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El nuevo ataque serbio a los últimos reductos del ELK acaba con las esperanzas de los kosovares

Fuentes kosovares informaron ayer de nuevos ataques serbios en Kosovo, un día después de que el líder de la comunidad albanesa de esa provincia pusiera fin a la lucha como condición previa a las conversaciones de paz. Efectivos del Ejército y de la policía paramilitar serbios atacaron nueve pueblos a lo largo de la carretera que va de Decani a Pec, al oeste de Kosovo, según el Centro de Información de Kosovo que dio cuenta de la muerte de cinco ciudadanos de etnia albanesa. Fuentes serbias, que pidieron el anonimato, confirmaron los combates. Unas 50.000 personas se encontraban sitiadas.

Kosovo es como una herida que sangra cada día. Sus habitantes huyen y se esconden como animales en los bosques, sin futuro, sin comida y sin abrigo. Sus casas son ruinas. Sus cosechas son pasto de las llamas provocadas por pirómanos uniformados, amantes de la limpieza étnica. Un Ejército poderosamente armado arrasa, y un proyecto de guerrilla huye arrastrando en la hecatombe a decenas de miles de civiles. Como si se tratara de un castillo de naipes, construido con las ilusiones de miles de jóvenes que no han entendido que una cosa es jugar a la guerra y otra muy distinta combatir de verdad, las defensas de la milicia Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se han desmoronado ante el avance de los carros de combate y la artillería del Ejército yugoslavo y la huida ha sido incluso desproporcionada. Apenas ha habido combates, ni defensas numantinas. Nadie puede hablar de una Vukovar, una Mostar o una Srebrenica kosovar. Pueblos fantasmas surgen cada pocos kilómetros entre Komorane y Djakovica. Quemados intencionadamente en un nuevo capítulo de limpieza étnica. Ha desaparecido toda huella de vida autóctona. El silencio es conmovedor y hiere por dentro al testigo. Cada pocos kilómetros aparecen los controles yugoslavos. Soldados y policías siguen quemando las cosechas y las casas.

Hasta hace tres semanas, el ELK controlaba todas estas carreteras estratégicas, cercaba pueblos y ciudades y ponía en jaque al Ejército yugoslavo en amplias zonas de Kosovo, una región de 11.000 kilómetros cuadrados.

Los jóvenes albaneses tenían un sueño: ver postrado y en retirada al Ejército que consideran ocupante. Muchos de ellos no sólo simpatizaban con la guerrilla, sino que, incluso, deseaban formar parte de sus unidades militares. Seguían con pasión su avance hasta las puertas de la capital y la veían como una alternativa de poder, ensombreciendo al hasta hace poco incuestionado líder moderado Ibrahim Rugova.

Pero el despertar ha sido brutal. El ELK ha perdido más de la mitad del territorio bajo su control y 230.000 personas, casi el 15% de los albaneses, son el alto precio pagado en desplazados y refugiados. En Malisevo, corazón de la guerrilla hasta hace poco más de 15 días, policías serbios vigilan las calles vacías mientras se refrescan con bebidas robadas de un almacén sin dueño.

"Mañana regresará la población civil. No tienen por qué tener miedo. Nosotros no les vamos a hacer nada", asegura uno de los policías. Pero sus palabras no son corroboradas por todos. Algunos hacen gestos de asco, y uno se atreve a emitir amenazas esgrimiendo el fusil de asalto.

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Dieciséis kilómetros de tierra de nadie permiten alcanzar Orahovac. La silueta del barbero y su cliente se recortan tras un cristal agujereado por dos disparos. Es uno de los pocos negocios que funcionan en este pueblo casi vacío donde vivían 20.000 habitantes.

Algunas familias han regresado después de pasar días enteros escondidos en los bosques. Otros se han vuelto a marchar después de regresar porque no resisten las amenazas de la policía.

El ELK no ha entendido las reglas del juego diplomático. Cuando más necesaria era la moderación, la guerrilla dio a entender que su lucha tenía como fin primordial la creación de la Gran Albania. Tampoco ha sido capaz de ofrecer con claridad una alternativa a la política de contención defendida por Rugova.

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