Verano / 5
Como ya venía siendo habitual, hubo a la hora de la siesta un terremoto al que sólo sobrevivimos mi hipoteca y yo. Podría haberla cancelado, pero me pareció que era un seguro de vida. Mientras te duele la hipoteca no te molestan otras cosas. Muchos propietarios se mueren al día siguiente de liquidar el crédito, porque él te devora a medida que lo saldas. En términos biológicos, se trata de una relación semejante a la de la mantis religiosa con su macho: la hipoteca te tolera mientras le proporcionas el jugo seminal, pero cuando se termina el amor, abre la boca y te mata de un infarto o de una depresión aguda, pues una vida sin crédito, sobre todo si has dejado de fumar, carece de sentido.Hubiera preferido perder un riñón a que desapareciera la hipoteca. Por fortuna, estaba prácticamente intacta, pues lo único que había pagado hasta el momento eran intereses: el capital continuaba como el primer día. No digo que no me diera pena que nos hubiéramos quedado solos en el mundo, pero me consolaba mucho hablar con ella como antes de la catástrofe discutía con mi gata, y creo que me entendía. De hecho, la relación comercial se fue transformando poco a poco en un trato familiar semejante al que se tiene con un animal doméstico. Le puse de nombre Hipoteca, y le encantaba colocarse boca arriba para que le rascara los bajos.
Un día me eché a dormir después de comer y le dije a Hipoteca que me despertara a las seis. Me llamó a las seis y media, por los intereses, y al abrir los ojos pregunté a mi mujer cuántos años nos faltaban para terminar de pagar la casa. "Veinte", dijo. Entonces, pensé yo, puedo volver a fumar. No me moriré de esto mientras goce de la protección de Hipoteca. Y de ahí es de donde he sacado fuerzas para regresar al tabaco, cuya ausencia me había puesto triste.
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