Un año de trabajo y una semana de fiesta
Un recorrido por las calles y plazas engalanadas para las fiestas de Gràcia en un mediodía de agosto puede dejar exhausto a cualquiera. Sin embargo, ayer, primer día en que aquéllas recibían al público, estaban llenas. Mientras los miles de turistas que se encuentran estos días en Barcelona subían y bajaban por La Rambla contemplando las figuras humanas inmóviles, Gràcia acogía ya a los barceloneses que, mapa en mano, buscaban y descubrían los disfraces que transforman el barrio en un curioso carnaval durante una semana. Los vecinos que decoran las calles son conscientes de que no hacen grandes obras de arte, y el público que las visitaba ayer se lo tomaba en su justa medida. Los que mejor se lo pasaban eran los niños, que alucinaban con los colores y formas que encontraban esquina tras esquina. Los miembros de las comisiones, de camuflados, espiaban discretamente lo que habían hecho sus vecinos. "Hay mucha competitividad", decía un vecino del tramo medio de la calle de Verdi, quien aseguraba, no obstante, que se fía de la imparcialidad del jurado. El jurado que decide qué calle se llevará el honor después de un año de trabajo está formado por 15 personas. Son diseñadores, profesores de bellas artes, gente del mundo del espectáculo y propietarios de galerías de arte. Durante el día de ayer pasearon en busca de la originalidad y habilidad de los vecinos, y hoy harán pública su decisión a las seis de la tarde. A mediodía de ayer, sin embargo, aún había calles a las que se estaba terminando de engalanar. Fallos imprevistos, como en la calle de Verdi entre Robí y Providència, donde les había fallado una fuente inspirada en un móvil de Alexander Calder. O prisas de última hora en la calle de Puigmartí, donde quizá empezaron a instalar su entoldado demasiado tarde. Los graciencs se despertaron temprano ayer con las matinades. Grupos de grallers empezaron a deambular por el barrio y fueron los primeros en descubrir los detalles de los decorados. Entre éstos, muchas diferencias en los materiales y en la realización. Algunas veces, buenas ideas se quedan cortas por falta de recursos, aunque cada calle recibe para las fiestas una subvención media de tres millones de pesetas, de las que destinan unas 500.000 a los decorados. Porexpán, celofán, alambre, papeles, tubos de plástico y telas son los materiales estrella. En la calle de Joan Blanques, entre Encarnació y Congost, un cartel lleno de orgullo proclama a los cuatro vientos la composición de su bosque modernista: "12.300 flores de celofán. 40.000 metros de hilo de aluminio, 500 metros de guirnaldas luminosas, 75 árboles de alambre y celofán, y muchísima ilusión". En la calle de Luis Antúnez, los vecinos de la plaza de Sant Miquel han convertido más de 5.000 latas de refresco en un techo de abejas, moscas, arañas y mariposas. Un detalle lleno de efectismo: las patas de las arañas están hechas con guantes de plástico salpicados de pintura marrón. El agua, dulce o salada, se puede encontrar en unas cuantas calles. En la plaza del Raspall, banderitas de colores y peces hinchables de plástico sirven para conformar a los vecinos. Uno de ellos decía: "Bueno, sólo es para animar un poquito". En la calle de la Fraternitat, un acuario con delfines y pájaros exóticos hechos con espuma y pintados con aerosol exaltaba a una señora mayor: "¡Qué mono...!", decía. Y su hija agregaba: "Cuando terminen las fiestas pediremos que nos den un delfín".
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