un pequeño territorio situado en medio del Pirineo leridano, coronado por cumbres de más de 3.000 metros, como el Besiberri y el Comaloforno, y salpicado de pequeños pueblos con casas de piedra y tejados de pizarra. Allí el paisaje es idílico y sus iglesias son los mayores tesoros del románico peninsular. El valle de Boí es pura naturaleza, arte y paz. Es también la puerta a otro paraíso de 40.852 hectáreas llamado Aigüestortes y Llac de Sant Maurici, el único parque nacional que hay en Cataluña, al que sólo se puede acceder en taxi (el viaje cuesta 1.000 pesetas ida y vuelta) o a pie. De esta extensión, 14.119 hectáreas corresponden al parque propiamente dicho y el resto constituye la zona periférica de protección, que forma una orla perimetral para amortiguar los posibles impactos de agentes externos. El año pasado visitaron este espacio natural protegido 287.954 personas. El agua y su aprovechamiento hidroeléctrico son la gran riqueza del parque, pero también han supuesto la alteración de la naturaleza más importante. Ahora está prohibido cazar, pescar, recoger plantas y setas, cortar árboles... Sólo está permitido el pastoreo como una actividad tradicional de los lugareños. Los amantes de la montaña encontrarán unos espacios con unas características biológicas únicas, una magnífica muestra de vegetación formada por frondosos bosques de pino, abeto y roble y una flora que pone pinceladas de vivos colores al verde de sus prados. Todo ello, junto con las cimas rocosas, los ríos y más de un centenar de lagos, compone un mosaico de tonalidades increíbles dentro de una unidad paisajística de belleza inigualable. El parque es una de las mejores áreas geográficas para observar la fenomenología glacial del cuaternario. Hasta hace pocos años, el valle de Boí sólo era conocido por el balneario de Caldes de Boí y por las numerosas iglesias que forman uno de los conjuntos románicos más importantes del mundo. Es obligada la visita a estas iglesias decoradas con pinturas murales (los originales se exhiben en el Museo Nacional de Arte de Cataluña) y de esbeltos campanarios que dominan el valle, como la de Sant Feliu (Barruera) o las de Sant Climent y Santa Maria (Taüll), consagradas en 1123 y que fueron declaradas Monumento Nacional en 1931. El fenómeno del turismo masivo es reciente. La apertura de la estación de esquí de Boí-Taüll, en la temporada 1989-1990, marcó el punto de inflexión en el desarrollo urbanístico del valle, formado por ocho pequeños pueblos de estrechas calles empedradas: Boí, Taüll, Erill la Vall, Durro, Sarais, Barruera, Cardet y Cóll. El progresivo auge del turismo ha ido despertando en la zona el fantasma inmobiliario y en los últimos 10 años la construcción de viviendas secundarias se ha disparado peligrosamente en las zonas más próximas al complejo invernal. Incluso alrededor de las iglesias románicas, que son el patrimonio más valioso del valle, empezaron a surgir como por arte de magia edificios de nueva construcción que rompían el equilibrio y la estética de una arquitectura tradicional que se había mantenido intacta durante siglos. En Erill la Vall, el Ayuntamiento ordenó derribar dos plantas de un edificio ya construido porque impedía la visión de la iglesia románica de Santa Eulàlia. La Generalitat, para frenar los desmanes urbanísticos y evitar la degradación del paisaje, tuvo que elaborar en 1991 un plan especial para proteger el románico de la vorágine inmobiliaria. La nueva normativa, que limitaba la concesión de licencias, recibió una fuerte contestación vecinal al considerar que hipotecaba el futuro de la zona. El Ayuntamiento de Barruera, gobernado entonces por el convergente Andreu Fatova, desafió al Gobierno catalán otorgando licencias al margen de la nueva legislación y el valle se llenó de pancartas con lemas como "Generalitat y Cultura, igual a dictadura" y "Cultura, queremos ser escuchados, no ordenados". La mejora de la carretera también facilitó la llegada masiva de turistas que establecieron su segunda residencia en el valle. Se quería evitar a toda costa que ocurriera como en el valle de Aran, donde la industria turística fue ganando terreno en detrimento del paisaje. En el valle de Boí, ese peligro existió en la zona de Pla de l"Ermita, donde se aprovechó la proximidad a las pistas de esquí para levantar una urbanización con capacidad para más de 2.000 personas, algo irracional teniendo en cuenta que en todo el valle hay censados alrededor de 500 habitantes. Sin embargo, con el tiempo se ha impuesto el sentido común y en la actualidad se observa un gran equilibrio entre el nuevo urbanismo y el entorno. La nueva normativa que se aprobará a finales de año, más estricta que la anterior, será fundamental para mantener la tipología de las construcciones antiguas. Las casas no podrán tener más de dos plantas y en su estructura externa sólo se utilizarán materiales como la piedra, la pizarra y la madera. "Queremos evitar la aparición de monstruos y para ello nos hemos impuesto una línea de calidad. El valle es pequeño y no da para más", afirma el alcalde de La Vall de Boí, el independiente Joan Peralada.

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